Ensayo y error

FAMILIA POLÍTICA

“La Epistemología, como teoría del conocimiento,
se ocupa de problemas tales como: las
circunstancias históricas, psicológicas y sociológicas
que llevan a la obtención del conocimiento y los
criterios por los cuales se le justifica o invalida,
así como la definición clara y precisa de los conceptos
epistémicos más usuales, tales como: verdad,
objetividad, realidad, justificación…”
Definición académica.

En un grupo de amigos muy cercanos, uno de ellos me preguntó más o menos lo siguiente: ¿Qué va a hacer el Presidente de la República, cuando sus gravísimos errores, de palabra y acción, que comete todos los días, hagan crisis? (por supuesto, se refería al presidente de una república africana). Me atreví a contestar como Profesor: “Él no va a tomar medida alguna para rectificar su estilo personal de gobernar. El primer paso para solucionar un problema, es admitir su existencia. Sin conocimiento no existe voluntad y sin voluntad, la conducta no cambia”.
Todo hombre (o mujer) de poder, en mayor o menor medida, con su consentimiento o sin él, restringe su visión al primer círculo de sus colaboradores; esto es, mira al mundo a través de los ojos de quienes le rodean y toma decisiones con base en la información que ellos le proporcionan. “El hombre es él y su circunstancia”, decía nuestro filósofo de cabecera (JOyG). La personalidad es suma de factores innatos: inmodificables, irrepetibles, únicos (temperamento, identidad, yoísmo) más todas las influencias externas adquiridas: economía, religión, lenguaje, raza (circunstancia)… que sí pueden modificarse. Lo que los seres humanos somos, más lo que podemos ser, determina la imagen de nuestros gobernantes; la visualización prospectiva de cómo los registrará la Historia.
Algunos son receptivos a las exigencias del pueblo, están dispuestos a rectificar sus decisiones cuando advierten y admiten que están mal. Otros, por el contrario, se empecinan en hacer caso omiso de sus críticos; escuchan sólo a quienes nutren su megalomanía y llevan hasta la ignominia su concepto de “lealtad”; todo con tal de no contradecir a su amado jefe, lo incitan con elogios a perseverar en el error: “El estilo es el hombre”, le dicen. Están convenencieramente condicionados a creer que, cuando la opinión de su mesías no concuerda con la realidad, la realidad está equivocada.

Ante una situación como ésta, no se puede menos que regresar la mirada hasta reencontrarnos con el pensamiento de los clásicos, concretamente de Sócrates; su ejemplo de humildad en la palabra y en la conducta se plasmó en su célebre aseveración: “Yo solo sé, que no sé nada”; pero su espíritu crítico para juzgar la naturaleza humana y en especial la de los gobernantes, le hizo exclamar: “No hay hombres malos, sólo ignorantes. Los poderosos hacen daño, no porque sea su voluntad, sino porque no saben dónde está el bien”.
A los normalistas (de antes de la CNTE) se nos enseñaba, en las clases de Filosofía de la Educación, concretamente en Teoría del Conocimiento, que los griegos consideraban dos niveles para alcanzar y expresar la verdad: Doxa y Epistemé. El primero, superficial, simple, general… se queda a nivel de opinión, creencia, percepción… es personalísimo. El segundo, conocimiento científico, está metodológicamente sustentado, tiene pretensiones de universalidad.
Lo anterior no solo debe entenderlo un profesional de la educación, sino cualquier persona con sentido común, aunque los sentidos engañan y hasta el menos común de ellos, suele transmitir al área cerebral del intelecto, información falsa y traer fatales consecuencias; por ejemplo, a Galileo Galilei casi lo ejecutó la Santa Inquisición por atreverse a sostener públicamente que “la tierra se mueve”. Los eclesiásticos y la gente común vivían engañados por sus percepciones; confundían opinión con conocimiento. “El sol se mueve, no la tierra”; decían. La ciencia dio la razón al científico, quien entregó la vida por sostener una verdad universal. “Y, sin embargo, se mueve”.
¿Para qué sirve el conocimiento científico en la vida cotidiana?, alguien pudiera cuestionarme. La respuesta es clara, lógica, contundente… y no es nueva, se nutre en los postulados pedagógicos de la UNESCO: APRENDER A APRENDER, APRENDER A HACER, antes de llegar al clímax, APRENDER A SER, esto es: a lograr la integridad de la personalidad del individuo, el desarrollo armónico de sus facultades, como lo prescribe el artículo tercero constitucional, aún vigente.
Para aprender a aprender (en el nivel epistemológico), hace falta un método que se funde en la razón y/o en la praxis. La Inducción y la Deducción son las dos partes fundamentales del método científico; de él se derivan múltiples procedimientos y técnicas. Así, por ejemplo, es falso que la memorización no sirva para nada; es muy útil para fijar las notas conceptuales básicas en toda definición; inclusive, en el arte juega papel importante. Me pregunto, ¿Qué sería de un declamador o de un cantante que no aprehende y comprende textualmente el poema o canción que habrá de interpretar?
Otro de estos procedimientos es también muy simple: “Ensayo y Error”; nuestros antepasados lo resumían en un dicho “Echando a perder se aprende”, pero lo primero es que todo aquél que actúa, en razón directamente proporcional al tamaño de su responsabilidad, debe formarse profesionalmente con la consciencia de sus propias limitaciones, admitir sus errores, como el primer paso para corregirlos, antes de que por ignorancia o empecinamiento, las consecuencias de un actuar dogmático se tornen irreversibles, en perjuicio de un país entero.

Aunque este artículo se inspiró en el mandatario etíope Haile Selassie (1892-1975), como mexicano, me da pánico que el modelo se repita en otros países, y más aún en el mío.

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