La elección presidencial en noviembre de 2016 en EU no tiene precedente. Primero porque el Partido Republicano rompió con la columna vertebral del sistema político estadounidense, acabó con el bipartidismo y polarizó el Congreso a extremos nunca antes vistos. En temas centrales y urgentes no hay forma de llegar a acuerdos, tal es el caso de la reforma migratoria, de la atención médica de una parte muy importante de la población, del déficit presupuestal, entre otros muchos más.
Es también una elección única por la polarización hacia la extrema derecha de las elecciones primarias para elegir candidato del Partido Republicano. Donald Trump sigue arriba en las encuestas y ha jaloneado a todos los precandidatos hacia sus posiciones extremas con resistencias menores si se les considera en términos argumentativos y de preferencias. Encabeza una campaña de derecha extrema en la que destaca la xenofobia y el racismo contra mexicanos y latinos en general. En la frontera con México quiere construir una gran muralla, acusa a los mexicanos de delincuentes y violadores, sin más sustento que su palabra.
Últimamente ha manifestado posiciones extremas contra los musulmanes después de la masacre de San Bernardino, oponiéndose a las políticas de asilo, afirmando que los refugiados provenientes de Siria serían el más grande caballo de Troya, prohijando ya no digamos la discriminación sino odios y criminalización. No le importa con ello favorecer las posiciones más extremas y hacer el juego a los verdaderos terroristas y partidarios del EI para el reclutamiento.
El problema no es sólo Trump, ni tampoco el corrimiento a la derecha del Partido Republicano, sino que sus palabras tengan eco y que entre más ocurrencias dispara más sube en las encuestas. Se mantiene como el candidato favorito en el Partido Republicano. ¿Cómo se puede leer la popularidad de Trump en EU? ¿Está despertando viejos fantasmas que siempre estuvieron ahí? Esa es otra de las características en las que arranca con las primarias el Partido Republicano.
Si Trump fuera candidato el clima político estadounidense durante toda la campaña hasta desembocar en las urnas en 2016 sufriría un enorme daño, no sólo la política, sino la misma convivencia con las minorías. Más aún porque EU vive cambios demográficos en los que en unos lustros más las minorías serán la mayoría de la población. Imposible pensar que pudiera ser electo, por lo que significaría para Washington y el mundo.
Por su parte, el Partido Demócrata lleva las primarias con un tono político distinto, que no alcanza los titulares de escándalo que provocan los republicanos. Otra cuestión sin precedente es que Hillary Clinton va a la cabeza de las primaras con grandes posibilidades de ser la candidata y ganar las elecciones presidenciales. Fue precandidata en 2008 cuando Obama resultó triunfante en las primarias y la elección presidencial.
No hay precedente de que una mujer llegue a la presidencia de EU y Hillary Clinton podrá lograrlo.
Un sin precedente más es que el voto latino tendrá mayor peso que nunca en la elección de 2016. El triunfo de Obama en 2012 el voto latino lo apoyó, pesó en contra de los republicanos. Desde entonces quedó sentada la premisa de que nadie en EU podrá ganar la elección sin el voto latino, menos aún si a ello se agrega el voto de otras minorías como los afroamericanos y musulmanes con derecho a voto por tener la ciudadanía estadounidense. Con Trump los republicanos perderán la elección y mucho más. Como decía una portada de la revista “The Economist” en la que flotaba la peluca de Trump colgada de un helicóptero, “Washington, we have a problem”.
Si Trump fuera candidato de los republicanos haría mucho daño a la política en EU, a la convivencia porque despertaría todos los demonios de la exclusión y el racismo, de los odios y la intolerancia extrema, precisamente en el país más desarrollado del mundo, la mayor potencia económica, militar y nuclear con la que México tiene más de 3 mil kilómetros de frontera, una vecindad y una relación única en el planeta.