Citan diversos doctrinarios del derecho que la esclavitud en la antigua Roma se consideraba como una institución social, entendida como la relación que unía a esclavos (servi) y dueños (domini). Entre ellos se creaban una serie de vínculos similares a los que se podían dar entre emperador y súbdito, oficial y soldado, o, y con el ánimo de entrar en la moda legislativa en México, como patrón y obrero, claro, solo como símil comparativo.
El propietario ejercía sobre el esclavo un poder absoluto, éste se encontraba en todo momento a disposición del amo, de un modo discrecional, sin posibilidad de desobedecer y sin condiciones, sin compensaciones estipuladas de antemano; hablo de la esclavitud y no de la situación laboral que impera en muchas partes de México que pudiese tener otro símil.
El señor esperaba del esclavo sumisión y lealtad, de lo contrario sería coaccionado y forzado a obedecer de la forma que el señor considerara apropiada; hoy, en nuestra época, se diría que se le despediría con facilidad.
No había entre ellos ningún acuerdo o fórmula de reciprocidad en derechos y deberes, sino una relación dirigida unilateralmente para ejercer un derecho, el del propietario, que consistía en la exigencia y satisfacción de servicios de índole muy diversa a prestar por el esclavo; hoy lo obligarían a trabajar por horas con la incertidumbre de saber si mañana habrá trabajo.
Los domini, generación tras generación, influidos por la educación que recibían en sus casas, asimilaban desde la infancia la capacidad y el derecho a dar órdenes a sus servi; hoy los servi tendrían que trabajar años sin la esperanza de que se tomara en cuenta su antigüedad.
Para los propietarios el trabajo físico era degradante, propio de esclavos y de las clases más humildes que no tenían otro medio para subsistir. El rico podía dedicar su vida al ocio, su trabajo se limitaba a dar las órdenes oportunas a sus esclavos. Hoy a los desobedientes se les removería inmediatamente para dar entrada a personal subcontratado, cual simple insumo sustituible.
En Roma, el derecho y la autoridad que el señor ejercía sobre sus siervos se fundamentaban en la idea de que la esclavitud se origina en la guerra, donde el vencedor tiene el derecho a disponer de la vida del vencido, matarlo o perdonarle la vida y convertirlo en su esclavo; en esta nuestra época que nos tocó sobrevivir, esa autoridad ya no viene de la guerra, pero sí de aquellos que determinan legitimar ese estatus de sometimiento mediante acuerdos planchados o decisiones legislativas disfrazadas de progreso hacia el primer mundo.
Como podemos ver, la situación en la antigua Roma es poco menos que imposible que la podamos tener en México, pues en aquella cultura, al darse cuenta que el trato dado a los esclavos se estaba tornando en un riesgo a la seguridad nacional, decidieron promover las manumisiones, es decir, otorgar libertad a sus esclavos; en nuestro estado mexicano movemos las reglas a la inversa, y con la sutileza de la que somos capaces, en nuestra inconsciencia, solamente reformamos leyes para justificar la ineficacia de gobiernos.
La democracia romana se queda chiquita si la comparamos con la política mexicana, nuestro avance es de tal naturaleza, que ya le dimos la vuelta a todas las innovaciones; y en esa vuelta de escases de ideas propias, ya regresamos a nuestro punto de partida para iniciar desde el principio, esto es, avanzamos regresando, ¡qué genialidad¡.
El tiempo pondrá a cada quien en su lugar, la felonía está dándose, y mañana, lo aseguro, estaremos tratando de aventar esa papa caliente y lavarnos las manos, pues hoy, sin uso de razón social, hemos dado la espalda a los intereses del verdadero pueblo, ese que ayer votó por la esperanza, pero que hoy solo se le ha dado puro circo y nada de pan
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está
Lic. Miguel:.Rosales:.Pérez:.