PEDAZOS DE VIDA

Cuando has visto a miles de personas pasar por la misma calle, no resulta raro ver una cara nueva, y menos en la ciudad que se extiende como masa en la cocina del panadero. Sin embargo cuando has estado por años en el mismo lugar, aprendes a observar que el árbol no floreó, que los pájaros ya no hacen nido ahí donde siempre, y que incluso el señor del negocio de enfrente ya falleció.

No resulta raro ver los rostros de la gente que pasa, las caras que ya conoces y a los que saludas en la confusión de haberlos saludado antes o de plano de ser la primera vez que intercambian palabras.

Así le sucedió a Marco aquella tarde jueves, cuando a su puesto de revistas llegó una hermosa mujer. Estaba solo y lo único que quería era terminar con los últimos ejemplares del periódico para cerrar e irse a casa, la lluvia había comenzado a caer y con ella la esperanza de vender los diarios, desesperado y cansado, por primera vez en años, decidió cerrar el changarro e irse a casa. Pero al momento de querer bajar la cortina del local, apareció ella, así que decidió dejar abierto e invitarla a pasar.

Su voz era dulce, muy dulce y sus labios lo tenían embelesado con cada palabra que salía de entre ellos. Marco, nunca había visto una piel así de blanca y tampoco había percibido un perfume tan peculiar, entre gardenias y canela.

De esta forma, la tarde cayó entre charla, risas y la lluvia que se detuvo hasta entrada la noche, entonces llegó el momento de partir, de cerrar el puesto y continuar el camino. La hermosa mujer había aceptado la invitación y con esto una nueva vida, así le había parecido a Marco, sin embargo la invitación había sido al revés, sin que él se diera cuenta.

Tras cerrar, caminó con la mujer que lo tomó del brazo,  así se fueron los dos. En tanto el puesto  de revistas se quedó abierto y  con la luz encendida, hasta que entrada la madrugada, un hombre informó que don Marco, el dueño del local estaba muerto detrás del mostrador, un paro cardíaco había sido el responsable.