Fútbol, olvidar un rato la realidad

Fútbol, olvidar un rato la realidad

LAGUNA DE VOCES

No, el fútbol no habrá de remediar las carencias y problemas de una ciudad, pero tampoco ninguno de los candidatos y candidatas que durante toda la campaña, desfilaron por barrios y colonias con el elixir de la felicidad en sus alforjas. 

Mucho menos los directivos y hombres de “pantalón largo” como los Martínez y compañía, que a estas alturas ya buscarán, seguramente, cómo cambalachear por adelantado el campeonato por un nuevo terreno o alguna instalación que les pueda ser entregada en “comodato”, porque resulta que ellos sí que saben qué hacer con obras que otros construyen, pero no saben explotar.

Montados en la felicidad escasa que produce un deporte como el fútbol, más si se logra un campeonato, los negociantes de siempre harán los negocios de siempre, y los porristas que lloran a moco tendido por la emoción, regresarán a sus hogares para esperar, antes que llegue la muerte, un nuevo momento de dicha.

Sin embargo hay que disfrutarlo. Al final de cuentas no hay, además del fútbol, otra ilusión que pueda sustituir a la que se apostó en la niñez. Porque el asunto era que, cuando grandes, seríamos porteros, delanteros. Nadie, o casi nadie,  que me acuerde, planteó alguna vez que soñaba con llegar a ser un gran golfista, tenista o beisbolista.

Al menos en mi época. Seguramente hoy las expectativas son otras.

En su sentido más limpio, era algo así como la supuesta democracia que hoy presumimos, donde unos cuantos escogían a la hora del recreo el equipo de campaña y hasta se daban el lujo de mandar a otros a la banca: “Piña va conmigo, el Pérez, El Cepillo, El Flowers…”.

Uno era el que se auto nombraba capitán y los demás aceptaban, sin protesta alguna. Al final de las cascaritas comprobaba que por algo mandaba, con dos o tres goles anotados, y la capacidad suficiente para pactar la revancha a la salida, no sin antes practicar su habilidad pugilística en un “tirito amistoso” con quien tuviera bien aceptar el reto.

¿A quién no le gusta ver ganar al equipo donde vive, al que le van sus hijos, todos los que un día, cada vez que la suerte se detiene en estas tierras de Dios, se conocen y reconocen para no volverse a saludar en los próximos cinco años?

Un solo instante, hasta fugaz, pero en el que de pronto todos adquieren el tono familiar de llamarse por su nombre de pila, brincar y jurar que con los Tuzos hasta la muerte. Vaya pues, hasta de echarle una porra a los bondadosos directivos, casi madres de la caridad, que pasada la euforia volverán a lo suyo, igual que nosotros.

Suerte que sea muy de vez en cuando.

Que llegue la resaca de los excesos, y con ello la certeza de que cada cual tiene su lugar en la vida, y que además no se aspira a otro, porque pasados los años se acepta con singular resignación el asiento del tren en el que fuimos trepados.

Ganó el Pachuca y con todo y que su victoria no habrá de cambiar la vida de nadie, que además no es su objetivo, pretendamos que somos inmunes a los poderes de su magia, que el antídoto es la pura y simple realidad.

Además nada como el fútbol para gritar a los cuatro vientos, “¡ganamos!”.

¿Qué qué ganamos? Pues sepa. Pero algo tiene el fútbol que estamos ciertos, sin dudas de ningún tipo, que efectivamente el triunfo resulta que también es nuestro. Cuando menos el gusto de que un equipo de primer mundo lloró amargamente, y nosotros reímos, y hasta lloramos también pero de purititita felicidad.

El instante, fugaz, pero nuestro.

Ya convertirlo en algo eterno, será tarea de los dueños del balón, que cobrarán ese instante a precio de oro el minuto.

Esto que ya pasó, que apenas si duró lo que una luz de bengala, fue de todos, fue nuestro, y eso es lo importante.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

twitter: @JavierEPeralta

CITA:

Montados en la felicidad escasa que produce un deporte como el fútbol, más si se logra un campeonato, los negociantes de siempre harán los negocios de siempre, y los porristas que lloran a moco tendido por la emoción, regresarán a sus hogares para esperar, antes que llegue la muerte, un nuevo momento de dicha.

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