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Flores frescas

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LA GENTE CUENTA

Han pasado más de dos años, y finalmente te vuelvo a ver; mejor dicho: finalmente me decido a verte. Como si fuera a recibir algún tipo de sorpresa, mi nerviosismo se acrecienta, mi familia lo advierte y me dicen con absoluta tranquilidad: “todo va a salir bien”.
    El otoño comienza a hacer estragos en la calle de esta selva gigantesca de concreto, el agua escurre por las calles, abandonando aquel estruendo que producen los días lluviosos típicos de la temporada, para dar paso a un ambiente muy frío, pero a final de cuentas, tranquilo, sin el sol y su estío, sin el calor y los dolores de cabeza, solo nubes.
    Cubierto de una chamarra negra, caminó con paso lento a través de las avenidas, y a lo lejos puedo divisar una florería, decido llevar un ramo de las flores más frescas y fragantes para la ocasión, y sigo con mi camino, con un mar de pensamientos que puede equipararse con el nivel de los charcos en el asfalto.
    La luz natural comienza a agotarse, y en el proceso, faroles con luces incandescentes comienzan a encenderse, los faros de los autos también siguen en esta sinfonía luminosa, la tarde cae a cuestas, y yo, avanzando por la banqueta, observando todo a mí alrededor: niños disfrazados de almas en pena, pidiendo un poco de dulces.
    El escenario urbano quedó atrás, ahora solo queda más asfalto, el paisaje anunciando la agonía de un día caótico detrás de las montañas, mientras que una bruma blanca amenaza con cubrir la ciudad en penumbra; y dentro de mí siguen divagando las palabras que usaré, y con las que me trataré de excusar por no verte por más de dos años.
    Una ráfaga de aire frío de pronto me paraliza, y de inmediato me percato que llegué a mi lugar de destino, me doy cuenta que he llegado lejos, y que el reencuentro será inevitable, el frío me hace recordar que estás cerca, y que solo basta caminar un poco más, solo teniendo como testigo la incipiente noche.
    Y finalmente te puedo encontrar, dormido, envuelto en una pesada loza para cubrirte del frío, y alrededor, hierbas cubiertas de rocío; me acerco para saludarte, con la esperanza de que en el más allá puedas responder, te obsequio las flores amarillas fragantes, y el viento me susurra una bienvenida.