
Familia Política
En estos días de euforia futbolera, todos los temas de la vida cotidiana pasan a segundo plano. Los titulares de los diarios, la programación radiofónica, televisiva, redes sociales, similares y conexos, dedican buena parte de su tiempo y de su espacio, para hablar hasta el cansancio de “su santidad”: el futbol, así como vida y milagros de sus apóstoles: los jugadores y algunas representaciones menores, aunque sean muy importantes: entrenadores, directores técnicos, propietarios de los equipos, árbitros, etcétera.
México no ha sido, no es y no será una potencia futbolera, ancestrales problemas hacen que el cielo haya dado a ésta, nuestra patria querida, generaciones completas de deportistas (y de todas las profesiones) que aman a su nación con toda su fuerza y su voluntad, factores que son parte de su circunstancia y obligan a que se repita un ciclo de esperanza, decepción, olvido y renacimiento.
Antes de cada torneo, parte del pueblo bueno y sabio cree sinceramente que su equipo (selección) está individual y colectivamente preparado para desempeñar un papel más que decoroso y aún ganar el campeonato mundial. A las primeras de cambio, la terca realidad se impone y muestra el verdadero tamaño e idiosincrasia de nuestro “glorioso” conjunto representativo. Después de terribles decepciones que llegan a causar justificados suicidios, llantos, desgarramiento de vestiduras… renace el Ave Fénix de la esperanza y toda la fuerza moral de las masas anónimas que surgen de los colores inmaculados de una camiseta y las ganas de creer. Así es nuestra afición; no quiere acostumbrarse a la derrota, perdona las ofensas, se reconcilia con el conjunto que viajó varios miles de kilómetros para traer un cargamento de frustraciones; sin embargo, la necesidad de tener ídolos, hace renacer y renacer (una y otra vez) las esperanzas en un equipo que, cuando pierda nuevamente, el impacto de la decepción ya no será tanto, ahora se racionaliza el futuro con un esperanzador: “pa´lotra”.
Por supuesto, mientras exista una selección, existirán privilegios y privilegiados (un futbolista de éxito gana más que el Presidente de la República y viaja más que el Secretario de Turismo).
Un fenómeno digno de mencionar, es el de los fanáticos que siguen a los objetos de su admiración, por donde quiera que vayan. Los más inverosímiles escenarios (Qatar, por ejemplo) se llenan de lozanas barrigas morenas y estilizados sombreros de charro que ostentan con orgullo agresivo, aunque maltrecho, la elocuente frase ¡Viva México, cabrones! Es obvio que, en estas deportivas peripecias, no se incluyan aspectos culturales, visitas a museos o recorridos que permitan conocer de manera menos superficial, a las culturas anfitrionas.
Aunque la religión islámica tiene históricamente en La Biblia, las mismas raíces teológicas que el cristianismo y el judaísmo, grandes brechas las separan en la actualidad, sin embargo, las tres buscan a Dios a su manera. Desde luego que Dios no se encuentra en una cancha de futbol. El turismo, en temporada normal, por ejemplo, en Dubái, visita el edificio más alto del mundo, el mall más grande del mundo y toma café en tazas cubiertas de oro, al igual que las cucharas y hasta el azúcar. Como se advierte, aquí el objetivo es la ostentación, no la cultura.
Volviendo al mundo del futbol, de nada sirve que un equipo de competencia a nivel internacional, regrese al país con la colita entre las piernas; pueden más las ganas de creer, que la vergüenza de la derrota.
Como quiera que sea, éste es un fenómeno admirable; desde luego, un elevado porcentaje de amantes en esta nueva religión deportiva, son poseedores de un escaso nivel cultural, aunque existen casos atípicos. En ocasiones cuesta trabajo distinguir entre la regla y la excepción. La magia del futbol es tan fuerte que hasta algunos profesionistas canalizan hacia los conocimientos de esta disciplina, para suplir sus inmensos océanos de ignorancia, por ejemplo, en ortografía y redacción. En nuestro ambiente social y cultural todo se perdona, todo, menos ignorar los nombres de los equipos nacionales y aún internacionales. Es un pecado mortal no saber cosas del Real Madrid, el Barcelona o el modestísimo y casi ignorado Cruz Azul.
Es bueno para los regímenes políticos que gobiernan a un pueblo aldeano (con intención de consolidar una dictadura), patrocinar el pan y el circo para controlar a los potenciales electores. Cuando en una mesa de café se hable de los grandes problemas nacionales y se responsabilice a los titulares de las áreas de gobierno responsables, cuando aquéllos que tienen el arca abierta con los dineros del pueblo, piensan que pueden disponer de los recursos bajo su resguardo, como si fueran privados. Cuando consoliden su vocación y acepten que ser funcionario, es poner toda su capacidad y voluntad al servicio de los ciudadanos y no esquilmar sus bolsillos, buscando la mejor forma de servirse de él.
Recordemos que cada pueblo tiene el gobierno que merece, pero que pocas veces, el gobierno merece al pueblo que tiene.