DE CUERPO ENTERO
San Jeronimito después de unas elecciones ejemplares donde la democracia recorrió todos los caminos y rincones, ahora parecía que había brincado muchos años atrás. El Sr. Cura resplandeciente como un sol, estaba presente casi todos los días en la radio y en los pocos periódicos de la comarca, siempre señalando la labor histórica de Artemio, remarcando la convicción comprometida con las causas totales del pueblo, y augurando un futuro lleno de virtudes y buenas costumbres.
SAN JERONIMITO es un pequeño jirón de nuestra patria, un pueblo apartado de las grandes urbes, de las enormes metrópolis de ahora, pero posiblemente el más cercano a la magnificencia de la bondad y la honorabilidad. Sus calles cuajadas de amapolas, con el olor fresco siempre de los geranios en flor, de los chabacanos y ciruelas recién cortadas y llenas de sol tanto en primavera como invierno, son el marco inequívoco para abrir sus brazos a su nuevo presidente municipal electo.
Artemio ex, presidente de la vela perpetua y la adoración nocturna, asistente constante de su grupo de AA, asumió su cargo imponiendo a su equipo de regidores: comunión diaria, y a aquellos con segundos o terceros frentes, abandonar ipso facto esta vida pecaminosa y solo predicar con el ejemplo de auténticos y devotos esposos. Más de la mitad tuvo que hacer maroma y circo para acomodar a sus otras doncellas en los pueblos cercanos, mientras a Artemio se le pasa esta febril cruzada por la castidad, dicen algunos.
Artemio Cienfuegos, presidente de San Jeronimito de los Alducin, está decidido a hacer de su pueblo un valladar de honorabilidad, y sobre todo de muy buenas costumbres. Por eso cuando en su primera reunión de cabildo le hicieron saber que algunos parroquianos se quejaban por el escándalo que significaba el único centro nocturno del pueblo, no dudó en asegurar que debería de clausurarse y que en su lugar se diera origen a un centro recreativo familiar; y en un arranque de cordura y bondad, propuso que a todas las trabajadoras de ese pecaminoso sitio, se les ofreciera trabajo de empleadas domésticas en todas las casas de los regidores, él pondría el ejemplo contratando a dos, “a las que me dejen”, arremetió en su participación.
La mujer de Artemio siempre sintió temores cuando las susodichas trabajadoras ahora domesticas llegaron a su casa. Las atenciones del Sr. Presidente hacían pensar más en dos invitadas que en dos asistentes, y aún más cuando Artemio insistió en que para no sentir tan violento el cambio, podrían vestir con la misma indumentaria del trabajo anterior.
Después de esto las decisiones fueron inauditas y algunas francamente hasta graciosas:
-Todo mundo tenía que estar en casa antes de las diez de la noche, salvo por causas de fuerza mayo.
-Todas las películas que exhibía el único cine del pueblo eran fiscalizadas por el mismo Artemio, y con una facilidad increíble disponía de las que los Jeronimences sí podían ver y de las que no.
-A todos los que vivieran en unión libre les dio un periodo de gracia para regular su compromiso, y de no hacerlo, serían sancionados por atentar a las buenas costumbres.
-A los dueños de las estéticas conocidas del pueblo, a las más modernas donde inclusive Artemio y su mujer suelen acudir, se le dio un trato diferente, puesto que si bien es cierto se rumora son homosexuales, como dijera el Sr. Presidente a los rumores siempre oídos sordos, recomendó solo que vistieran un poco menos llamativo y hablaran con más decoro, con más energía.
San Jeronimito después de unas elecciones ejemplares donde la democracia recorrió todos los caminos y rincones, ahora parecía que había brincado muchos años atrás. El Sr. Cura resplandeciente como un sol, estaba presente casi todos los días en la radio y en los pocos periódicos de la comarca, siempre señalando la labor histórica de Artemio, remarcando la convicción comprometida con las causas totales del pueblo, y augurando un futuro lleno de virtudes y buenas costumbres.
Pero siendo así las cosas de la vida, y como siempre suele suceder hasta en las mejores familias, llegó el día que Nuestro Sr. Presidente tuvo que enfrentar el regreso de su pasado, su historia de vida que según él estaba ya olvidada.
Una mañana, después de mucho tiempo de espera, consiguió audiencia una mujer humilde que tan pronto la vio supo que el mundo se le venía encima.
El que le haya informado que después de haberla forzado en sus galanteos se había embarazado, solo fue confirmar lo que él sabía ya desde el principio; sin embargo como todo auténtico iluminado, le aseguró que para guardar las apariencias le daría un puesto en el servicio de parques y jardines.
En realidad nuestro buen Presidente Municipal tiene un pasado que como sombra lo atormenta casi diario; no solo se trata de este hijo no reconocido, sino de otras doncellas que aguardan, eso sí en casas propias que con su digno trabajo de político les ha comprado al paso del tiempo. La actual, es de origen francés y cuando descubre que le hacen burla porque más parece su nieta, él con un aire de victoria se dice para sus adentros: “pinches envidiosos”.
Artemio, dirían las abuelitas, luce mono: se cambió toda la dentadura, se implantó peló y cuando habla suele terminar con una frase que conmueve a todos: “que Dios me los bendiga”.
Han pasado meses de un nuevo gobierno, Artemio siempre que encuentra la oportunidad habla, señala, fulmina, y si se trata todo aquello que atente las buenas costumbres, inmediatamente lo cancela, lo aniquila.
A los programas de educación sexual de la escuela secundaria del pueblo, los revisó y decidió al fin que lo mejor sería que el propio Sr. Cura fuera el profesor titular de esta materia; al único motel del pueblo lo dejó trabajar siempre y cuando cerrara antes de la diez de la noche, y sobre todo se comprobara no entraran mujeres casadas (sería una muy mala costumbre).
Para los más viejos del pueblo, lo que sus ojos ven casi no lo creen, una arremetida de moral, de nobles caminos se vislumbran por todos lados, y cuando por las tardes sentados en el parque platican, cómo añoran los tiempos pasados, los ayeres llenos de cosas nuevas por descubrir. “Qué Dios nos agarre confesados”, exclaman contagiados por la devoción.