El Trump que todos llevan dentro
● Los demonios nacionales, del racismo a la misoginia, han salido a flote durante los meses de una campaña electoral larga y virulenta
El fantasma del racismo parecía desaparecido para siempre. Pero la sintonía con aspirante republicano a suceder a Obama de grupos extremistas de la nueva derecha alternativa -la denominada alt-right- o con viejos grupúsculos en la órbita del Ku Klux Klan destapó la realidad desagradable. El racismo nunca se marchó. Y el fenómeno Trump ha ofrecido al mundo, y a los propios estadounidenses, una versión del país que muchos habrían preferido no ver
Estados Unidos se mira al espejo, y el reflejo es poco amable. Los demonios nacionales, del racismo a la misoginia, salieron a flote durante los meses de una campaña electoral larga y virulenta. Toda elección presidencial, como la que hoy enfrenta a la demócrata Hillary Clinton y al republicano Donald Trump, es un psicoanálisis colectivo, la brújula que indica dónde se encuentra y adónde se dirige una sociedad.
La impopularidad de ambos candidatos, insultos y descalificaciones, el descontento con la clase política, el miedo a la fractura racial y social, y las alarmas sobre el inminente apocalipsis han dejado un país agotado.
La elección de un presidente de EU es un momento único. No sólo se elige a un jefe de Estado. Se elige un símbolo, al líder de la tribu, al hombre o mujer cuyo retrato colgará de paredes en aulas de miles de escuelas en el país, uno de los mimbres que articula una nación de dimensiones continentales y vínculos comunes tenues pero irrompibles, como la bandera o el himno.
En 2008, cuando el demócrata Barack Obama ganó sus primeras elecciones presidenciales, los estadounidenses ofrecieron una imagen al mundo -y se la ofrecieron a sí mismos- que disparó su autoestima. Por primera vez, el país de la esclavitud y la segregación llevaba a la Casa Blanca a un hombre de origen africano, un miembro de una de las minorías más humillada. EU estaba en plena recesión económica y embarcado en dos guerras, pero se sentía a la altura de sus ideales fundacionales.
El candidato derrotado, el senador John McCain, felicitó a Obama recordando cómo, a principios del siglo XX, la invitación a la Casa Blanca del líder negro Booker T. Washington provocó una reacción adversa. Entonces no era de recibo que un afroamericano entrase en los salones del poder. “Hoy América está lejos de la intolerancia cruel y orgullosa de ese tiempo”, celebró McCain. “No hay mejor prueba que la elección de un afroamericano a la presidencia”.
Ocho años después, el partido de McCain presentó a un candidato propenso a proferir comentarios “crueles y orgullosos”, por usar los adjetivos de McCain, sobre hispanos, mujeres y musulmanes.