El ágora:
• La crítica no es para Greta en cuanto a su persona o su discurso, sino a la utilización que se haga de su figura, ya sea por sus padres o terceras personas
Mucho se ha dicho en los últimos días acerca de la adolescente sueca Greta Thunberg y su campaña en favor del medio ambiente. Desde luego, hay un gran número de personas que simpatiza con ella, como se observó en la reciente movilización global en la que miles de jóvenes de diferentes países tomaron calles y avenidas, mostrándose dispuestos a seguir su ejemplo.
No obstante, sus detractores también abundan. Algunos le han llamado “catastrófica” o “histérica” y otros, más bien, se han concentrado en descalificar de inicio, tanto a ella como a su mensaje, por tratarse de una jovencita blanca y europea; acusando su posición de privilegio frente a la realidad de otros activistas que se han dedicado durante años a combatir la misma problemática, aunque desde circunstancias diametralmente opuestas a las de ella.
Sin embargo, más allá de las reacciones instintivas, me parece que no podemos andar por la vida, ni por la opinión pública, rechazando la labor y los ideales de una persona en razón de su origen socioeconómico. El entorno del que proviene Greta no elimina la posibilidad de prestarle atención y otorgar valor a su discurso, respecto del cual incluso ella ha reconocido que ni siquiera es tan novedoso, pues lo que hace es evidenciar y repetir lo que los científicos han estado diciendo durante décadas sobre el cambio climático y la afectación al planeta. ¿Quién decide, entonces, qué voces son o no válidas desde la “escala de los privilegios”?
En este punto, lo verdaderamente cuestionable consiste, acaso, en la postura de aquellos que sin mayor análisis sienten hacia Greta una empatía y solidaridad a priori, simplemente porque su apariencia y nacionalidad coinciden con la visión eurocentrista que tienen embebida; mientras que con igual rapidez y falta de reflexión serían capaces de ignorar o desdeñar a algún activista africano o, quizás, a un indígena proveniente de la región latinoamericana.
De Greta, me parece, son encomiables su ímpetu y carisma, que han logrado despertar, sobretodo entre la juventud, una muy necesaria alarma por la emergencia climática que estamos experimentando. Sin embargo, advierto con preocupación que alrededor de ella se ha generado una agenda de intereses que le convierten en la punta de lanza del “capitalismo verde” que pretende mercantilizar las energías alternativas.
La retórica sin compromiso es sumamente engañosa. Por ello, no basta con que nos repitamos a nosotros mismos una serie de lamentos y buenas intenciones, normalmente cargados de lugares comunes, si al final fallamos en comprender que el fondo del problema medioambiental reside en la económica política imperante en el mundo, en la que la sobreexplotación, la depredación y el despojo dan cuenta de que el único proyecto que siguen los capitales es el de “tierra arrasada”.
Insisto, la crítica no es para Greta en cuanto a su persona o su discurso, sino a la utilización que se haga de su figura, ya sea por sus padres o terceras personas. Y además, el problema es que ante una crisis tan severa, que pone en riesgo la existencia de todo el planeta y la vida que hay en éste, sigamos prefiriendo construcciones ideológicas fáciles y bonachonas, que aunque tal vez satisfagan la más superficial de las indignaciones, en poco abonan para brindar acciones reales de solución.