ESPECIAL DÍA DE MUERTOS | Once años después

Esa noche mis padres visitaron a mi enigmática abuela. Pinche anciana jamás me quiso. Decía que moriría primero. En realidad me culpaba porque siempre supo que yo asesiné a su nieto favorito. Y no me explico cómo lo sabe, ella no estuvo ese día. Para evadir a mis padres y no verla, les dije crispado de rabia que la detestaba. Detestaba sus cigarrillos largos de prostituta, su dentadura amarilla y sus ojos de odio con los que me veía siempre.

Miré hacia la pared, ahí seguía, mi espada que había comprado en el Show Medieval, me hablaba, como diciéndome que ella era la indicada para sacarme de aquel apuro. Sin dudarlo y con premura, fui por ella. Estaba dispuesto a enfrentar mis miedos. A decirles que ya no tenía once años. Abrí la puerta y quedé estupefacto, no era el ser demoníaco que vi primero, era mi madre. Su semblante era como si hubiera sufrido quemaduras y cortadas por vidrios, escurría de sangre, sus pies descalzos, llenos de lodo. Sin decir nada, impetuosamente se lanzó contra mí, con toda la intención de asesinarme ¡quiso ahorcarme! Su fuerza sobrenatural era tanta que me tumbó al suelo, y ya montada sobre mí espetaba: ¡asesino, vas a morir como nosotros! ¡Pagarás por asesinar a tu hermano! Entonces recordé cuando sepultábamos a mi hermano, Alicia juró protegerme y cuidarme sin importar lo que fuera pues no quería sepultar al único hijo que le quedaba. Jamás me haría daño, pensé. Eso no era mi madre, aún con la espada larga en la mano, arremetí tan fuerte contra su cuello de tal manera que la sangre salpicó contra el muro.

Azorado baje las escaleras y menos sorprendido que antes, en la puerta me esperaba otro ser, éste con la figura de Joel, sin dudarlo lo ataqué primero. La espada entró por el ojo izquierdo partiendo en dos las entrañas de su cabeza. Corrí por toda la calle Miradores y aún en mi mente, las escenas anteriores me arrojaron a recordar mis sueños. Me escupían parte de mi pesadilla que olvidaba: El encargado de la funeraria me decía que lamentaba la forma atroz en que murieron mis padres. El automóvil había quedado deshecho y calcinado. Fue mejor que no me entrometí ante tal calamidad, decía. Cuando abrí el primer ataúd yacía mi madre, tan perfecta, con sus labios rojos y delgados, su fina piel blanca, pálida, y sin ningún rastro de quemadura. Solo tenía unas costuras en el cuello. Y al abrir el ataúd de mi padre, descansaba en paz, con un fino traje negro, sus manos en su pecho cruzadas, luciendo el anillo de plata que le regalé en su último cumpleaños. Y casualmente tenía un parche en el ojo izquierdo.

Volví nuevamente a la realidad cuando me detuve en la esquina de la calle Miradores. La primera plana del periódico Milenio, en su el titular de la noticia del día,  anunciaba: “Joven de 22 años asesina a sus padres bajo efectos de estupefacientes”. Entonces mi mente me transportó a donde empezó todo. Después de gritarles a mis padres lo mucho que odiaba a esa vieja loca que se quejaba de todo, fui al departamento de Rubén. El alcohol, la marihuana, un poco de cocaína y LCD fueron los anfitriones. Pronto la euforia, excitación y aceleración se apoderaban de mi ser. Calculé no tomar mucho para volver a casa, hacerlo ahí sería más seguro, así que a hurtadillas, guardé bastantes provisiones.

El juego comenzó, todos rodeamos a la temida guija. Las preguntas empezaron, Rubén quien quedó justo enfrente de mí, hizo un mohín y con toda la intención de mofar y evidenciar mis pesadillas, preguntó que significaban. Mata a tus padres, fue la respuesta. Alcé la mirada ardiendo de coraje hacia Rubén y detrás de él estaba el demonio de mi adolescencia. Te mataré ahora mismo, gritó. Grité también y sin dar explicaciones salí huyendo de ahí. En mi desesperación tomé todas las pastillas de colores que tenía en la bolsa de mi pantalón para olvidarme de todo, con el objetivo de sentirme tan bien como lo fue en la casa de Rubén, antes de ese estúpido juego.

Cuando llegué a mi habitación azoté la puerta tan fuerte que Alicia subió en seguida para ver qué pasaba. En efecto siempre fueron ellos tratando de tranquilizarme. Estupefacto por todo ese “flashback” en mi mente y aún frente al puesto de periódicos, leí más abajo, en los subtítulos que decía: “Tras atacar a sus padres, el joven quedó inconsciente por sobredosis…”

¿En qué momento me perdí? ¿En qué momento pasé a ser parte de ultratumba y paradójicamente vivir con los muertos? Orientado por la nota del periódico, me dirigí al hospital donde reposaba mi cuerpo. Para mi sorpresa era como un imán, mi cuerpo pedía a gritos su alma. No flotaba, no volaba, mis pies tenían las instrucciones y coordenadas exactas de mi habitación en el hospital.

Cuando finalmente llegué, ahí estaba otra vez, sentado al lado de mi camilla. Era el demonio de ojos rojos, con un ornamento negro, como de funeral, en su cabeza un ridículo sombrero tipo inglés de los años sesentas o setentas, su mano reposaba sobre un bastón de empuñadura de oro. Su aspecto de algún hombre profano arrojado de los cielos. Sus gestos faciales transmitían odio, rencor, y a la vez dolor, como de un hombre en pena. Quedé tieso, inmóvil, azorado, intenté hablar o gritar pero ni un ruido pude externar. Se levantó, caminó justo frente a mí. Me has dado dos almas y destruiste mis planes, tú tendrías que haber sido el siguiente, dijo exasperante. Que tengas una pronta recuperación, nos vemos en once años. Y me tocó la cabeza.

Justo cuando parpadee ya no estaba. Y a mi mente volvió la continuación de mi pesadilla: en el umbral, cuando aquel hombre, apurado en su trabajo, bajaba los ataúdes, no me miro a la cara directamente. Cuando finalmente terminó se dispuso a darme la hoja y firmar de recibido. Le di el bolígrafo, lo tomó con sus dedos pulgar e índice, alzó su vista hacia mí y me miró fijamente. ¿Qué clase de broma es esta? Dijo. Bajó un tercer ataúd, tomó sus cosas y salió de ahí, sin decir más, huyendo de mí. Pronto me dirigí a él para saber quién era. A diferencia de los otros, éste estaba vestido de recluso, con algunas cicatrices en la cara, en las manos, pálido como si su piel no hubiera tocado los rayos del sol por años, era yo, pero de edad más avanzada, por fin estaba descansando en paz.

Related posts