Escuela

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El faro

Ya se está acabando el semestre en las escuelas públicas. Ya en otras escuelas se concluyó el año y están pensando en la fiesta de graduación y eventos celebrativos. Los alumnos se preparan para estar un buen tiempo alejados de las rutinas cotidianas, de las ocupaciones y tareas que la escuela les proporciona en tiempo lectivo.

La normalidad se ha impuesto en la vida escolar como si no hubiera pasado la pandemia. Todas las actividades se realizan como si el tiempo encerrados en casa, ausentes de la vida relacional propia de estas edades, no hubiera acontecido. La memoria se pone en modo “corto plazo” con la finalidad de no analizar si hubo carencias o efectos de todo tipo en la vida de los alumnos durante el tiempo pandémico. Todo sigue hacia delante como si nada.

Oficialmente no hay mediciones de rezagos. Se hacen recomendaciones generales, pero sin precisión en el diagnóstico. Se enturbia el ambiente con las novedades de la “Nueva escuela mexicana”, con los libros que ya han salido, con los programas que no han salido, con los libros que no han salido, con los análisis de los especialistas que dicen una y mil cosas sobre el tema. Oficialmente no hay pruebas que ayuden a perfilar el estatus intelectual, psicológico y personal de los alumnos tras el tiempo pandémico. 

La educación es uno de los derechos humanos más esenciales (art. 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos). Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en su punto número 4, no se contentan simplemente con el derecho a la educación, sino que sostienen la necesidad de calidad, de acceso universal y de igualdad total. Estos serían dos elementos fundamentales que debieran orientar la práctica concreta en la toma de decisiones educativas en nuestro país.

Esto implica que la oficialía educativa nacional y estatal debiera saber con precisión el número de planteles que tiene, el estado físico de las instalaciones, el número de alumnos que van a la escuela y el de los que no van a ella estando en edad obligada de asistir, la situación concreta económica, tecnológica, psicológica, emotiva de los niños, la situación concreta igualmente de los maestros y familias. También debieran conocer con precisión los diferentes órdenes de gobierno, el nivel académico en que están los alumnos de los municipios dentro de un mismo Estado, de los alumnos en relación con los otros Estados de la República y, por último, en relación con el nivel académico de otros alumnos pertenecientes a otros países.

Todo lo que no sea estudiar con precisión la realidad en que están nuestros niños y jóvenes, abona peligrosamente a acostumbrarnos a un bajo nivel de conocimiento, de desarrollo personal y de crecimiento profesional futuro para ellos. Es responsabilidad de las familias, del Estado y también de las escuelas, detener un momento la rutina cotidiana para preocuparse por reconocer la situación y proyectar acciones a futuro que generen el mayor conjunto de posibilidades de desarrollo en todos los sentidos para los niños y jóvenes.

Este planteamiento es más relevante que otros muchos que se dirimen actualmente en los medios y en la opinión pública. Del desarrollo educativo dependen las vidas de muchos mexicanos y el futuro promisorio o no de nuestro país. No es poca cosa como para sumergirla en la oscuridad del olvido y despreocupación. 

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