I
Año dos mil diecinueve
presente lo tengo yo.
Hace un siglo que pasó
y, sin embargo, se mueve
y a las conciencias conmueve.
Fue en Chihuahua fusilado,
quien fuera ejemplar soldado,
un General, un Señor…
La Patria, con gran fervor,
recuerda a su hijo adorado.
II
Ángeles, nació en Hidalgo,
en mero Zacualtipán.
Hombre bueno como el pan;
en su defensa yo salgo
y para honrarlo me valgo
de la universal historia
de centenaria memoria.
Hace un siglo lo mataron;
sin piedad lo fusilaron,
pero él alcanzó la gloria.
III
Quiso explicar con su muerte
el sentido de su vida,
porque la sangre vertida
de los mártires, trae suerte
a una causa buena y fuerte.
Ángeles, Rodolfo Fierro:
uno era vida, otro, hierro.
Los dos siempre junto a Villa,
quien no ambicionó la silla…
un día sufrió vil destierro.
IV
Entre amigos, las rupturas
duelen, causan muchos daños.
Villa y Ángeles, huraños,
siguieron sendas oscuras.
Por las serranas honduras
y cumbres, fue el general,
escoltado por un tal
Don Félix Salas, traidor,
quien lo entregó sin pudor
al carrancismo fatal.
V
A Chihuahua en tren llegó,
lo esperaba un contingente.
Se preguntaba la gente:
¿Cómo es que se capturó
a un general tan valiente?
Abrigaba la esperanza
que Venustiano Carranza
no lo quisiera matar,
pues ya no era militar,
de civil, tenía semblanza.
VI
De manera inexorable
se cumpliría la sentencia,
no valdría ninguna influencia
a aquél que fuese culpable.
Siempre gentil, siempre amable,
Ángeles reconoció
a sus amigos; les dio
su despedida fraterna,
aunque esta vez sería eterna.
Tranquilo, estoico, se vio.
VII
Él se negó a confesarse
y a tomar la comunión.
Al sacerdote en mención
así, de pie, sin hincarse,
le dijo, sin inmutarse:
“He vivido entre la guerra;
he vagado por la sierra
sin confesarme, mi amigo.
Yo me confieso conmigo,
y ya me voy de esta tierra.
VIII
Para Ángeles el perdón
pedían muchos personajes
en diferentes lenguajes.
Por ética y corazón
no cabía en él la traición.
Diéguez le dijo a Carranza:
“La justicia no se alcanza
por un camino ilegal”.
Su obcecación era tal
que mató toda esperanza.
IX
Muy sereno entró en capilla,
que humilde cuartucho era;
sólo un catre de tijera,
un candelero, una silla…
Se durmió ¡Qué maravilla!
Había llegado el momento.
Su propio fusilamiento
ordenó, ya eran las seis
de noviembre veintiséis…
Expiró su último aliento.
X
Cuatro hijos en orfandad
y absoluto desamparo
material, sin algún faro
de protección y piedad,
encontraron su verdad
en invaluable legado:
Servir al México amado,
y ser un día “fijosdalgo”
diría El Quijote, “Hijos de algo”,
en este pueblo ignorado.
XI
Ya con esta me despido
con mis cien años de historia.
Un pedacito de gloria
se comparte agradecido;
su comprensión yo les pido.
Con absoluta humildad,
agradezco a Omar Fayad
compartirme la tribuna
en esta fecha oportuna
¡Hidalgo, es nuestra verdad!