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El Gobernador y Yo: Dr. Otoniel Miranda 

(Segunda parte)

El artículo 76 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos decía (y dice, en lo sustancial) “Son facultades exclusivas del Senado: … Fracción V. Declarar cuando hayan desaparecido todos los poderes constitucionales de un estado, que es llegado el caso de nombrar un gobernador provisional, quien convocará a elecciones conforme a las leyes constitucionales del mismo estado. El nombramiento de gobernador se hará por el Senado a propuesta en terna del Presidente de la República, con aprobación de las dos terceras partes de los miembros presentes, y en los recesos, por la Comisión Permanente, conforme a las mismas reglas. El funcionario así nombrado, no podrá ser electo gobernador constitucional en las elecciones que se verifiquen en virtud de la convocatoria que él expidiere. Esta disposición regirá siempre que las constituciones de los estados no prevean el caso”.

Como dije en párrafos anteriores, la transición entre Don Manuel Sánchez Vite y el Dr. Otoniel Miranda Andrade, se llevó a cabo sin interferencia alguna de hecho ni de derecho. La legislatura local se instaló y el Poder Judicial, previos ajustes, continuó con sus actividades cotidianas, en materia de impartición de justicia; sin embargo, tras las bambalinas del gran teatro de la Federación, se tomaban decisiones que afectarían a nuestro Estado, con “fundamento” en la Fracción constitucional arriba transcrita. 

Buena parte de la opinión pública, de manera equivocada, tenía y tiene la percepción de que la desaparición de poderes se ordena desde el Senado; cuando no es así. De acuerdo con el texto, al órgano legislativo le corresponde hacer una declaración jurídica de una situación de facto; esto es: dar fe de una serie de acontecimientos que ya ocurrieron, al margen de todo formalismo constitucional. En este escenario, el caso Hidalgo estuvo durante buen tiempo en la vorágine, no sólo de las discusiones senatoriales, sino también en la Cámara de Diputados. En ambos recintos parlamentarios las ambiciones se desbordaban, porque varios legisladores se sentían con méritos suficientes para suplir al mandatario recientemente electo. Los diputados Oscar Bravo Santos y Estela Rojas de Soto, entre otros; así como los senadores Germán Corona del Rosal y Raúl Lozano Ramírez, pronunciaron severas catilinarias en los prolegómenos de la anunciada declaratoria senatorial, la cual, irremisiblemente llegó. Antes de cumplir su primer mes de gobierno, un teatro de masas perfectamente orquestado, sirvió de marco político a la decisión presidencial.

Desde la noche anterior a aquel inolvidable 29 de abril de 1975, comenzaron a llegar centenares de autobuses con campesinos provenientes del interior del Estado, así como de entidades cercanas como: Querétaro, Morelos, el Distrito Federal y otras. Antes de medio día, el aire era denso: olía a tragedia. La turba coreaba agresivas consignas, manipulada por oradores locales y nacionales que obedecían la línea de sus respectivas centrales; básicamente la CNC, al mando del Profr. Oscar Ramírez Mijares y Don Augusto Gómez Villanueva (tras bambalinas). 

Asimismo, las huestes cenopistas se ceñían a las órdenes de su líder nacional, el tabasqueño David Gustavo Gutiérrez Ruiz.  Todos repetían su grito de guerra ¡Muera Sánchez Vite! ¡Muera Pinochet Miranda! La mano firme de Don Manuel, lastimó a muchas personas físicas y morales; las cuales tendrían sus razones para despotricar contra El Maestro pero, el Dr. Miranda era (y es) un caballero de trato fino, educado, respetuoso… enérgico pero humano; como médico, ha dejado a su paso múltiples beneficiarios; como ser humano, gratos recuerdos y sólidas amistades. Junto a él, se recuerda la figura siempre discreta, siempre amable de su esposa, la Sra. Raquel Negrete de Miranda.

El teatro de masas estaba lejos de terminar; un buen día, las calles de Pachuca se llenaron con gente que venía de diferentes puntos dentro y fuera del Estado (repito), para recibir a una decena de secretarios de estado y algunos líderes sindicales. La Sección Segunda del Estado Mayor Presidencial, al mando del paisano, Leonel Cravioto Telechea, instaló su centro de operaciones en la Casa de la Mujer Hidalguense. Los colores amarillo y blanco que daban identidad a la institución castrense, coincidían con los del uniforme del personal; así, de los balcones se colgaron varias prendas para identificar al provisional búnker.

Desde las sedes de sus respectivas delegaciones, los enviados del centro atendían a las comisiones que llegaban con “quejas” por los malos tratos, acciones u omisiones que en su agravio se hubieren cometido durante el sexenio sanchezvitista y los pocos días del mirandista: acusaciones con realidades exageradas, mentiras, medias verdades, etcétera, llenaron la agenda de quienes se erigían como implacables desfacedores de entuertos. Durante esa jornada, el Ingeniero Manuel Sánchez Jiménez, se apersonó en el lugar donde Carlos Jonguitud Barrios (reconocido discípulo de Don Manuel), líder del CEN del SNTE y arrojó a éste treinta monedas de plata, al mismo tiempo que le espetaba con energía: “regalo de mi padre, Profesor”.

Muchas anécdotas circulan entre quienes tuvimos la oportunidad de vivir esos sucesos de primera mano. La leyenda y la anécdota se confunden; lo que ayer provocó angustia, hoy se evoca hasta con humor. Seguramente, el Ingeniero Arturo Sánchez Jiménez recuerda la salida del titular del Ejecutivo, por el sótano del palacio, cuando el gran cristal de la entrada caía víctima del rencor y el vandalismo.

Muchos años después, siendo yo Delegado del ISSSTE, el Dr. Miranda, quien había ocupado el cargo equivalente, me pidió un espacio para regresar a la institución de sus remembranzas. De inmediato abrí para él las puertas, conocedor de su eminente trayectoria y espíritu de servicio. Trabajamos juntos un buen tiempo, hasta que un día me dijo: “Te agradezco la oportunidad; pero esto no es lo que yo esperaba. Me voy” -Espéreme unos días, Doctor, le dije. Yo también me voy; ojalá que nos podamos retirar juntos. 

Así fue.

En política suelen cosecharse enemistades gratuitas, pero también amistades eternas. Mi credo, después de los setenta años, se fundamenta en olvidar agravios y recordar cosas buenas que en el camino quedaron.