PEDAZOS DE VIDA
Dicen que las noches de lluvia pueden generar el primer acercamiento corporal entre la persona que te gusta y con la que podrías, como pretexto, compartir el paraguas para que no se moje. Ya que una tarde de lluvia o una noche, dan por resultado el panorama perfecto para que las dos personas se den calor al juntar sus cuerpos y caminar por la calle, pero no siempre es así, esa es la visión romántica de cualquiera que vive pensando que el amor impedirá que dos personas mueran electrocutadas por la acción de un rayo que atrajo la punta del paraguas bajo el cual tenían resguardo.
Sin embargo no es momento de hablar de escenas cursis que son posibles solo en las películas, esas en las que por más que se mojan los protagonistas nunca tienen un resfriado que se les complica en algo así como bronconeumonía y mueren. Ni tampoco de aquellas en las que juntos caminan bajo la lluvia, sin importar la hora que sea, y mucho menos de aquellas escenas en donde la lluvia se convierte en melodía del ambiente que genera un beso.
Tampoco quiero hablar de las miles de personas que se han suicidado en una tarde gris que comienza con el aglutinamiento de nubes y que concluye con alguna inundación, como si un río limpiara las penas de los depresivos con la muerte que les provoca el sentir la ausencia en un día gris, apagado, de lágrimas que se escurren en la nada hasta estrellarse contra el piso, lagrimas que se convierten en charcos de melancolía, de tristeza y soledad.
Esa noche de lluvia, sin el acompañamiento del alcohol, caminaba rumbo a mi casa, mirando como las calles se morían después de la tormenta, como si hubieran sido ahogadas en asfalto del silencio, caminaba con el único cobijo de mi chamarra de cuero, y con la cabeza empapada por el rezago de lluvia, la llovizna que aunque parece más inofensiva, no deja de mojar.
Inútil hubiera sido encender un cigarrillo, en esos momentos no queda más que acelerar la marcha, caminar hasta llegar a la entrada de la gran avenida donde se encuentra el edificio en el que se han ido quedando mis vivencias, mis secretos y mis camas destendidas por el calor de las noches de primavera.
Aquella noche, vi como del otro lado de la avenida venía en sentido contrario una mujer, que con falda larga y paraguas caminaba bajo la lluvia, faltaban dos casas para que pudiera llegar a mi puerta cuando la mujer estuvo del otro lado de la acera a la misma altura que yo, sin pensarlo giré la cabeza y la miré, ella se dio cuenta, se tuvo que dar cuenta porqué se apresuró a cerrar el paraguas y enseguida desapareció, no hubo un grito, ni estaba vestida de blanco, no vi que sus pies estuvieran flotando como dicen muchos que hacen los muertos, los fantasmas. Ella cerró su paraguas y se desvaneció entre la llovizna, yo entré a casa estaba blanco, y muy mojado, ha sido la única vez que he mojado los pantalones.