ENTRE EL CALLEJON Y EL TENDIDO

ENTRE EL CALLEJON Y EL TENDIDO

Setenta y cuatro años sin “Manolete”

Estimados Amigos, con el placer de saludarle como cada semana a través de Plaza Juárez. Finalizando las efemérides luctuosas, del mes de agosto, este domingo 29 se cumplieron setenta y cuatro años del trágico deceso del diestro Cordobés Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”, muerte de una significación relevante, por tratarse de quien al momento de su muerte era indiscutiblemente el “mandón” de la Fiesta Brava, en España y el mundo taurino, cobrando lo que ningún diestro había ganado por actuación. La trascendencia de la cornada y muerte de “Manolete” reside en que, nadie, ni siquiera sus más acérrimos adversarios y enemigos, que los tuvo a montones, podrían haber supuesto que un toro fuera capaz de quitarle la vida a semejante torero, todo sapiencia taurina, valor y honestidad profesional, fue la muerte de Manuel Rodríguez, en condiciones similares a la de José Gómez Ortega “Joselito”, cuando eran los toreros más poderosos del momento, pudiéndole prácticamente “a todo lo que saliera por la puerta de chiqueros”, si bien es cierto que las cornadas las pegan los toros y las reparte Dios, el que las origina en la mayoría de los casos es otro ente, uno al que se ha dado en llamar “monstruo de mil cabezas”, que es pasional y apasionado, benévolo y cruel, que ama y odia; y que, en la fiesta de los toros, como en ningún otro medio es tremendamente veleidoso el público, sí señor, ese que un momento jalea con entusiasmo desbordante, pero al siguiente segundo abuchea y vitupera sin piedad; y que cuando se produce la cornada se lamenta y gime, se horroriza y santifica al sacrificado.

En las muertes de “Joselito” y “Manolete”, mucho tuvieron que ver los públicos, con veintiocho años de diferencia, ambos diestros días antes de sus decesos fueron denostados por el conocedor público madrileño, saliendo de sus compromisos con el firme deseo de no regresar a Madrid e incluso con la intención de quitarse de toreros, sin embargo, el destino, Dios, les tenía deparado un final mucho más digno que el destierro o el olvido taurino, una muerte torera que inmediatamente los transformó en inmortales.

Por ahí nos vemos ENTRE EL CALLEJÓN Y EL TENDIDO si Dios lo permite.

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