Gran razón tenía el “Tío Pelochas”: NO SOMOS NADA

Gran razón tenía el “Tío Pelochas”: NO SOMOS NADA

LAGUNA DE VOCES

-El universo es, de qué manera podré decírtelo, algo así como la mesa del comedor. ¿Ves la morona de pan que se quedó en un extremo, la más pequeñita que parece polvo? Bueno pues equivale a la Vía Láctea, nuestro hogar. Es apenas un puntito, pero en él alcanzan cien mil millones de planetas. 

Primero a mis hijos, ahora a mi nieta, siempre me ha gustado sorprenderlos con la inmensidad de esta casa donde vinieron a nacer, de tal modo que mal haríamos en ahogarnos en los problemas cotidianos de la vida, sin ahuyentar la angustia con una simple mirada a la noche estrellada.

Si caemos en la cuenta de que hay 800 trillones de planetas en el universo conocido, según cálculos de los contadores de luceros, y si vemos la cifra con tantos ceros (800,000,000,000,000,000,000), seguramente exclamaremos con profunda honestidad, que después de todo, la existencia no es tan complicada como a veces la queremos mirar.

Nada es más sano para la soberbia y la fatuidad, que parar un rato el andar presuroso en el que no escuchamos ni miramos a nadie, y descubrir que en esta construcción inimaginable de galaxias, estrellas y planetas, tenemos una responsabilidad única y vital: mirar y admirarnos.

Porque nos sucede igual que en las calles de una ciudad, que supuestamente conocemos de principio a fin: caminamos sin alzar la cara, no pocas veces incluso con la vista clavada al piso, otras a ningún lugar en específico, pero casi siempre con una honda preocupación reflejada en el rostro y en la incapacidad para que algo nos sorprenda, nos emocione.

El universo desaparece cada vez que una persona en el mundo decide no volver a mirarlo. Igual que los dones más preciados de la vida, tiene su razón de ser cuando alguien o muchos lo admiran, y hace de su aplicación un apostolado.

Así las cosas en el modelo de la mesa del comedor, en que una diminuta porción de pan es la Vía Láctea, ante una superficie que se antoja casi infinita, debiera ser el principio de una paciencia profunda para atender las urgencias que creemos son, pero que casi siempre resultan alarmas falsas.

Si en las noches que el cielo de la tierra lo permite, hay oportunidad de admirar el espacio exterior, seguramente las cosas cambiarían, no como por arte de magia, sí porque todos tenemos necesidad de creer y tener confianza en algo más allá de nosotros mismos.

Quién sabe en qué momento tuvimos la absurda idea de que todo se reducía a que solo un planeta entre 800 trillones, debía ser la única sucursal del pensamiento, y por lo tanto nada había más preciado y único que los terrícolas.

Sería absurdo que en esa aventurada cantidad de otras galaxias, en este mismo instante no pudiera estar un abuelo interesado en explicarle a su nieta la inmensidad del universo.

Algo así debe existir.

Porque la cantidad de los 800 trillones es tan solo una aproximación, en un algo que crece y crece, sin saber a ciencia cierta cuándo parará de hacerlo.

Así que como tarea fundamental será importante dedicar una noche al mes, o más si se puede, para salir a mirar el cielo nocturno, saludar las estrellas y planetas que se crucen en nuestro camino; y creer, creer con absoluta seguridad, que alguien allá, a millones de años luz, algún día nos mirará y pensará lo mismo que nosotros: que estamos ante la eternidad del tiempo.

Mil gracias, hasta mañana.

Mi Correo: jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

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