Esa sombra

PEDAZOS DE VIDA

Con el tiempo y ante la incredulidad de la gente, uno termina por resignarse, por decir que aquellas sombras que nos persiguen sin descanso, son productos de nuestra imaginación. Con el tiempo se vuelven tantas que pareciera que a nuestro alrededor se nubla sin razón. Es como si tuviéramos unos lentes defectuosos que nos permiten ver con claridad pero a momentos nos muestran como si fuera producto de una grabación, las sombras que están ahí pero que debemos ignorar.

Yo siempre vi sombras en todas partes. Sombras que llegaban desde el cielo y se clavaban como alfileres para tomar formas de personas una vez que chocaban con las paredes. Sombras que se alargaban y se contraían para seguirme por todas partes. Sombras grandes como los árboles y pequeñas como las ratas. Cuando estas apariciones se repiten con mayor frecuencia se hacen costumbre, dicen que a todo se acostumbra uno.

Yo tenía como veinticinco años cuando descubrí que no se trataban de muchas sombras, que siempre había sido una sola, una que jugaba a dividirse y transformarse en muchas al mismo tiempo, fue cuando vi como si una bola de plastilina se desgarrara para fragmentarse y salpicar como tinta por todas partes las sombras que tanto me perseguían.

No hay cura para ese mal, no hay cura para el don que la vida te ha dado, pero si hay forma de contrarrestarlo. Hoy ya no tengo sombras, me han dejado de seguir, y hasta este momento he sabido que no se trataron de espíritus, que fue en vano los baños en agua bendita y las veladoras de los brujos de Catemaco, que de nada había servido el ritual de la Santería Cubana, que simplemente las sombras dejan de existir cuando se apaga la luz.

Cuando se apaga la luz, llega la oscuridad, el silencio del tiempo muerto, de la conciencia dormida. Oscurece lentamente, la sombra del destino ha llegado, esa no se equivoca, ya no hay luz, ya no hay luz, ya no hay luz…

 

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