Le piden menos discursos y más acciones
• El primer ministro irlandés pide una respuesta firme al Papa y le recuerda que Irlanda se ha modernizado y la religión ya no está en el centro de la sociedad
El Papa, que se reunirá con un grupo de víctimas de abusos, se refirió al papel de la protección de los menores. Pero no hubo alusiones al último escándalo destapado en Pensilvania, donde un informe reveló que más de 1.000 niños y niñas fueron abusados por unos 300 religiosos. Tampoco al encubrimiento del Vaticano
El mundo ha cambiado radicalmente en la última década. Pero Irlanda, donde el Papa aterrizó ayer, da la sensación de haberlo hecho a mayor velocidad. El catolicismo sigue teniendo influencia. Pero desde 2009, cuando se destaparon 80 años de abusos a 25.000 menores, ha habido enormes transformaciones estructurales que han salido adelante pese a la oposición sistemática de la Iglesia.
Hoy el país tiene un primer ministro gay, ha despenalizado el aborto y los matrimonios homosexuales. Sufrió una brutal crisis económica de la que salió rápido y más fortalecida que ningún socio de la UE.
El catolicismo ha perdido fuelle (del 95% de la población al 76,1%) y autoridad moral y, durante este tiempo, en Irlanda la única revolución en el cielo llegó de la mano de Ryanair. El desafío para el Papa, en un lugar donde solía jugar en casa y que hoy reivindica un cambio de mentalidad, es mayúsculo.
Irlanda es hoy una plaza más áspera para un Pontífice que la que encontró Juan Pablo II en 1979. Especialmente cuando acaba de conocerse otro escándalo de abusos masivos en Pensilvania que la Iglesia católica y el Vaticano encubrieron durante años, tal y como sucedió aquí. El propio primer ministro, Leo Varadkar, se lo recordó a Francisco y le advirtió de que Irlanda ha cambiado y la religión ya no está en el centro de la sociedad.
El Papa fue al grano. “No puedo dejar de reconocer el grave escándalo causado en Irlanda por los abusos a menores por parte de miembros de la Iglesia encargados de protegerlos y educarlos. El fracaso de las autoridades eclesiásticas –obispos, superiores religiosos, sacerdotes y otros- al afrontar adecuadamente estos crímenes repugnantes ha suscitado justamente indignación y permanece como causa de sufrimiento y vergüenza para la comunidad católica. Yo mismo comparto esos sentimientos”, lanzó el Pontífice.