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EL FISCAL DE HIERRO

En este espacio he tenido oportunidad de hacer comentarios en relación con manifestaciones en diversos campos de la literatura. En lo referente a la biografía de personajes con significación en nuestra historia reciente, dentro de ámbitos que van del periodismo a la abogacía y a la política, entre otros. Por ejemplo, en su momento, me pareció sumamente atractiva la personalidad del pintoresco abogado duranguense Bernabé Jurado “El Licenciado Tabique”, muy cercano a Don Fidel Velázquez y a sus huestes, quien escribió pintorescas páginas en el derecho laboral mexicano. Se dice, por ejemplo, que este profesionista fue creador de una práctica a la que recurrían ciertos postulantes, consistente en aprovechar la soledad relativa del juzgado, leer los expedientes y comerse algún documento básico para el ejercicio de la acción jurídica (pagarés, cheques, letras de cambio…). Jurado era todo un personaje: elegante, refinado en su trato con las damas, galante y generoso al obsequiar flores, pero violento hasta el extremo de matar, en lo que ahora se llamaría feminicidio, a las mujeres que él llegaba a considerar amores de sus amores.

También escribí un comentario relativo al libro El Vendedor de Silencio, en el cual, Enrique Serna plasmó la interesante biografía de Carlos Denegri, un corrupto periodista que llenó múltiples espacios informativos a mediados del siglo pasado, famoso por extravagancias y excesos en su vida pública y privada, invariablemente bajo el influjo de un incurable alcoholismo, que lo acompañó en toda su refinada y donjuanesca vida, la cual terminó de manera violenta, en medio de un lance amoroso, al fin de una patológica relación de pareja.

De igual manera y toda proporción guardada, la imagen del corpulento abogado Javier Coello Trejo (a quien el Presidente López Portillo bautizó como El Fiscal de Hierro), desde que tuve noticias de su irrupción en la vida pública de México, me pareció sumamente atractiva por los diferentes comentarios y apreciaciones que su robusta e impresionante figura genera en la opinión pública, que lo ha visto actuar desde su ingreso (1973) a la PGR, su paso por la Secretaría General de Gobierno en Chiapas, su regreso como Subprocurador General de la República, encargado de la lucha contra el narcotráfico y Procurador General del Consumidor. 

A diferencia de quienes, en un ambiente de lucha feroz por permanecer dentro del gobierno, sea quien fuere titular del Ejecutivo, Coello dejó voluntariamente el servicio público para “continuar su lucha personal a favor de la ley y la justicia, desde su despacho jurídico…”.

A lo largo de casi trescientas cincuenta páginas, este hombre, con más de siete décadas de vida, narra sus orígenes familiares en Chiapas, “donde la justicia y la desigualdad caminan de la mano”, aunque él nació en la Ciudad de México, hijo de un periodista “cabrón, bastante duro, pero sabía ser amigo…” Fue diputado federal, pudo ser gobernador de Chiapas, pero “era mala copa, a la cuarta ya se andaba peleando con medio mundo”; de su madre, no muestra influencia alguna.

Afirma el autobiografiado que su papá lo corrió de casa cuando tenía trece años (ya medía 1.85 metros), durante varios meses vivió en una vulcanizadora, con algunos amigos. Su relación con el Frente Universitario Anticomunista y con El MURO (Movimiento Universitario de Renovada Orientación), fue un fracaso. “A ellos me acercó un primo bastante mayor que yo, pero no pasó mucho tiempo antes de darme cuenta de que eran manejados por la iglesia; eran muy bravos y me gané muchos problemas por haberlos abandonado, incluso llegamos a madrearnos; no fue fácil mandarlos a la chingada”. Así, con lenguaje directo, con un estilo poco cuidado, pero muy sabroso, Coello describe sin inhibiciones, diferentes etapas de su vida marcadas por los sexenios y por cómo le fue en ellos. Así, por ejemplo, trata el caso de la terrible corrupción que descubrió en el Ingeniero Eugenio Méndez Docurro, un ícono para el Instituto Politécnico Nacional; otorga relevante espacio para recordar el origen, desarrollo y desenlace del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia “La Quina”, al iniciar el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. 

En lo personal, se refiere a sus amigos con respeto, aunque los nombres de muchos de ellos estén satanizados por la opinión pública.

Es importante resaltar que una vida como esa, narrada en primera persona, tiene que convertirse en buena oportunidad para exaltar la congruencia entre los más altos valores de la ciencia jurídica y la propia conducta, aunque para tener éxito en ciertas actividades, la ética pura no es aplicable; algunas veces se vale penetrar a la entraña misma de las organizaciones criminales; hay necesidad de recurrir a métodos pragmáticos: infiltrados, intervenciones telefónicas, grabaciones clandestinas, testigos a sueldo, etcétera, pero en estos casos, desde el punto de vista del Fiscal, tiene vigencia el apotegma de Maquiavelo “El fin justifica los medios”. Así, después de impresionantes operativos que culminaron con la aprehensión de poderosos líderes sindicales y capos de la delincuencia organizada; las intrigas palaciegas y el fuego amigo dentro del propio gabinete (e incluso en el gobierno de Chiapas), lo llevaron a retirarse de la administración pública federal, en la cual sirvió por largos años, principalmente en las áreas de procuración de justicia.

El Fiscal de Hierro, en sus memorias, no se anda con rodeos; héroes y villanos reciben la etiqueta de este hombre singular. El libro es un repaso de los presidentes de la República, desde Díaz Ordaz hasta Salinas de Gortari, así como de los cíclicos titulares de la PGR y las diferentes ocasiones en las cuales tuvo que arriesgar su vida. Siempre armado, desde muy joven, confiesa que alguna vez se vio en la necesidad de matar, siempre en preservación de su integridad y dentro del marco de la ley. Se autodefine incorruptible (no lo dice, pero lo insinúa), relata cómo rechazó una maleta repleta de billetes, que algún poderoso con remordimiento de conciencia, le hacía llegar para comprar su complicidad.

Figuras como José Antonio Zorrilla Pérez, Ignacio Morales Lechuga, Eduardo Robledo Rincón, Javier López Moreno, Manuel Camacho Solís, Fidel Velázquez, El Obispo Samuel Ruiz, Absalón Castellanos, Pedro Ojeda Paullada, Jorge Carpizo y muchos más, desfilan por las páginas de estas memorias que se narran por un hombre “de güevos”, quien finalmente encuentra su realización en las augustas paredes de su despacho, como abogado postulante.