RELATOS DE VIDA
Empatía es lo que busca Jorge en las calles, una ayuda, un apoyo para sobrevivir, pero principalmente para poder alimentar y proteger a su familia de los estragos del frío, comprando por lo menos unas cuantas cobijas más.
Sabe que la Navidad se acerca y aunque no tienen la costumbre de recibir regalos del famoso panzón, por la cuestión económica, quiere que este año la festividad sea especial e inolvidable para sus dos pequeños de apenas 4 y 3 años.
Siempre ha salido temprano a trabajar, pero en esta ocasión decidió madrugar aún más, cargando no sólo su equipo de trabajo, botellas, jabón, trapos y hablador, sino también un cúmulo de esperanza de que el día será satisfactorio y empezar a juntar para un par de regalos.
Llega al semáforo habitual y prepara sus utensilios; de acercan los primeros carros y comienza a limpiar los parabrisas, se persigna con las primeras monedas y las mete a un pequeño cochinito para no tirarlas.
Era casi mediodía y la recompensa por su trabajo parecía estar rindiendo frutos; mantenía la esperanza que siguiera así, sin embargo por la tarde muy pocos automovilistas accedían al servicio que Jorge prestaba.
Al ver la situación decidió cargar consigo el marranito de barro, el plan era, si no quieren limpieza por lo menos que me regalen unas moneditas, pero el tiempo pasó y la estrategia no funcionó, las monedas no llegaron más.
Cambio de semáforo, pero la competencia era ruda y no pudo permanecer en el espacio; orillándolo a descansar y repensar la nueva ruta para conseguir la meta; algunas personas que pasaban notaban la tristeza de su mirada y le regalaban algunas monedas, pero eran muy pocas las que realizaban el gesto.
La noche cayó y fue a casa cabizbajo, con la cara desencajada, puso el cochinito en la mesa, beso a cada integrante de la familia y se fue a dormir decepcionado, sabía que no lograría el reto de brindarles una Navidad diferente a sus hijos.
Al día siguiente, se levantó con nuevo ánimo, tenía fe que la gente seria un poco más empática y le dejarían trabajar para ganarse unos centavos, para una buena cena y un par de obsequios; pero fue sorprendido al ver a sus hijos en la mesa jugando con la alcancía rota mientras que varios billetes estaban sobre el mueble.
Las denominaciones eran diferentes, 100, 200, 50 y 20, no podía creer lo que veía, se pellizco varias veces para percatarse que no era un sueño, para después tratar de dar una explicación, no la encontraba, aunque cayó en cuenta que por la mañana dejó el cochinito sobre la banqueta junto con sus cosas para trabajar, probablemente en ese lapso, alguien depósito los billetes.
Feliz por el milagro y la generosidad de la gente, abrazó a sus hijos y esposa, se fue trabajar y aunque algunos automovilistas se seguían negando al servicio, él les brindaba una sonrisa y una bendición, la forma de pagar a quienes lo ayudaron.