FAMILIA POLÍTICA  

Política: ingratitud, gratitud, amistad…

 “No hay momentos más amargos

que recordar los tiempos de

gloria en épocas de adversidad”.

Dante Alighieri.

                 Cuando el poder se va, deben perdurar otro tipo de valores. La política es origen de una amplia gama de vicios y virtudes entre protagonistas y actores secundarios que, en diversos escenarios, no admiten la metodología de ensayo-error. En el teatro, como espectáculo, se pueden corregir fallas, pero en la realidad “cada escena es la vida misma”, como dijera Milan Kundera.

                Normalmente, la principal motivación para seguir a un político en ascenso, es el interés con pretensiones, reales o falsas, de “amistad”. Las declaraciones y juramentos de lealtad eterna, son directamente proporcionales al brillo presente y futuro con que se visualiza la estrella del personaje o de la personaja (para cumplir con la perspectiva de género). Cuando las expectativas se hacen realidades, la luz protectora ilumina múltiples senderos y la generosidad del poderoso permite a sus adeptos hacer nombre, fortuna y, en el mejor de los casos, brillo propio; aunque también, en el reverso de la moneda está la posibilidad de convertirse en “chivos expiatorios” de los errores y corruptelas del protector en turno.

                Gracias a este fenómeno se forma un sistema de etiquetas, en el cual los hidalguenses somos expertos. Existen diferentes legiones que se identifican con sellos de tinta invisible e indeleble, sobre la frente; es común decir: “fulanito es gente de sutano; manganita es incondicional de perengano…” aunque el amor eterno en la política suele durar tres meses, contados a partir de que el poderoso deja el cargo. Después: la indiferencia, el alejamiento, la vociferación, la puñalada trapera… o el inicio de una etapa de prolongada gratitud, amistad incipiente que puede consolidarse con los años, sin esperar algo a cambio.

                Cuando un nuevo sol aparece en el horizonte, es común que se complementen dos conductas: la primera, congraciarse con él mediante las palabras sacramentales “Qué bueno que Usted llegó, Jefe, yo siempre lo he admirado”; la segunda, denigrar a aquél cuya estrella está dejando de brillar y a su equipo, mediante el uso de los epítetos más infamantes, en total olvido de los favores que pudo recibir bajo su protección; ya que buscó y logró sobrevivir más allá de sus obligaciones laborales, en actos de perruna “fidelidad”, indignidad y oportunismo.

                Cuando ya no se puede esperar nada de un personaje en el presente o en el futuro inmediato, el pasado adquiere sentido para afirmar lazos afectivos; el interés cede paso a la gratitud y ésta poco a poco puede transformarse en amistad, que es un camino de ida y vuelta.

                Cuando una relación no es de supra a subordinación, sino de coordinación en igual nivel, (compañeros de legislatura, de gabinete, de magistratura…) una vez que el periodo oficial desaparece o por alguna razón, el vínculo formal se acaba, suele sobrevivir cierto espíritu de cuerpo; si bien con menor intensidad, la relación perdura y puede ser fuente generadora de amistad verdadera, con esta base pueden reverdecer lauros. En política y en administración pública, la muerte no es para siempre.

               

Casi siempre, el instinto hace de los momentos de adversidad, espacios de reflexión, normalmente bajo la perspectiva de reiniciar la búsqueda, el reencuentro con el poder perdido. Todos los actores: protagonistas, antagonistas, secundarios y extras, buscan un liderazgo. Algunos que aún conservan cierta plataforma de lanzamiento, abrigan la esperanza de convertirse en los nuevos artífices de la resurrección. ¿Cómo hacerlo, si nada pueden ofrecer: ni empleos, ni dinero, ni protección? Es en este crisol donde se forja la estirpe de los caudillos; aquí se engendran los hijos de la desesperanza que pueden convertirse en poderosas aves fénix, que de sus cenizas resurgen y junto con ellos la fuerza, el triunfo y el bienestar de sus seguidores. Por desgracia, como en el viejo esquema revolucionario de la “Lucha de Facciones”, en la vida civil pueden despuntar varios perfiles fuertes, pero no hay que olvidar que la historia sólo tiene lugar para uno. La disyuntiva es drástica: o se ponen de acuerdo, o se olvidan de cualquier posibilidad de triunfo. Ya lo decía Maquiavelo: “Divide y reinarás”.

Las pasiones humanas son firmes obstáculos para consolidar un liderazgo con posibilidades de llegar al vértice de la pirámide y desplazar a quien se instaló ahí, precisamente por erigirse como arquetipo de la oposición, al perseverar sexenio tras sexenio, derrota tras derrota… Alguien así, sólo podría ser desplazado por quien lograse generar una fuerza similar; aunque es factible que caiga víctima de sí mismo; de sus propios errores e inexperiencia. No es lo mismo ser oposición, que gobierno.

Los celos entre líderes y luchadores sociales son comunes y destructivos. Los políticos con historia traen en su biografía una serie de momentos, en los cuales se vieron protegidos por tal o cual personaje; aunque haya quien piense que no le debe nada a nadie; que los éxitos que obtuvo durante su trayectoria, no corresponden a nadie más que a él; a su propia grandeza y mérito. Para quien llega a la cúspide, puede resultar molesto que alguno de sus amigos o colaboradores pueda “prender veladoras” y realizar actos de devoción en otros altares. Evidentemente, esta reacción, aunque humana, es altamente perjudicial, totalmente irracional, sobre todo en tiempos difíciles.

Personalmente, creo que la gratitud es un valor ético de primera importancia; puedo decir, sin riesgo de ser incongruente, que soy capaz de olvidar mil agravios, pero jamás un favor recibido. Sin faltar a esos principios de ética, tengo amigos en grupos diferentes y aún antagónicos, sin ofender con ello a ninguno. Esto tiene que entenderse en un acto supremo de madurez. En las infanterías, alguien me decía: “nosotros disentimos, discutimos, peleamos… mientras nuestros jefes se abrazan y comen juntos”.

Si Dante Alighieri viviera, diría que los recuerdos de glorias pasadas en épocas de adversidad, son menores cuando los alimenta la esperanza de una reconquista, que sólo puede darse mediante el establecimiento de grandes y duraderas alianzas. Como decía el insigne internacionalista español, Antonio Remiro: ningún líder está solo; siempre será él y sus aliados; él y sus amigos.

A fuerza de pensarlo una y otra vez, suscribo la afirmación que alguien hizo en la película Coco: “La verdadera muerte es el olvido”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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