
LAGUNA DE VOCES
Todos los recuerdos pueden guardarse en cartas. Es, sin duda, la mejor fórmula creada por el ser humano para no ser parte del olvido a la menor provocación. Así que no pocas veces, desempolvamos la memoria y leemos lo que pensábamos hace 30, 20, 10, siete años, y tal vez la más valiosa de todas las bendiciones que eso otorga, es que en lo esencial somos los mismos si los recuerdos confirman que, después de todo, atesoramos el amor como elemento vital, como la joya más valiosa, como la única posibilidad de garantizar que no traicionaremos la enseñanza vital que nos heredaron nuestros padres y que, lo descubrimos, era muy simple pero la más importante: ser, o por lo menos intentar ser buenas personas.
Hace rato descubrí en ese baúl de las historias que uno cuenta a sus hijos, algunas cartas escritas ya en una computadora de esas que apenas tenían un procesador de palabras, disquetes de plástico donde conservé durante muchos años el juego de unos carritos que se movían igual que el Ping-pong que no eran sino dos barritas que se movían de arriba-abajo para responder a una pelota que era un guion. Pero ahí escribí cartas que luego llevaba al papel en una impresora de punto, de esas que hacían un ruido como zumbido de abejas.
Solo el pensamiento trasladado a las palabras puede hacer el efecto que ya grandes, es decir en edad adulta, necesitamos para poder comprender muchas cosas, olvidar las que deben ser olvidadas, y, sobre todo, aspirar a querer el que deseamos sea un largo camino hasta donde sea asunto obligado cerrar los ojos, siempre y cuando alguien nos garantice que lo haremos para despertar con los recuerdos suficientes, y garantizar que no pasamos en balde las docenas de oportunidades que se llaman vida.
Por eso se escribe, ya no tanto como para querer seriamente llegar a ser un escritor de renombre, casi idolatrado o muy conocido. Hasta para eso es remedio la edad, porque nos sitúa en una realidad que está muy cerquita de la comprensión de las cosas, sin que esto sea entendido automáticamente con que la vejez da como garantía inmediata, la sapiencia o cosas por el estilo. No, no es para tanto.
Lo que sí otorga, y a veces tampoco, es la lealtad con el amor; la lealtad con la compasión; la lealtad con la misericordia; la lealtad con uno mismo, para nunca dejar de ser lo mejor de nosotros mismos, esos que descubrimos en las cartas que antes entregábamos de mano, y ahora se envían por el correo de Gmail. Pero cartas, no mensajes cortos como los WhatsApp o el Telegram. Sin embargo, los pequeños mensajes tienen la magia de hacer crecer la vocación por escribir algo más amplio, más personal, y eso es ganancia.
Pero insistiré: leer lo que escribimos para otras personas es bueno, en caso de que se conserven por algún milagro junto a la invitación de mi hija a sus XV años, cuando hace poco celebramos los 15 de su hija, es decir mi nieta, junto a fotos donde apenas nos reconocemos porque el tiempo no pasa de gratis.
Vale la pena hacer cartas.
No lo dude. Y no, de ninguna manera es un asunto para gente que dedica su vida a escribir. Es asunto de las personas que se quieren, se aman. Mi mamá le escribía a mano, decenas de éstas a su queridísimo hijo que era y es Adalberto. Estoy seguro que hoy mismo recordarán juntos esas palabras, que le otorgaron la bondad como eje de su existencia a mi hermano.
Así que le sugiero haga la prueba, dígales a sus hijos, a cada una de las personas que sabe que ama y lo aman, que se tomen el tiempo de escribirle una carta por lo menos el primer día de cada mes del año.
Descubrirá que en breve tendrá el archivo más valioso de toda su existencia, en un lugar especial de su Gmail, de su iCloud o de su Hotmail, en caso de que haya decidido conservarlo por asuntos de la nostalgia.
Y por supuesto, por ningún motivo pierda las cartas que le hayan entregado impresas, o elaboradas a mano, porque nada se compara con esa posibilidad de saber que esa persona se tomó el trabajo de tener tiempo para dirigirle unas palabras escritas de su puño y letra.
Vale mucho la pena.
Se lo puedo asegurar.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajuarez.MX
Twitter: @JavierEPeralta