El gobernador y yo: Dr. Otoniel Miranda Andrade
Conocí al prestigiado médico de San Andrés Miraflores, municipio de Tlahuiltepa, cuando se desempeñaba como titular de los Servicios Coordinados de Salud en el estado; antes había sido director de la Clínica ISSSTE. En el terreno de la política, era secretario general de la Federación de Organizaciones Populares, integrante de la CNOP a nivel nacional, uno de los tres sectores del Partido Revolucionario Institucional. Mi compadre, el ingeniero Adalberto Rueda Ramos (QEPD), director fundador del ITRP 20, trabó con él una espontánea amistad; un día, los tres fuimos a comer mariscos en el conocido restaurante que se ubica en la cabecera del municipio de San Salvador. Viajamos en su automóvil; me llamó la atención su sencillez, su plática amena; su pensamiento lúcido y un espíritu de servicio que ni fingía ni se ocupaba en disimular; desde luego, en esos momentos, ni por asomo considerábamos, Rueda y yo, que estábamos acompañando al próximo gobernador del Estado.
Poco tiempo después sobrevino la “magia del destape”. De manera pragmática, el ingeniero me asignó de tiempo completo a la campaña. Don Manuel, fiel a su palabra, me dio un espacio junto al grupo que ya describí, al cual, el equipo operativo designó como “La Plataforma de Intelectuales”. Después, todo fue viajar y viajar por los ochenta y cuatro municipios, además de celebrar constantes reuniones con grupos representativos de los estratos sociales, políticos, económicos y toda la gama que presentaba la realidad sociológica del Hidalgo de ese tiempo: estudiantes, profesores, comerciantes, empresarios, pequeños propietarios, ejidatarios, profesionistas, clubes de servicio… a todos, de manera incluyente, visitábamos para divulgar la propuesta de gobierno del ilustre Médico, que pedía la confianza de los electores, con absoluta sencillez y real compromiso. Para bien o para mal, la sombra de don Manuel estaba siempre detrás de él.
El recorrido fue una ilustrativa re creación experimental de los modestos conocimientos académicos que yo guardaba de nuestra geografía, vernácula y hasta cierto punto misteriosa. Líderes de diferentes grupos y variable representatividad, se acercaban al candidato y muchos de ellos derivaban hacia nosotros para su atención y seguimiento. Las expectativas de poder nos hacían merecedores de todas las atenciones por parte de la gente y también de la estructura del gobierno. Confieso que yo no tenía idea clara de lo que eso significaba; era un simple profesor venido a más. Múltiples anécdotas surgieron en esa etapa, que darían motivos para escribir varios libros; relato un hecho que me permitió trabar amistad con un auténtico poeta y músico popular, quien amenizaba los actos con canciones vernáculas de su inspiración, algunas de notable calidad; me refiero al cantautor de Calnali, Demetrio Vite, creador de melodías que, en su tiempo alcanzaron éxito nacional y más, como aquélla que interpretaba Karina: “Ahora que estuviste lejos”, “Fin de semana”, que popularizaron Los Tigres del Norte y “Gallito Feliz”, que identificó al, entonces niño, Cristian Castro.
Demetrio desapareció de mi vida muchos años. Un día nos reencontramos pero… esa es otra historia, a la que volveremos.
La campaña terminó, las elecciones se celebraron sin contratiempos graves; el mito de que “gobernador no pone gobernador”, cayó estrepitosamente… El doctor Miranda rindió protesta como titular del Ejecutivo hidalguense; lo mismo había ocurrido con los diputados al Congreso local, quienes ya despachaban en la sede del Poder Legislativo que se ubicaba en el, ahora, Teatro Hidalgo Bartolomé de Medina, en la Plaza Juárez.
En el discurso de toma de posesión, el doctor continuó con la actitud de confrontación con el centro, que marcara el maestro. Los actores, destacados o modestos, esperábamos un cambio de línea, que no se dio… se respiraba un ambiente de tensión. El gabinete se integró sin sorpresas: Heriberto Pfeiffer, secretario general de Gobierno; Roberto Valdespino Castillo, Procurador; César Vieyra Salgado, director general de Gobernación… Además de Valdespino, de la “Plataforma de Intelectuales”, Gabriel Navarrete Alemán, fue diputado por Apan; Pepe Guevara Moctezuma, director general de Comunicación Social; el profesor Rodolfo Escudero y yo permanecimos sin nombramiento hasta que, por ahí del 15 de abril, me llamaron para comunicarme que sería director general de Turismo y delegado federal del mismo ramo. Me instalaron en una oficina en el primer piso del Palacio de Gobierno, suplía entonces a Carlos Hernández Fernández; en la Subdirección encontré a mi amigo y compañero de escuela, José Francisco Díaz Arriaga, a quien tácitamente ratifiqué en el cargo. Poco nos duró el gusto.
La única misión que desempeñé como flamante director general, fue asistir con la representación del Gobierno del estado, a la inauguración de la Feria de San Marcos, en Aguascalientes. Allá me encontraba cuando recibí una llamada urgente de la secretaria particular del doctor Miranda: “Regrese de inmediato y elabore un fuerte discurso de protesta por las agresiones que está sufriendo nuestro Estado y prepárese, porque tendremos audiencia con don Hugo Cervantes del Río”. La decisión del PRI para la candidatura a la Presidencia de la República, estaba en sus días decisivos. Era por ahí del 26 de abril de 1975. Es obvio que la mencionada entrevista con el secretario de la Presidencia, jamás se llevó a cabo.
El 29 de abril por la mañana, se notaba una fuerte afluencia de campesinos que comenzaban a abarrotar la Plaza Juárez. Subí al cuarto piso, me entrevisté con el gobernador para solicitar instrucciones, me dijo: ¡Váyase al Tecnológico, evité que los muchachos se movilicen! Así lo hice; en compañía del director, visitamos salón por salón; explicamos a los jóvenes que ese pleito no era suyo. Afortunadamente nadie se movió. Los hechos violentos pudieron degenerar en sangrientos escenarios.
El doctor Miranda salió de su oficina casi a la fuerza, con toda la autoridad física y moral del diputado, don Carlos Sosa Calva, quien lo puso a salvo a bordo de su vehículo, antes de que la turba destruyera los cristales del Palacio de Gobierno. Mientras tanto, en la Ciudad de México, el Senado de la República declaraba desaparecidos los Poderes, después de álgidos debates en ambas cámaras. Estaba muy lejos de ponerse punto final a esta trascendental etapa en la vida de Hidalgo.