EPÍSTOLA TAURINA

#ENTRE EL CALLEJÓN Y EL TENDIDO

Eduardo Ramírez Ortiz.
Presente.
Estimado Eduardo, vayan estas líneas a la reflexión de la trágica y lamentable muerte de Mario Alberto Aguilar Tavares, Mario Aguilar, ese joven torero aquicalidense que “tenía la onza”, según los clásicos, para ser figura del toreo pero, ese desgraciado “pero”, no logró alcanzar el sitio que le correspondía en la Fiesta Brava y el pasado domingo 10 de junio, decidió dejar este mundo en el que seguramente se sintió incomprendido, por propia mano.
Inexplicable, incongruente, la muerte de Mario. Inexplicable porque retomaba su carrera taurina después del impasse que lo había mantenido alejado de los ruedos, toreando apenas en tentaderos, hasta la su reaparición en el Serial de San Marcos de este 2018, aunque sin los resultados que el torero hubiera deseado. Incongruente porque después de haber desafiado a la muerte frente a los toros, terminó sus días por decisión propia.
La Fiesta Brava, está llena de contrastes, de luz y sombra, triunfos y fracasos, de vida y de muerte, porque, indudablemente en la certeza de la muerte presente tarde a tarde en las plazas de toros, en el riesgo implícito y latente de perder la vida, que conlleva el arte de lidiar reses bravas, radica la verdad del toreo, por ello el hecho de que un torero resulte herido e incluso muera por cornada es un riesgo calculado, inherente a la naturaleza de la Tauromaquia.
Así lo asumimos, desde José Cándido Expósito hasta Iván Fandiño, pasando por “Joselito El Gallo”, “Manolete”, Alberto Balderas, Víctor Barrio, “El Pana”, toreros, ganaderos, empresarios, aficionados, aceptamos que los toreros mueran en el ejercicio de su profesión, que al final de cuentas es y será el tributo que han de pagar los hombres que deciden abrazar la profesión de Toreros.
Los aficionados s ls Fiesta de Toros, lo sabes de sobra, asisten a las Plazas de Toros con la certeza de que van a presenciar una puesta en escena en donde la muerte es tangible, pero además la multitud lleva la convicción del riesgo que enfrenta el lidiador de resultar herido o, aún más, muerto en cualquier mal momento, y seguramente no serán pocos los que muy íntimamente lo esperen; en muchos poblados si no se registra un herido durante los festejos taurinos de sus
celebraciones se sienten defraudados, “este año no estuvo buena la fiesta” suelen asegurar y sin embargo, paradójicamente, cuando sucede algún percance de gravedad se horrorizan e inmediatamente se conduelen del caído solidarizándose con su dolor, “considerándose íntimamente culpables de aquella desgracia”, como decía Juan Belmonte “El Pasmo de Triana”.
Por ello entendemos esas muertes, calculadas y aceptadas, lógicas y naturales en la Fiesta Brava, lo que, de ninguna manera, te confieso, he podido entender, es el porqué un ser humano termina con su vida de mutuo propio y mucho menos un torero, más aún en la flor de la vida y con tantas posibilidades de triunfo.
La muerte de Mario Aguilar, como la de otros toreros que han decidido poner fin a su existencia de propia mano, encierran siempre un misterio difícil de descifrar y obligan a la pregunta ¿que hace a estos hombres que se han hablado de tú a tú con la muerte en múltiples ocasiones, ante los pitones de los toros bravos, a poner fin a sus días?, en algunos casos la justificación podría ser la imposibilidad de continuar en el ejercicio de la profesión por deficiencias físicas, como Christian Montcouquiol “Nimeño II” y David Silveti Berry (Padrino y ahijado coincidentemente) que ante sentencia cruel del destino a estar limitados de sus facultades, condenados a no volver a vestir el terno de luces, prefirieron poder fin a sus días.
Pero, ¿Mario por qué?, ¿sería acaso también la imposibilidad de torear lo que merecía su arte?, el abandono en el que se sintió de todos aquellos de quienes esperaba apoyo? Hemos dicho que la Fiesta Brava es de Triunfos y Fracasos de luz y sombra, pero en dos polos muy opuestos, el triunfo está lleno de gente que adula y quiere estar al lado del triunfador, en tanto el fracaso, la sombra del olvido debe de asumirla en su soledad el derrotado.
Después de la tragedia vienen los actos de contrición, que en lo particular encontré la mejor manifestación en el mensaje del hispano Paco Ureña “No se si no te dejamos volar, o si es que tus alas merecieron surcar otros cielos”, creo estimado Eduardo que lo escrito por Ureña lleva una inmensa verdad, cuantas figuras del toreo se han perdido porque se les impide volar.
Por lo demás, como decía el Trianero habrá quienes se horroricen y conduelan del caído, “considerándose íntimamente culpables de aquella desgracia”, pero que al final, en su funeral Mario no les mereció su, aunque fingida, presencia.
Seguramente como tú lo mencionaste lo de Mario Aguilar “fue la tristeza”.
Por ahí nos vemos ENTRE EL CALLEJÓN Y EL TENDIDO si Dios lo permite.

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