Entre el dolor y el arte

LA CULTURA DEL TATUAJE (REPORTAJE PARTE 1)
    •    Un conejo en la luna, un símbolo tatuado en la piel


La aguja comenzó a entrar y salir sin piedad. El artista limpiaba el exceso de tinta y la sangre que escapaba de la herida provocada en el lienzo que es la piel. Así es al inicio, luego y conforme pasa el tiempo, el dolor se atenúa, se hace tan monótono que parece que desaparece para resurgir en alguna otra parte, donde la máquina (en manos del tatuador) sigue dando forma cual pincel a la obra que está gestándose en mi propia espalda.
    
Tras ocho horas de haber llegado al estudio y después de que me limpiaran los restos de tinta y sangre, pude ver, a través de una fotografía, el diseño que unos meses antes era sólo la idea vaga del tatuaje que quería tener en mi cuerpo, un conejo en la luna, rodeado de lunas y estrellas, y coronado con una serpiente que terminó siendo la misma coatlicue, la diosa madre, la de la fertilidad.

Pasaron más de cinco años para que tomara la decisión y quizá la pregunta más difícil que tuve que contestarme fue la de “¿Para qué?” ¿para qué quieres que te pinten en la piel un dibujo que bien puedes tener en un cuadro de tu casa, el ¿por qué? fue más fácil, porque tenía deseo de conocer en experiencia propia lo que implicaba el proceso de un tatuaje, pero el para qué, fue resuelto incluso hasta el último momento.

“Para tener en mi piel el simbolismo de todo lo que uno quiere tener en esta vida”; sí, el para qué y el por qué de un tatuaje tienen respuestas distintas en las personas, en mi caso estaba resuelto.

Así fue como se consolidó la idea de convertir una parte de mi piel en el lienzo en el que el tatuador, que es un gran artista, diera vida al diseño que con su ayuda se convirtió en una edición única, en la que pude representar mi numerología, mis creencias, el amor por mi familia y parte de mi propia personalidad: un conejo en la luna rodeado por una serpiente bicéfala, que en su contorno tiene 13 estrellas, y en el interior nueve lunas de las cuales tres se cuelan al círculo central…

El dolor, hace pensar nuevamente “¡qué pinche necesidad de sentir esto!”, sin embargo también se convierte en el motor que nos hace sentir algo diferente, un dolor que sabemos será pasajero. Un dolor que algunos agarran como meditación para reflexionar sobre su propia existencia, un dolor que causa adicción en otros, un dolor que combinado con el frío de diciembre hizo que comenzara a temblar, sin distinguir a momentos entre ambos.

En los últimos años se ha visto un mayor auge en lo que podemos definir como “la cultura del tatuaje”, es fácil contar por lo menos 10 personas tatuadas cada vez que salimos a la calle, los diseños varían, hay trabajos que son dignos de un artista pero también hay ejercicios quizá un tanto torpes de quién, probablemente con la práctica, se consolide más adelante como un tatuador profesional.

Al final, el tatuaje es un símbolo que se va traer en la piel, es un gusto que las personas quieren darse, y si caminamos por la calle y preguntamos el por qué del tatuaje que trae en alguna parte del cuerpo, las respuestas son diversas y a momentos sorprendentes, por lo que siempre es bueno escuchar la historia que hay detrás del arte que se gestó a través del dolor, aunque el hecho de si es un arte o no, queda pendiente, ya que es entrar a un laberinto en el que la creatividad, el trabajo que se realiza, la forma, técnica, e incluso la conceptualización del diseño generan perspectivas que en algunos casos se consolidan como una arte única y auténtica y otras como la copia de un diseño o bien el intento no logrado de este. 

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