
SONETO
Los amigos carecen de memoria, Mérito llaman a lo que es favor,
Su envidia disimulan con “candor”; Divulgan los secretos de tu historia.
Si ambicionas poder, si quieres gloria, Evita la amistad, mata el amor.
No tengas compasión ante el dolor
Y nunca seas esclavo de la euforia.
Cultiva poco a poco un enemigo Que nunca sea, de adulaciones, reo. Si no lo haces, tendrás castigo.
Por generoso, en el futuro veo Tu cabeza a manera de trofeo Cabalgar en la pica de tu amigo.
Ayer, una persona para mí muy querida, preguntaba ¿Papá, tú has tenido alguna vez una musa? La verdad, hijo mío, es que por mi vida pasan muchas, una por cada motivación para crear; todo depende de cuál sea el sentido que se aplique al sublime concepto de Musa. La Real Academia Española, dice: “Cada una de las nueve deidades que, según el mito, habitaban, presididas por Apolo, en el Parnaso o en el Helicón y protegían las ciencias y las artes liberales. Inspiración del artista o escritor. Ingenio poético propio y peculiar de cada poeta”.
Mi concepción es un tanto diferente; se aleja de la representación tradicional de esos entes maravillosos, generalmente una figura, un rostro de mujer que se posa en la cabeza del poeta para llevarlo a producir obras magníficas, aunque sus alcances intelectuales y lingüísticos sean en extremo limitados. Para mí, Musa es aquel ente hermoso o grotesco, bueno o malo, veraz o equivocado, que acude al llamado de un creador y cuyo nivel de perfectibilidad va en razón directamente proporcional a la preparación intelectual, instrumentos del pensamiento y del lenguaje que pueda manejar el sujeto que invoca su ayuda. Bajo este concepto, las musas son muchas. En mi caso, atrás quedó el sitio que una sola deidad inspiradora con forma de mujer ocupara, de manera única e irrepetible. No es cinismo, es realismo.
En este concepto cabe el enfoque del presente artículo. Mucho se ha escrito para elogiar la figura realista o idealizada de la amistad. Permítaseme en esta ocasión invocar el principio de polaridad, para llamar en mi auxilio a su contracara: la enemistad.
Ya Erasmo de Rotterdam, al inicio del Renacimiento holandés, escribió su “Elogio de la Locura”, hizo a un lado a su cualidad opuesta, la Cordura, y no pasó nada.
“Señor: protégeme de mis amigos, que de mis enemigos, me protejo yo”. Voltaire 1694-1778
El soneto de inicio fue escrito por mí, hace ya algunos ayeres; inspirado en la segunda regla del Poder, de Robert Greene, en la cual hace una defensa a ultranza de la defenestrada y envilecida figura del enemigo. Yo siempre he creído que los requisitos para admitir a un amigo en el catálogo correspondiente de mi vida, son menos que los que requiero para admitir a un enemigo. Juro y perjuro que siempre me esfuerzo en no admitir enemigos pendejos; entre los amigos, siempre se cuela alguno.
En política, dice Greene: “Desconfíe de los amigos, suelen ser los primeros en traicionarlo, ya que caen fácilmente presas de la envidia”; esto es natural; una verdadera amistad se nutre en el tiempo y en la búsqueda de objetivos comunes que suelen llevar a una competencia, no siempre leal, a los miembros de un grupo; cuando uno de ellos los logra, los demás tienen que sonreír, abrazar, disimular… aunque siempre subyace la brutal pregunta ¿Por qué él y no yo? Pocos son los seres con alma de Teresa de Calcuta, en la cual no caben las envidias, los resentimientos ni las sensaciones de injusticia, cuando un amigo supera a los otros, es lógico que sea notablemente superior en aspectos fundamentales que lo llevan a adquirir de manera indubitable, indiscutible liderazgo; el reconocimiento se da, pero cuando viene la advertencia por parte del jefe: “Cuidado Juan, acuérdate que te conozco”. Casi siempre, la disciplina es un bozal que impide la cáustica y lógica respuesta: “Nos conocemos, Pedro”; esto es, los amigos suelen ser irrespetuosos hacia arriba y tiranos hacia abajo; en cambio, un enemigo será más leal y más eficaz en el desempeño de sus tareas; pues deberá hacer mayores esfuerzos por demostrar su adhesión. Si a alguien, el líder debe tener justificado temor, no es a sus enemigos; ellos solos se delatan; o saben que están siempre bajo el escrutinio de todas las miradas. ¡Cuidado con los amigos que están ahí y son conocedores hasta de los Secretos de Estado!
Un enemigo que asciende en la escala del poder por la generosidad de aquél que pudo aniquilarlo tiene, o debe tener, una memoria siempre fresca para recordar que el favor está por encima de su mérito. El amigo, en cambio, cree que, si asciende, es por sus merecimientos, por la eterna deuda que su amigo debe pagarle, por el simple hecho de serlo.
Por lo anterior, estudiosos de El Piripituche, seguidores recalcitrantes de sus doctrinas, aconsejan a todos los poderosos: “Si ambiciones poder, si quieres gloria, evita la amistad, mata el amor. No tengas compasión ante el dolor y nunca seas esclavo de la euforia”.
La historia está llena de grandes traiciones entre amigos; en cambio, los enemigos que saben serlo, no se esconcen en la sombra, buscan la luz pública, incluso para reconocer las virtudes de un líder que no es de su agrado. En cambio, el amigo ambicioso hará que sus naves naveguen por aguas tranquilas, hasta que pueda cortar la cabeza de su envidiado amigo y clavarla en una lanza como trofeo de guerra.
He aquí una musa que no es mujer, ni es espiritual, ni encarna la bondad, ni es puro ideal platónico. La Enemistad suele ser una musa perversa, pero de vez en cuando requiere algún elogio.