El Gobernador y Yo: Arq. Guillermo Rossell de la Lama
(Segunda parte)
En la etapa previa a la toma de posesión del sustituto de Don Jorge Rojo, se suscitó un incidente que fortaleció en mi carácter, el valor de la discreción. Después de una intensa, a veces ostentosa campaña, se preparaba un gran acto triunfal que incluía una impresionante concentración a lo largo de varios kilómetros (La Valla de la Solidaridad y del Progreso); en ella se reunirían: contingentes, carros alegóricos, maquinaria y otros elementos representativos de las diferentes instituciones públicas y privadas que daban la bienvenida, de manera entusiasta, al nuevo mandatario.
Desde Colonias hasta la Plaza Juárez, a cada organización se asignó un espacio que llenaría con lo más representativo de su naturaleza y responsabilidades, además de la obligada ambientación con banderines, porras y todo tipo de manifestaciones de júbilo. Durante esos preparativos, una dama de alto nivel en el Partido, me comentó que era inútil tanto gasto y desgaste en la magna recepción, pues el Presidente López Portillo no asistiría por un contratiempo de último momento.
Ingenuo, indiscretamente, se me ocurrió compartir esa información con un amigo cercano al Gobernador; éste, por los conductos idóneos, la hizo llegar al Mandatario electo. Ante la expectativa de que su poderoso amigo no lo acompañara en lo que él llamaba “su luna de miel con el poder”, testigos confiables afirman que, hecho un basilisco, Rossell se comunicó a Los Pinos y espetó al Presidente: “-Pepe ¿Cómo está eso de que no vas a venir?”…
No sé si la llamada influyó para regresar a la agenda original, o si jamás se había tomado la decisión de la inasistencia presidencial; lo importante es que el poderoso invitado confirmó que estaría en Pachuca, con su amigo y ex jefe el día de su ungimiento, lo que significaba interrumpir la hegemonía de la dinastía Rojo. Esa información que, sin querer transmití, no fue cierta; pero la ira del protagonista, sí. Ordenó que, de inmediato, se citara a quienes fuimos conductos, aún involuntarios, de la desmentida ausencia del Gran Tlatoani. Finalmente, las cosas no pasaron a mayores.
Después del imponente teatro de masas, la vida institucional continuó dentro de los cauces normales del relevo sexenal. El gabinete se integró con personajes, en su mayoría desconocidos: José Antonio Zorrilla Pérez, Secretario de Gobierno; Eduardo Valdespino Furlong, Director General de Gobernación; Jonathan Vega Torres, Procurador General de Justicia; Roberto Valdespino Castillo, Director General Jurídico; José Guadarrama Márquez, Vocal Ejecutivo del Patrimonio Indígena del Valle del Mezquital y así, por el estilo.
A la Presidencia del Comité Directivo Estatal del PRI, arribó el huasteco Orlando Arvizu Lara, con el respaldo de Mauricio Villarreal, en la Secretaría General. Venancio Contreras Plata, seguramente con la anuencia del Licenciado Rojo, buscó un espacio para mí en el seno de nuestro Instituto Político. Así, arribé a la Secretaría de Capacitación Política y después a la Oficialía Mayor del CDE.
Mi función como Delegado Federal del CREA, por instrucciones del Secretario General de Gobierno, se dio por concluida. Entregué la oficina al distinguido miembro del Grupo Jardín Colón, Alejandro Téllez Girón, el célebre “Media Luna”, quien llegaba apadrinado por la poderosa mano de Paco Moreno Baños. Bajo estas circunstancias, me integré de tiempo completo a labores partidistas.
Como ya mencioné, Orlando Arvizu Lara, era y es todo un personaje; el típico huasteco: hablador, exagerado, simpático, pero malicioso y maquiavélico en la toma de decisiones y en la ejecución de acciones. Muy cercano a Rossell desde la Secretaría de Turismo, en donde fungió como encargado de la comunicación social. El Güerito es muy fácil de querer, de aceptar su amistad, de festejar y disfrutar sus “huastecadas”. En cuestiones de trabajo era exigente, a veces perfeccionista; gustaba de la planeación y era muy hábil para conseguir recursos. A su lado siempre, su primo y amigo, el Profr. Eliseo Espinosa Herbert (Cheyo).
La dirigencia del PRI, por cuestiones de calendario, tuvo que enfrentarse rápidamente a una prueba de fuego: la selección interna y elección de los 84 ayuntamientos. Meses antes, Arvizu tomó la iniciativa de recorrer todos, con el propósito de renovar o ratificar a los comités municipales; otorgó a cada uno la inmediata tarea de instalar oficinas, hasta en el espacio más recóndito. Ponía el siguiente símil: “En época de la conquista, junto a la espada de los soldados, venía la cruz de los sacerdotes; en cada pueblo se levantaba una iglesia, como signo de espiritualidad y sentido de pertenencia a la nueva religión. Todas las grandes causas deben tener un lugar físico, para que los creyentes acudan a renovar su fe, a depositar sus esperanzas en el altar de sus convicciones. Así, El Partido debe tener su propio templo”. En ese escenario, nos dimos a la tarea de realizar un nuevo periplo por toda la geografía hidalguense. Los dirigentes, recientes o ratificados, tenían la obligación de recibir al Presidente y a su comitiva en las flamantes oficinas, en donde tendrían un espacio para despachar de manera permanente, no únicamente en época de elecciones.
