FAMILIA POLÍTICA

“Quien no está conmigo, está contra mí”
Evangelio, Lucas 11:15-26
 
LOS BUENOS Y LOS MALOS
 

“Maniqueísmo: doctrina religiosa que tuvo su origen en las ideas de Manes (siglo III d. C.) y que se caracteriza por creer en la existencia de dos principios contrarios y eternos que luchan entre sí: el bien y el mal. Actitud o interpretación de la realidad que tiende a valorar las cosas como buenas o como malas, sin términos medios”.
 
Con estas palabras define Wikipedia la esencia de esta conducta, la cual es comúnmente practicada, pero poco reflexionada en vida de todo ser humano. Así, sin términos medios se estigmatiza a quien, entre dos posturas antagónicas, no se define por alguna. Dante Alighieri decía que los indecisos y mediocres no caben ni en el infierno; el limbo era el único lugar que podía admitir su inicua indefinición. Todo esto, a pesar de que Aristóteles estudió con amplitud el fenómeno y generó su teoría del justo medio. José Ingenieros, en su inmortal libro El Hombre Mediocre, tasa a casi todos los seres humanos con el rasero de la mediocridad; sólo se salvan los idealistas, los que piensan en grande; los mártires; los excelsos poetas… Nuestro Presidente Juárez escribió el discurso cuya praxis es la más ignorada por los servidores públicos en los últimos tiempos: “Bajo el sistema federativo, los funcionarios públicos, no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad. No pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes. No pueden improvisar fortunas, ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, disponiéndose a vivir, en la honrada medianía que proporciona la retribución que la ley les señala”.
 
Hegel, en una concepción puramente idealista, generó el concepto Dialéctica: lucha entre opuestos, recurso metodológico para descubrir los auténticos valores. Sabemos que la luz no existe sin la oscuridad, la belleza carece de sentido sin su negación: la fealdad. La justicia sin la injusticia es ontológicamente imposible y así, en todo el universo de las categorías axiológicas.
 
Marx y Engels aplicaron los principios dialécticos al materialismo e hicieron de la lucha de clases el motor que dinamiza el cambio eterno de las sociedades, básicamente con fundamento en la economía: el dominio sobre los instrumentos y factores de la producción.
 
Con estos antecedentes se tejen las luchas políticas en las diferentes etapas y transformaciones del mundo y de nuestra Patria: en La Independencia, La Reforma y La Revolución, el Maniqueísmo ha sido fundamento ideológico y material (consciente o inconsciente) del discurso entre los triunfadores e, inclusive, lineamiento para fundamentar la educación cívica en los diferentes sistemas educativos. Es máxima indiscutible: la historia la escriben los vencedores, aunque los vencidos mantengan su propia visión. Los que triunfan se adjudican, sin ambages, la inmaculada calidad de “buenos”; los que pierden son “malos”, por lo tanto, teóricamente, no tienen derecho a nada. Sin embargo, existe en la práctica una manera de reivindicarse: alejarse del bando equivocado; ponerse el uniforme de los triunfadores y utilizar las loas que dirigieron a sus amos en el pasado, para glorificar a sus nuevos dueños en el presente, con la esperanza de que éste se transforme en un largo y prominente futuro. Parece tejerse así el siguiente silogismo: “Si estás contra mí, eres malo”; “Si te alías a mí, eres bueno”.  Los triunfadores parten del viejo principio: “Quien no está conmigo, está contra mí”. La forma más civilizada de terminar con los enemigos, es hacerlos amigos mediante el exorcismo de sus pecados de ayer.
 
En todo intento de transformación drástica se buscan culpables de que los nuevos planes y proyectos no salgan con la prontitud que exigen las circunstancias, o de plano, se frustren. Desde el punto de vista de los flamantes amos, ellos nunca aceptarán culpas; es cómodo y verosímil construir un escenario ideal, confrontarlo con la realidad y descubrir al malvado que bloquea los resultados: “Yo quiero”, dice el empoderado (el bueno). “No se puede”, replica el disidente, quien por más pruebas que aporte, nunca tendrá la razón, es “el malo”. “El bueno” persiste en su idea e, incluso, puede utilizar los recursos del Estado (la ley, la economía, la propaganda…) para imponer su criterio o recurrir a la cooptación para que la resta se haga suma, por vía de la unanimidad… ¡Cuidado!  En una democracia, las mayorías se legitiman con las minorías. Un Jefe de Estado debe gobernar para todos, no sólo para quienes votaron por él; diputados y senadores, no únicamente representan a sus partidos o a sus distritos, sino a todo el pueblo de su entidad o nación, según el caso; por eso, las democracias modernas son representativas; sería imposible tomar votación a mano alzada a 55 millones de mexicanos.
 
En el criterio maniqueo no hay más que dos categorías de actores sociales y políticos: fifís y chairos; partidarios de la 4T y conservadores; quienes hablan de un Estado fallido y los que consideran que el pueblo está “réquete bien”. En estricta lógica, si se aplica el Principio del Tercero Excluido; no pueden ser verdaderas las dos concepciones ni adoptar una tercera. Son juicios contradictorios.
 
Fuera de este contexto estamos muchos mexicanos, quienes participamos por largo tiempo como servidores públicos dentro del partido mayoritario, y no aceptamos etiqueta de corruptos; tampoco cabe en nuestra concepción política, un “cambio de chaqueta” para curarnos en salud. Consideramos que aquéllos que transitan de un partido a otro por conveniencia, no por convicción, hacen más daño al organismo que los recibe, que a aquel al cual abandonan. Cuando las ratas huyen del barco que se hunde, buscarán nuevos espacios de depredación ¡Ay de aquél que les abra sus puertas!
 
Como profesionista, como servidor público de toda mi vida; tengo amigos valiosos en todas las corrientes y partidos políticos vigentes en los escenarios municipales, estatales y federales; los acepto como son, aunque no compartamos todas nuestras ideas ni posturas filosóficas; creo que éste es un principio de tolerancia fundamental para arribar a una superior calidad de convivencia democrática.
 
Cuando un acto de gobierno no nos parece, lo decimos; eso no nos convierte en traidores, en malos mexicanos ni en apátridas conservadores. En nosotros vive el pensamiento juarista: ¡Contra la Patria nunca tendremos razón!
 
                    

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