FAMILIA POLÍTICA
Las reuniones de café, después de cierta edad, se convierten en actitudes rituales, reiterativas; tienen un guion a seguir, aunque el contenido varía de acuerdo con las noticias de la semana y las conductas que los héroes o villanos calificados por el grupo, hayan asumido en esos cortos lapsos. Es claro que normalmente no coincidimos en la aceptación o rechazo de los personajes que los medios o las redes sociales ponen frente a nuestras humeantes tazas. Cada vez, diferente protagonista llega y se adueña del espacio; se posesiona de nuestra atención y crítica feroz o defensa a ultranza. A veces, después de destrozar a algún político o política, se abre un remanso para hablar de tópicos algo más trascendentes. Así, comienzan las reflexiones de los amigos, vecinos, líderes o simples conocidos que tuvieron alguna cercanía para bien o para mal, con nosotros… de pronto, alguien pregunta: ¿saben quién murió? Las respuestas suelen ser tan amplias y múltiples como la suma de los universos de quienes integramos ciertos grupos. El recuento es, la mayor parte de las veces, la crónica de alguna realidad; nuestro ámbito de convivencia es relativamente pequeño, la prensa estatal y nacional nos induce a recurrir a determinados temas, aunque cada quien, en lo más íntimo de su ser, tenga su propio mundo lleno de personajes no compartidos, pero que están ahí o estuvieron antes de perderse en el olvido.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, decía Neruda después de afirmar que podría escribir los versos más tristes, en una noche cualquiera de bohemia. La penumbra es así; la oscuridad es cómplice para mirar y admirar cómo tiritan las estrellas, que son como recuerdos de los personajes que se fueron, al mismo tiempo tan cerca y tan lejos de nosotros, como las damas de Tablada, quien escribía en alguna calle de New York: “Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida, tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida”.
El viento de la noche es, en Pachuca, casi siempre fuerte y frío, poco proclive a la reflexión poética de quien no está acostumbrado a su serena y a veces violenta caricia, sin embargo, está siempre en el cielo y siempre canta.
Las reminiscencias surgen en noches que parecen iguales, aunque sean únicas e irrepetibles; añoramos a los seres queridos y deseamos que el idioma nos alcance para escribir versos tristísimos, recordando cuánto los amamos y cuánto nos amaron. Por eso decía Neruda, claro, refiriéndose a la mujer amada: “Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido”. Otros no hablamos solo de la mujer amada, hablamos también de la madre, del padre, del amigo… de todos aquellos por quienes el alma no se resigna con su pérdida. Por eso, en la añoranza, la noche se hace inmensa y “el verso cae al alma como al pasto el rocío”.
Pensando en mis progenitores, después de diez años de muertos, reflexiono: ¿Qué importa que mi amor no pudiera guardarlos? La noche está estrellada y ellos no están conmigo… como para acercarlos, mi mirada los busca, mi corazón los busca y ellos no están conmigo… “La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.
Volviendo a la mesa de café, hoy (martes 20), circunstancialmente hicimos una especie de pase de lista de aquellos que tuvieron una silla que ahora luce vacía, de los nuevos que llegaron y se fueron, de algunos que vienen a pasear sus soledades en la risa sincera de los que todavía estamos aquí. A veces es fuerte la sorpresa cuando alguien abandona nuestro entorno sin despedirse. Amigos, de veras, con quienes ya no compartiremos la risa sonora o la reflexión callada. Los hijos, descendientes y familiares están ahí, pero nunca será lo mismo.
Un viejo amigo, psiquiatra de profesión, escuchó mis quejas por la partida de mis padres: hijo único, consentido, nutrido de apapachos y halagos desde la primera infancia, de pronto, pasados los cincuenta, me sentí en total orfandad dado que, en un lapso menor a dos años murieron mi madre y mi padre, en ese orden. Que yo recuerde, jamás había sentido dolor tan intenso ni sentimiento de soledad más acendrado. Entendí que la orfandad no contempla edad para atacar a alguien y que ellos no están conmigo, aunque ya tampoco soy un niño. El psiquiatra me cuestionaba: comprendo que te duela; entiendo que te lastime, pero pregunto, recurriendo para ello un poco al mundo de la fantasía: Si un Ser con poderes maravillosos sobre la vida y la muerte te dijera que, con una sola petición tuya podría hacer que volvieran a la vida tus padres, en las mismas condiciones en las cuales se fueron, ¿qué le contestarías?
Sin dudarlo, contesté que no; que el ciclo de la vida se cumplió en esa etapa y se seguirá cumpliendo por los siglos de los siglos.
Aquí estamos, pero ya no somos los mismos que fuimos.
Ruego a mis amables lectores, perdonarme por hacer de un poema amoroso, una elegía por los tiempos que llegan y los amigos que se van.