Mochilazo en el tiempo
Hace más de 100 años una mujer campesina de Chimalistac se convirtió en palabras. Se llamaba Emeteria, pero su amigo, el escritor mexicano Federico Gamboa, la llamaba “Santa” porque ese era el nombre con el cual la transformó en la protagonista de una de sus novelas.
En el libro “Santa”, publicado en 1903, la heroína es una joven de rostro parecido a las “vírgenes y santas de las iglesias”, con cabello de “charcos de tintas”, piel de “duraznos melocotones” y “ojos de venada, negros… como almendras”.
Ella se enamora de Marcelino, un oficial recién llegado a aquel pueblo. Después de tener relaciones sexuales, él la abandona, ella es desterrada por su familia y se va a la Ciudad de México a trabajar en un prostíbulo. Según Adriana Sandoval, investigadora del Centro de Estudios Literarios (UNAM), es la versión santurrona y porfiriana de lo que puede pasar a las jóvenes que aceptan a seductores antes de casarse.
Desde su publicación la novela fue popular. En las casas donde había un ejemplar éste se mantenía alejado de las personas jóvenes. Era la primera vez que una prostituta era el centro de la historia; además, tocaba temas polémicos: la primera menstruación, el aborto y un amor lésbico. Fue adaptada cuatro veces al cine, varias veces a la radio y al teatro.
“Santa” no sólo marcó los años de Emeteria, quien constantemente reprochaba a Federico por haberla retratado en la imaginación con esa mala vida. También fue la primera película sonora mexicana con la actuación de Lupita Tovar y la música de Agustín Lara.
Además, Gamboa capturó para la eternidad de las letras ese laberíntico pueblo encallejonado. Hoy es una colonia de la alcaldía Álvaro Obregón cercana al Metro Quevedo, pero en ese entonces no entendía de más límites que los naturales: estaba oculto y protegido entre un pedregal de lava (recuerdo de la erupción del volcán Xitle) y el Río Magdalena, cuyo rumor ahora se escucha en las coladeras… son gritos de aguas negras.
Los amorosos de Chimalistac
Dos enamorados pasearon un domingo en la década de los 20 por Chimalistac para reconstruir, a su modo, algunas escenas de “Santa”. Caminaron por el puente donde la heroína vio aplastarse la promesa de su amante una última cabalgata. Ahí la pareja se juró amor en memoria de aquella lugareña abandonada.
El periodista Jacobo Dalevuelta presenció este ritual cerca de la presa, medio escondido en la hojarasca, “oí también el eco inquietante del beso”, escribió. Los novios compraron flores y las llevaron ante un sepulcro anónimo donde la gente afirmaba que reposaban los restos de “Santa”.
El cementerio llevaba varios años clausurado, se abría sólo en noviembre, según el investigador Francisco Fernández del Castillo. Los muertos se arrullaban con el susurro de la cascada.
Chimalistac convoca a los amorosos. En los 50 por ahí también pasearon Carlos Gadsden y su ahora esposa, recorrían la zona con la ilusión de algún día vivir ahí juntos. Desde hace medio siglo son vecinos de la colonia, “yo soy de los nuevos aquí”, narra con una carcajada.
Aunque ya no hay lápidas, los muertos aún habitan ahí: pocos sacaron los restos de sus fallecidos. Su existencia casi suena a rumor. Las lagartijas parecen ser las únicas que recuerdan, trepan por todos lados, como si buscaran difuntos, se conforman con el busto de Federico Gamboa, colocado en 1954.
El novelista murió en 1939 y no pudo ser enterrado, como era su voluntad, en ese lugar que describió varias veces: “un cementerio enteramente de aldea”.
“No vayas a creerme Santa…”
Cuando Jacobo Dalevuelta fue a Chimalistac en 1923 le salió al paso un chiquillo: “jefe, ¿busca usted la casa de Santa? Si me da una ‘de a diez’ lo llevo. Allí está, mírela”, y señaló una vivienda entre los prados. El periodista sí iba a buscarla, pero no a la ficticia, sino a Emeteria.
“Santa, la buena, existe. Hoy es una ancianita, a la que quiero y la que me quiere mucho. Santa, la otra, esa no fue jamás. Reuní detalles de muchas de ‘las otras’ para crear a la de mi novela”, le comentó días antes Federico Gamboa.
“Federico y yo nos conocemos desde ansinita, como mi nietecita… por eso Federico me puso en la película y en los libros. ¡Pero no es cierto! Yo no he sido ansina”, dijo doña Emeteria, la Santa que jamás salió de Chimalistac, “la buena”.
En el siglo XIX Chimalistac era una zona rural. De acuerdo con la investigadora Beatriz Scharrer Tamm, en la calle Arenal había varias casas de descanso de gente de la capital; las demás eran modestas, de agricultores, jornaleros.
Las palabras del literato aún recorren esas calles. En 1923 la Plaza de Chimalistac fue llamada Plaza de Federico Gamboa. El historiador Rubén Lozano expone que la placa colocada como homenaje al autor de Santa fue destruida por algunos vecinos: se oponían a que el nombre de una prostituta se exhibiera en las paredes del templo.