En este contexto, llegamos a celebrar 84 rituales de selección, cada uno con sus particulares características. Teníamos que buscar, después de sendos análisis de las y los aspirantes (que se nutrían en las fuentes más diversas), para tomar la mejor decisión.
Mucho se ha criticado a los partidos en general y en especial al que está en el poder, el hecho de proceder de manera antidemocrática en la designación de candidatos. Sin ánimo de defender lo indefendible, declaró que no es fácil, aún con las mejores intenciones, determinar dentro de una colectividad, en la confluencia de diversos grupos en pos del mismo objetivo, quién resulta el más idóneo: el interés de cada líder, la elevada autoestima que las facciones guardan de sí mismas y, otros elementos, los lleva a exagerar sus virtudes y desdeñar los defectos propios, mientras magnifican o minimizan los de sus oponentes. Algunas cosas malas y otras peores, surgen de las investigaciones: la información sesgada, las mentiras, de buena o mala fe, influyen en la instancia más alta para tomar decisiones; de esta manera se cuelan lobos con pieles de ovejas y ovejas con pieles de lobos. Es común decir que “El Partido no se equivoca”, lo cual es una falacia; El Partido es una parte de la sociedad, por lo tanto, la unanimidad está lejos de su alcance, aunque no de sus pretensiones. En todo grupo humano siempre hay mayorías y minorías; dicen los teóricos de la Ciencia Política, que la unanimidad sólo puede alcanzarse por la fuerza o con sofismas. Es una utopía.
La integración de expedientes siempre es y será una labor titánica; los equipos más o menos cerrados, en donde deben tomarse las decisiones, son escenarios de confrontación, a veces violenta, dados los intereses que se juegan por el control de un municipio. Procedimientos sofisticados de manipulación, corrupción y manejo de los procesos electorales, se inventan y se descubren cada día. No está preparada nuestra sociedad, ética ni políticamente, para el ejercicio de una democracia práctica, cercana a su ideal teórico. Viene a mi memoria la genial respuesta de Sir Winston Churchill, cuando alguien le preguntó -Según Usted ¿cuál es el peor sistema de gobierno? Sin inmutarse, el estadista inglés contestó: “La Democracia… con excepción de todos los demás”.
Dentro de este proceso, comisiones, comisiones y más comisiones, desfilaban por las oficinas desde hora temprana, hasta muy avanzada la noche. Ensalzaban las virtudes de su propuesta, mientras, obviamente, descalificaban a sus competidores; algunas tranquilas, civilizadas, respetuosas… otras, ríspidas, intolerantes, furiosas…
Mi municipio (San Agustín Tlaxiaca) nunca se ha caracterizado por ser modelo de unidad; la belicosidad de los grupos, desde que tengo uso de razón, está presente en cada proceso; éste no sería la excepción. Permítaseme mencionar un suceso que ocurrió a principio de los años ochenta y que aún repercute en mi vida no solo política, sino personal: recién tomada la decisión en favor de un pre candidato, cuando lo supieron sus detractores, se sumaron y vinieron agresivos a reclamar al CDE; Orlando me dijo -Habla con ellos, pero jamás me dio un lineamiento. Así, sin armas, sin información, sin consignas, me acerqué a mis paisanos, quienes venían unidos en apoyo de un personaje de mi pueblo, y con cierto parentesco político conmigo.
Es lógico que todos coincidían en la persona, a su juicio, idónea; al recoger su opinión, lo comenté con Arvizu, quien se salió de sus casillas para insultarme, llamarme “traidor” y otras lindezas. Sin más ni más, entramos en un concierto de mentadas de madre. Me salí furioso, dispuesto a no volver, consciente de que yo no tenía culpa alguna.
Me dirigí a mi casa para rumiar las afrentas. No había transcurrido media hora, cuando tocaron a mi puerta: eran cuatro ayudantes de Orlando, quienes amablemente me dijeron: -Le habla el Profesor; a lo que yo respondí: -Díganle que no voy y que le haga como quiera. -Con todo respeto, Señor, ayúdenos, lo tenemos que llevar. Conociendo la naturaleza de esa “invitación”, decidí colaborar. Fuimos al privado de un restaurante de moda, en donde estaba el Tal Orlando, frente a una botella de coñac y, al verme, me dijo en tono amable: “¿Tas nojado, Negrito?… ¡Perdóname! ¿No? Siéntate, te invito un coñaquito”. Predispuesto a una fuerte discusión, pero desarmado por su desfachatez, no pude contener la risa y le dije: -No vuelvo a pelearme contigo, no vale la pena.
Pero mis paisanos y fundamentalmente el protagonista afectado, jamás creyeron en mi inocencia. Serví a dos amos y con los dos quedé mal.