Home Un Infierno Bonito FELIX, “EL GATO”

FELIX, “EL GATO”

0

 

Yo vivía en el callejón de Manuel Doblado, en el barrio de La Palma, en Pachuca. Tenía 18 años de edad y  llevaba dos trabajando en la mina de San Juan Pachuca. Andaba de novio con una muchacha flaca, greñuda y fea, pero a mí me gustaba y la quería mucho.

Su padre trabajaba en la Fundidora de Maestranza. Su madre tenía una tienda en una esquina de mi barrio. En la familia había tres hermanas más y dos hermanos; ellos decían que eran de otra clase, que por desgracia fueron a caer con la chusma.

Celia, mi novia, estudiaba la secundaria en una escuela particular. Nos veíamos escondidas porque sus padres jamás aceptarían una pareja entre una aristócrata y un plebeyo.

Una vez, cuando bajaba a cumplir con mi Servicio Militar, recuerdo que eran las 6 de la mañana y la mamá de Celia, estaba en la tienda y que me le aviento como el gorras.

  • ¡Buenos días, señora! Quiero hablar con usted un momento, pedirle que le dé permiso a su hija para andar conmigo; ella es mi novia y…

La señora se puso negra como pinacate. Se me quedó mirando y me dijo furiosa:

  • ¡Estás loco! Nunca permitiremos que mi hija se case con un minero, con un muerto de hambre. Eres un infeliz, borracho.
  • Mire, señora, yo visto de la mejor y no estoy muerto de hambre.
  • ¡Lárgate de mi vista! Y no quiero que te le acerques a mi hija. Me las va a pagar por el atrevimiento de dirigirme la palabra. Te juro que no verás a mi hija ni como tu novia ni como tu amiga.

Me salí muy triste de la tienda. Iba en la esquina y todavía escuchaba sus ladridos. A nadie le dije nada. Me juntaba mucho con mi hermano Francisco, “El Enano”, “El Carolina”, mi compadre “El Gallo” y “El Patín”. Una vez, eran como las 9 de la noche, nada más estaba con mi compadre cuando Celia, la que era mi novia, se acercó corriendo a donde estaba y me dijo:

  • ¡Félix! Un ladrón se metió a mi casa, hizo un cortocircuito y estoy sola. El hombre está dentro, y mi familia no está.

Para mí era una de las grandes oportunidades de ayudar a mi novia. Salvarla de que quisieran violarla. Sabía que mis futuros suegros me iban a premiar, y corrí junto con mi compadre “El Gallo”, y le di instrucciones:

  • ¡Te paras aquí en la puerta! Yo voy a entrar. Si trata de salir dale en la madre con esta piedra. Y tú, Celia, vente y te encierras en la cocina.

Con un valor que me salió de no sé dónde, entre a una de las recámaras y en la oscuridad , sólo con la luz de la luna, vi una sombra. Le llegué por detrás, golpeando su cabeza con un tubo, una y otra vez, hasta que cayó sin sentido. Le deje caer la piedra, con todas mis fuerzas, en su cabeza. Con coraje, le di de patadas a donde le cayeran. Le grité a mi compadre. Al ver el bulto, le echó de su cosecha, pegándole con la piedra en el lomo. Lo enredamos en una colcha de la cama. Le pedí a Celia que llamara a la policía.

Llegó y así, envuelto, se lo llevaron. Con orito de cajetilla de cigarros, arregle la luz. Cuando lo estaba haciendo, llegó la mamá de mi novia. Mientras su hija le contaba lo del ladrón, le decía a mi compadre que les dijera que yo sólo lo había agarrado. La señora me dijo:

  • ¡Qué barbaridad! Y mi esposo que no llega. Les agradezco mucho su ayuda. Si no hubiera sido por ustedes, no quiero ni imaginarme lo que le hubiera pasado a mi hija. Muchas gracias, muchachos.

Mi compadre “El Gallo” le dijo:

  • ¡El que hizo todo fue mi compadre Félix! No me dejó hacer nada. Cuando quise intervenir él ya lo tenía noqueado.

Y la señora me dijo:

-“Vaya que le pegó con coraje, defendiendo a su hija”. Ahora yo voy a ser su abogada para que sean novios.

La señora, a punto de llorar, me abrazó y me dio de nuevo las gracias:

  • ¡Gracias, Félix! Te prometo que cuando llegue José, le voy hablar de lo que me dijiste en la mañana. Qué equivocada estaba. Por Dios, perdóname.

La señora me dio un abrazo. Llegó la demás familia. Para sus hijos e hijas era el héroe. Me sentía el hombre más valiente, sobre todo estaba seguro que me iban a dejar andar de novio con su hija. Esa noche no pude dormir de la emoción. Soñé que mi novia me besaba apasionadamente, y  mis cuñados y mis suegros me aplaudían echándome una porra.

Al día siguiente me fui a trabajar a la mina. El turno se me hizo eterno. Ya me andaba por saber qué era lo que decían de mí. Cuando llegué al barrio, Celia me estaba esperando, pero no con una sonrisa, sino que lloraba, y me dijo:

  • ¡Félix! El que golpeaste anoche no era un ladrón. Era mi papá. Llegó un poquito tomado. Al querer prender la luz de su recámara, se le cayó la lámpara e hizo un corto. Yo vi la sombra y me espanté, por eso te fui a buscar. Mi papá está muy grave en la Beneficencia Española, y te andan buscando para decirte de cosas y que le pagues las curaciones.

Sentí que las patas se me doblaron. Creí que con mi hazaña había hecho un gran pedestal, poniéndome hasta arriba, pero se me cayó. Apenas le dio tiempo de esconderse a mi novia, cuando me dijo su mamá:

  • ¡Imbécil, idiota! ¿Cómo pudiste confundir a mi marido con un ladrón?
  • ¡Lo hice sin ninguna intención de perjudicarlo! Celia me pidió ayuda y se la di.
  • ¡Pues prepárate! Está muy delicado en el sanatorio, y dale gracias a Dios que se salve, si no yo misma te apachurro el gañote.

Pasaron los días. Supe que el señor había salido del peligro de morirse y se iba reponiendo. Las cosas cambiaron totalmente para mí. No dejaban sola a mi novia. Siempre andaba uno de sus hermanos con ella, y cada que me veían me gritaban que era un delincuente. Por fin salió el señor del hospital. Me mandó a hablar y me dijo:

  • ¡Yo no quiero nada contigo! Solamente te pido que te alejes de mi hija. Que nunca, entiéndelo, te dejaré que andes con ella.

Para mí fue un golpe duro. Estaba enamorado, y sabía que la había perdido. Mi compadre “El Gallo” me dijo:

  • ¡Me cae que no pude hacer nada por ti! Tú me dijiste que le dijera a la vieja y a toda su raza, que tú solo le habías dado en la madre al supuesto ladrón.

Me emborrachaba como desesperado, pero mis amigos en coro me cantaban: “Cuando la luna se pone re grandota como una pelotota y alumbra el callejón, se oye el maullido del pobre gato viudo y su lomo peludo se mira con horror…”

Al pasar el tiempo, un clavo saca a otro clavo, y me casé. Pero todavía llegan recuerdos. Por darle al violín, le di al violón. Han pasado muchos, pero mucho años, y cada que recuerdo me da mucha risa, cómo su pelona sonaba a coco.

Ella se casó con un hombre de mucho dinero, y cuentan que no la dejaban ni asomarse a la ventana. Cada que nos íbamos a pelear, pandilla contra bandilla, trataba de hacerlo donde había luz, pues como me volví muy noviero, la fuera ya a regar y me quedara solterón.