HOMO POLITICUS
Lapidario pero cierta, la historia la cuentan los vencedores como si su infausto triunfo, cuando proviene de la traición y la felonía, pudiera con la gloria que pretende generar desviar la atención del crimen y la maldad.
El escritor francés Oliver Bras, ha publicado la novela “maldito Allende” (Maudit Allende), en la que por medio de una ficción,-nada rara, ni tan ficción para los miopes-, narra la historia de un ingeniero expatriado de Chile, que le inculca a su hijo Leo durante toda su infancia las bondades y lecciones épicas del General golpista Augusto Pinochet. Al crecer, Leo se entera de la detención de Pinochet en Londres y empieza a interesarse en el caso y descubre que detrás de la historia que sus padres le habían contado, existe otra, la de un criminal, la de un asesino que violó sistemáticamente la vida y los derechos humanos de miles de chilenos.
Desde allí, desde la sombras de la muerte a Pinochet lo persiguen los cadáveres, que desde ultratumba elevan sus voces y sus rastros en fosas clandestinas que empiezan a aflorar, comienzan a describir los horrores del genocidio del cual fueron víctimas, porque ni la muerte puede ocultar la verdad.
La verdad es que en Chile se negó la verdad, la verdad es que en Chile se intentó ocultar el crimen, la tortura, los campos de concentración y el exilio, la verdad es que Pinochet murió con la etiqueta de criminal, de genocida y que su memoria es la verdadera historia del maldito Pinochet (Maudit Pinochet), de aquel traidor que le juró lealtad a su patria y que palmoteaba el hombro de Allende, como un signo de respeto a su investidura.
La verdad se impone, desde Auschwitz hasta Santiago, desde Villa Grimaldi a tejas verdes y a la Patagonia, sin acallar el susurro de los cadáveres, sin permitir que las lágrimas se olviden, sin secuestrar al dolor que camina por las grandes alamedas, sin duda, con la voz de ese hombre que sólo quiso ser intérprete de grandes anhelos de justicia.
Lo dijo con verdad y desde la verdad, hablo de frente y con valor, reconoció: “no tengo pasta de mártir, pero pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”, quizá ese hombre seguirá contando otra historia, la del Chile cuyo suelo fue mancillado por el odio, la mezquindad y por los neoyanaconas que le entregaron las llaves a la corona.