LAGUNA DE VOCES
Cada vez se va con más prisa la vida, y el pequeño recuerdo que dejaremos a la hora de partir se achica y se achica, pese a las ganas que tenemos de asegurar que nuestro paso por la existencia ha tenido más luces que sombras; la verdad sin embargo, es que apenas aspiramos y llenamos los pulmones para saborear la entrada del 2022, de pronto nos despertamos en el tercer mes del año, es decir arribamos a la primera cuarta parte que se esfumará cuando pronunciemos las frases de que la primavera llegó con su buen clima, el sol que lleva a pensar en la playa, en la arena, en la posibilidad de olvidar un rato que nos enfilamos decididos a más tramo de nuestra propia existencia, y al júbilo porque, después de todo, sobrevivimos para mirar con incredulidad una guerra desatada por una bola de locos que dicen, todos, tener la razón.
Todo, absolutamente todo, cambia con la edad y yo que nunca lo creí porque juraba que la visión que de niño tenía nunca se modificaría, al grado de desconocerme en una de las pocas fotografías que conservo, trepado en un caballito de los que ponen en las ferias de pueblo, orgulloso de ser un jinete empistolado al lado de mi primo Olimpo, a un ladito de la tumba de quien fundara el periódico “Excélsior”, Rafael Alducín, también creador en México del Día de las Madres.
La vida se va, el tiempo dura menos, para el 5 de enero ya no esperamos a los Reyes Magos, es decir que dejamos de creer en la magia que podía ser la mejor forma de ahuyentar la nostalgia por los años perdidos, la existencia trabada en esos tiempos en que estaba seguro que la eternidad era el único límite para quien así lo quería.
Así que de repente un día estamos seguros, como todos, que construimos una autobiografía para la historia, que cada hecho en que participamos regularmente como simples observadores, ahora resulta que tienen razón de ser porque ahí estuvimos, y lógico es que luego entonces el resultado fue un verdadero acontecimiento histórico.
Pero no es cierto.
Lo único serio de lo que podemos sentirnos orgullosos, es en la capacidad para ver la existencia con amor, con un amor que de tan grande se nos reflejaba en los ojos, nos permitía tocar la espiritualidad de este pequeñísimo viaje que es la vida, y confirmar que después de todo no hemos sido tan solo un remolino de polvo al que tarde o temprano regresaremos.
Hoy que nuestro país vive una guerra real aunque muchos se empecinan en negarla, en que el mundo se balancea entre las visiones eternas de los que califican a los otros de malos, y los otros a los buenos de lo mismo, estoy seguro que, aunque tarde, compruebo que mirar todo con los ojos del amor que es la compasión, tal vez nos permita retrasar un poco el momento en que alguien nos apague la luz y finalmente estemos en posibilidad de confirmar que, después de todo, la magia existe, siempre ha existido.
Que después de todo, con o sin luz que alumbre de nuevo el camino, el camino existe y sigue porque se conecta con otros, y la única forma de hacerlo es a través del amor, el eterno amor que nos mantiene vivos pese a todo, pese a nosotros mismos, pese a la desventura de ya no creer cuando el cielo se oscurece; pese a nuestra propia soberbia que da por hecho el paso inmediato a la historia inmortal.
Pese a todo, el amor es la única garantía de que seguiremos por ahí, en el descubrimiento del camino que lleva a las estaciones infinitas de la vida.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta