FAMILIA POLÍTICA

Realidades y percepciones

 

Hoy, existen personajes que ayer defendían un color partidista y atacaban de manera brutal a quienes no compartían sus convicciones  y/o intereses.  Son tiempos de simulación: los malos se disfrazan de buenos (¿Hay buenos en esta película?); los victimarios asumen actitudes de víctimas…

 

“Lo que nos impide reconocer las verdades

es nuestra voluntad corrompida”.

Pascal.

 

Según las normas elementales de la Epistemología (Teoría del conocimiento), los conceptos (representaciones mentales) se forman cuando una persona experimenta determinadas sensaciones en relación con el objeto a conocer y con base en ellas lo percibe, de manera subjetiva. En este sentido cabe decir que el mismo ente puede producir en los individuos que entran en contacto con él, distintas sensaciones y percepciones, por lo tanto, suelen concebirse diferentes conceptualizaciones en relación con una misma realidad.

Metafóricamente, las palabras son la piel de los conceptos, su estructura, su expresión por antonomasia… Las actividades humanas más relevantes (ciencia, arte, política, derecho, religión…) recurren al lenguaje estructurado (discurso) para su difusión, proselitismo, herencia, continuidad… A pesar de los grandes adelantos cibernéticos, la voz humana permanece como el principal instrumento para expresar ideas, convicciones, ideologías, valores…

Los sofistas fueron, en la antigüedad, artífices de la retórica.  A estos profesionales de la argumentación, no les preocupaba alcanzar la verdad, sino ganar una discusión, aún con juicios sesgados, premisas y conclusiones falsas; además, cobraban mucho por transmitir los secretos de su arte. Su mala fama, dentro de la historia de las ideas, es proverbial; por ello, en los últimos tiempos, la Oratoria, en su sentido clásico, se miró con cierto desdén en el universo de las ciencias y de las artes. Según A. Richards, “la Retórica no es argumentación, es interpretación lingüística; es más, debería ser un estudio de los malos entendidos y de las formas para remediarlos”.

Pese a lo anterior, desde la democracia griega hasta el mundo de la política actual, la despreciada oratoria sigue siendo principal arma en las contiendas electorales.

Giovanni Sartori, calificó a esta época, como el escenario en donde se desenvuelve el “Homo-videns”; esto es, el hombre de los medios audiovisuales. En la actualidad se dice que “quien no sale en la tele, no existe” (Esto se haría extensivo a las llamadas redes sociales).

Aunque dicen los expertos comunicólogos que el discurso sólo significa el 30% de los elementos para fijar en la opinión pública la imagen de un personaje (el otro 70% se forma con factores tales como: su guapura, forma de vestir, voz, sonrisa, gesticulación, personalidad de su pareja, etcétera), la expresión oral sirve para que el gran público evalúe la “cultura” de un candidato o gobernante ¡Pobre de aquél que cometa un disparate verbal! la jauría se le viene encima.  Aunque somos un pueblo que habla muy mal, nos gusta hacer escarnio del hombre de poder que “mete la pata” en una expresión lingüística; en cambio, disculpamos, o fingimos no darnos cuenta de las aberraciones que cometen locutores y conductores de radio y televisión; errores que no tienen justificación en quienes hacen de la palabra profesión y modus vivendi.  Dicho fenómeno de censura, tendría su símil en un grupo de borrachos que se junta para hablar mal de los borrachos.

En las campañas políticas, similares propuestas discursivas tienen diferentes interpretaciones, de acuerdo con el sentido de pertenencia a un partido o grupo determinado del gran auditorio: los partidarios de uno, aplauden lo que denigran en sus adversarios. En materia electoral no hay verdades absolutas. En la democracia (aun defectuosa) no pueden construirse públicos universales; no existen pueblos completos que crean en lo que dice un candidato y también en lo que afirma su contrario; casi, casi podríamos recurrir al célebre lugar común: “Cada cabeza es un mundo”.

Lejos, muy lejos quedaron los tiempos del ágora griega, en donde los políticos se ganaban los puestos con grandes peroratas, después de violentas confrontaciones verbales con sus enemigos, potenciales o declarados. De manera directa, sin intermediarios, Cicerón, por ejemplo, confrontaba a su malévolo adversario, con la célebre frase que aún se lee en las Catilinarias: “¿Hasta cuándo, Catilina, vas a abusar de nuestra paciencia?”.  Así, sin cámaras, sin grabaciones, sin posibilidad de editar o enmendar una expresión, sin pasar por el tamiz de los “líderes de opinión”, ni por la manipulación de las redes…  Lo dicho, dicho estaba, con todas sus consecuencias.

Hoy, existen personajes que ayer defendían un color partidista y atacaban de manera brutal a quienes no compartían sus convicciones  y/o intereses.  Son tiempos de simulación: los malos se disfrazan de buenos (¿Hay buenos en esta película?); los victimarios asumen actitudes de víctimas…

La realidad es terca pero la percepción lo es más.  Encuestas serias, con base en datos estadísticos, pretenden transmitir la radiografía de ciertas condiciones objetivas, pero no toda la gente está dispuesta a creer (y menos cuando lo dice un funcionario).  Pone su verdad (aceptada, preconcebida…), por encima de la verdad, que otros pretenden imponerle, así tenga bases científicas indubitables.

En este escenario, no queda más que aplicar el viejo cuarteto octosílabo de Campoamor:

 

“En este mundo traidor

nada es verdad ni es mentira;

todo es según el color

del cristal con que se mira”.

 

Febrero, 2018.

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