
LAGUNA DE VOCES
Una vez, hace mucho tiempo, en un pueblo de laguna cristalina, frío, agrio como la naranja de cucho, casas de paredones anchos igual que la esperanza, supe que la única constancia en la vida es precisamente tener esperanza: de que la fortuna llegue cualquier día vestida de un buen empleo, de amores eternos con todo y que la gente coincida en asegurar que lo son mientras duren, de ver que los hijos crezcan y estén sanos, es decir que no se enfermen gravemente; de pensar que siempre estará la sonrisa a la espera de sorprendernos al menor descuido, de creer que uno tiene amigos que acudirán en ayuda nuestra cuando sea necesario.
Hace mucho que pensaba seriamente en la posibilidad de controlar el destino, ese que nos coloca en un lugar y amenaza con no dejar nunca que nos vayamos a ninguna otra parte, como no sea el que decidió desde el mismo momento que vimos la primera luz.
Sin embargo, cuando el tiempo pasa, se suma un año al otro, se acumulan hasta construir paredones, igual a los del pueblo: anchos, imposible de ser agujerados, el destino, manifiesto o no, se aparece para colocarnos en el justo lugar donde deberíamos estar un día del 2016, a la hora exacta, en el lugar exacto, la tarde exacta.
Contar los días, por lo tanto horas, minutos y segundos, es una diversión entre los viejos, porque cada espacio que ganan sin decir el adiós definitivo, es una forma de hacerle una mala jugada al destino, sí, precisamente ese personaje que no se cansa de atosigarnos, hacerse presente de manera imprudente.
Ahora que me acuerdo, diría el siempre bien recordado Agustín Ramos, en estas tierras igual de frías a las que reconocí cuando el nacimiento, cada una de las personas que he conocido saben del destino, lo entienden, lo reconocen y lo respetan incluso con gran sabiduría.
Pero cada una de ellas ha tenido la voluntad absoluta de retarlo, pararse frente a frente y luego entablar una pelea igual a las grandes epopeyas de la historia. Acaban maltrechos y maltrechas, pero con la constancia de que no dudaron en partírsela, nada más por tentar al destino.
A veces, sin embargo, el destino es precisamente lo que se busca, se pregunta en cada esquina, como los personajes del cuento del Gabo “Ojos de Perro Azul”, aquel en que se conocían en sueños pero al despertar solo tenían la seguridad de que alguien los esperaba desde siempre, y la llave mágica para con esa otra persona, era un absurdo “ojos de perro azul”, que escribían en todas las paredes de su ciudad.
Será preciso descubrir el momento en que fuimos uno, imposible de separar, y que, al nacer a la vida, olvidamos, pero guardamos en los ojos una sombra vaga de esa perfección única de la alegoría que cuenta Platón.
Así unos retan al destino, otros lo buscan con ahínco, con desesperación porque se saben una mitad que no acaba de completarse, y por lo tanto están incompletos.
Un día cualquiera se cruza en el camino la sombra extraña que intuyen es el destino que esperaban, a quien mandaban mensajes todos los días, cartas nocturnas plagadas de luceros.
Y es posible retar al destino o darle la bienvenida. Es posible todo.
Mil gracias, hasta mañana.
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