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El Gobernador y yo; Primera Parte: Don Manuel

  • Más de doce gobernadores, hasta ahora, pasaron por mi vida política, cada uno dejó diferentes vivencias… 

Se atribuye a Fray Luis de León, iniciar siempre sus cátedras con la misma frase, incluso después de su reclusión durante tres años, por problemas con la Santa Inquisición. Al retomar su magistral tribuna, como si el tiempo se detuviera y la causa que originó la ausencia no importase, el fraile comenzó la nueva etapa de su didáctica tarea con su consabida frase: “Decíamos ayer…”

Con este antecedente, con respeto a la sana distancia histórica y a la grandeza del personaje, regreso a esta columna con la fraydeleonezca expresión: “Decíamos ayer…”; además de otra creación poética del mismo autor: “¡Qué descansada vida/la del que huye del mundanal ruido/y sigue la escondida/senda por donde han ido/los pocos sabios que en el mundo han sido…!” para rematar con otra frase de mi preferencia, y autoría de Pedro Mata: “De mi retiro, en el reposo augusto, mantengo indemne la ilusión florida; machaco prosa por ganar la vida y esculpo versos para darme gusto”; con la observación de que, en mi caso, prosa y verso surgen de mi pluma, sólo para darme gusto.

Más de doce gobernadores, hasta ahora, pasaron por mi vida política, cada uno dejó diferentes vivencias, sin que eso quiera decir que mi insignificante presencia haya, de alguna manera, tenido relevancia en sus decisiones o en su estilo personal de gobernar. Hace algunas semanas, pedí permiso a mis cuatro lectores (como dice Catón), para abordar personalísimas perspectivas que requieren el uso chocante de la primera persona del singular. Como “Quien calla, otorga”, puedo iniciar el tema sin faltar a las reglas de urbanidad y buenas costumbres o, para decirlo en lenguaje popular: “A lo que te truje Chencha”.

Para un adolescente de pueblo, llegar a Profesor de Educación Primaria, era (¿es?) una significativa aspiración; cinco letras, antes del nombre (Profr.), hacían la diferencia. La Escuela Normal era Alma Mater protectora y cariñosa, que envolvía a sus hijos más allá del calor de la institucionalidad, al compartir con ellos la esperanza de su futuro. Saber que había profesores destacados en el ejercicio del poder, despertaba un interés dormido, en relación con el extraño y distante mundo de la política. Recibir, a los quince años, la visita de un Senador de la República, que era Profesor (y Licenciado), en los patios de la vieja casona de Mina, marcó de manera indeleble la concepción del presente y del futuro que, hasta ese momento, yo albergaba ¿Qué era un Senador? No tenía la menor idea; sólo intuía que era alguien muy importante.

Don Manuel visitó la Normal por invitación de su amigo y efímero Director, Profr. Rafael Cravioto Muñoz. Puntualísimo, como era su característica; con indumentaria apropiada, pero poco elegante; un tanto descuidado en su apariencia; con actitud paternal se dirigió a los alumnos, después de escuchar un elocuente discurso de Cravioto; reconoció la erudición de éste; su formación académica, su cultura… sembró en las mentes adolescentes un mensaje de optimismo y orgullo profesional, propio de quien fuera poderoso dirigente del Comité Ejecutivo Nacional del SNTE.

Al poco tiempo, Sánchez Vite obtendría la candidatura y, después de las elecciones, la oficial investidura de Gobernador Constitucional del Estado. Todos esos procesos pasaron desapercibidos; mi desinterés por el mundo oficial, era absoluto; mi universo de novel Profesor estaba inmerso en: preparar clases de primaria, practicar guitarra, aprender canciones, llevar serenata… allá en Huichapan (donde conocí a quien sería la compañera de mi vida), antes de regresar a Pachuca para complementar mi perfil profesional, ahora como Abogado, primero en la Preparatoria No. 1, después en la Universidad Autónoma de Hidalgo, al mismo tiempo que me formaba como Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, en los cursos de verano del Instituto de Ciencias de la Educación, en la Universidad Autónoma de Tlaxcala.

Así pasaron seis años. Con mi carta de pasante bajo el brazo, me di a la tarea de solicitar una oportunidad como docente en el Sistema Nacional de Secundarias Federales; ninguna puerta se abrió, en gran medida por ser, la de Tlaxcala, una escuela desconocida en el universo de las normales superiores; en ese ámbito, las de México y Puebla (en menor medida) acaparaban el mercado profesional. En estas condiciones, acudí al Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos número 15, cuyo Director, Ingeniero Emilio Monroy (Herman Munster, después, mi gran amigo) me envió al naciente Instituto Tecnológico Regional de Pachuca número 20, cuyo Subdirector, Ingeniero Ernesto Ramos Alvarado, me recibió y me ofreció diez horas de nombramiento, lo cual significaba un ligero decremento económico en relación con lo que ganaba como Profesor de primaria. Sin decidirme, salí con la intención de regresar al otro día; ahí, la Divina Providencia tomó la forma de Inocente Zúñiga Mercado, quien después de insultarme, me dijo: -Acepta, esta escuela está en sus inicios; tienes oportunidad de crecer junto con ella. Así empezó una nueva etapa en mi vida profesional, junto a un personaje como el Ingeniero Adalberto Rueda Ramos, Director Fundador, cercano al entonces Secretario de Educación, Ingeniero Víctor Bravo Ahuja. Corría el sexenio del Presidente Luis Echeverría Álvarez.

Como todo Profesor normalista, yo me declaraba izquierdista furibundo, émulo del Che Guevara; potencial guerrillero en los montes del sur… obviamente, mi “profunda ideología” me obligó, en principio, a rechazar la propuesta de Rueda para dirigir unas palabras al Secretario de Educación quien, como invitado de honor, presidiría una cena con el personal de la pujante institución que nacía en Hidalgo, para complementar las posibilidades de estudio, después de la secundaria técnica y de la educación media superior en el CECyT 15. Debo decir que varios importantes personajes dentro del ámbito político y educativo local, se sentían defraudados porque, cuando su lucha de varios años para obtener una escuela de tanta importancia se hizo realidad, no obtuvieron su dirección ni espacios docentes; el noventa por ciento de las plazas se cubrió por un equipo de jóvenes profesionistas (en su mayoría ingenieros) que provenían de diferentes estados de la República. Como yo era Profesor de Español, el Director hizo caso omiso de mi negativa y me obligó a recibir al responsable nacional de la educación, con una pieza oratoria. Con resignación tuve que aceptar el encargo, esforzándome por no parecer tan lambiscón. Mi discurso fue un éxito y pretexto para que el Ingeniero Rueda me acercara con el enérgico Gobernador, quien me abrió las puertas de su protección y simpatía. Yo tenía 24 años.