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En el limbo

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RELATOS DE VIDA

El canto del gallo proveniente de su celular designado como alarma, marcaba las seis de la mañana e indicaba el momento para iniciar el día; otro amanecer para cumplir con lo planeado, primero el baño para retirar las impurezas pegadas al cuerpo por la contaminación, el sudor y las células muertas.
La ducha era el primer paso, y el siguiente, y al que dedicaba más tiempo: “el maquillaje”, cada detalle era importante para lucir radiante y espectacular; y el que significaba mayor desorden, brochas y labiales regados, diversos estuches de sombras abiertos, delineadores, lápices y cepillos, eran los principales utensilios que ocupaban su tocador.
A un costado la tenaza para alisar el cabello conectada para que estuviera lista cuando fuera requerida en el siguiente paso del arreglo personal, misma que se encontraba acompañada de un peine y un cepillo de largas y anchas cerdas.
Le seguía escoger los aretes, collar, anillo y pulseras indicadas para la vestimenta del día, en esta ocasión un vestido corto color rojo, un saco beige, medias transparente y botas beige; para culminar con un baño de perfume, por eso de “si me besa, si me abraza y si se pasa”.
Cerca de la puerta, la bolsa y llaves estaban colgados, esperando a ser tomados para salir a una nueva aventura; en la que esperaba la llamada o mensaje que como siempre le cambiara lo planeado: “¿Dónde estás? ¿Qué haces? Paso por ti a tales horas y en tal lugar”.
Los próximos cuestionamientos o afirmaciones le provocaban angustia, porque bien sabía que debía modificar horarios, actividades y lugares, pero le provocaban euforia y adrenalina por conseguir cumplir con lo acordado con inmediatez y lo programado en la agenda personal.
A punto de llegar el ocaso, las dichosas predicciones no llegaban al celular –Probablemente tenga trabajo, tal vez no tenga señal, posiblemente será al rato, de todos modos mejor me apuro – Pensaba, al final de cuentas, se acostumbró a esperar y siempre estar lista.
Lo extraordinario de la situación, es que esa espera no le causaba duda ni el menor ápice de tristeza o dolor, sencillamente continuaba con su agenda, en la que se encontraba el trabajo, comida con compañeros de la oficina, un café por la tarde, las compras de la noche, la recarga de gasolina y el regreso a casa, siempre con una sonrisa en la cara.
Llegó al hogar, colgó la bolsa y los zapatos; comenzó a tararear una canción mientras caminaba a la cocina para acomodar la despensa, se preparaba el café nocturno, prendía un cigarrillo en tanto se observaba en el espejo; lavaba los dientes, limpiaba el maquillaje, cepillaba el cabello, se ponía la pijama, acomodaba las cobijas y almohadas, instalaba la alarma, apagaba las luces y dormía satisfactoria y tranquilamente, en preparación del día siguiente.
A casi una hora de haber conciliado el sueño, una pesadilla la despertó, Roberto, su prometido había sufrido un accidente y estaba muerto; prendió las luces, volteó a ver el espejo del tocador, se limpió las lágrimas y se reincorporó en la cama.
El amanecer llegó y la rutina inició, desde hace seis meses es lo mismo, esperar los mensajes que cambien sus actividades, y que la saquen de la realidad y expectativa, porque la muerte del amor de su vida, la mantiene en un estado de fantasía.