TERRAZA
A casi dos semanas de su comienzo, es posible decir que las campañas electorales de 2015 estarán marcadas por la confrontación y el ataque. Sea como parte de una estrategia activa, o como simple reflejo; la lógica que gobierna la propaganda política de los partidos, consiste básicamente, en crear un contraste, que les permita distanciarse de sus rivales y ganar votos.
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> No obstante, resulta cuestionable que estos ataques frontales entre candidatos y partidos políticos, tengan el efecto deseado. En las circunstancias actuales, las descalificaciones y constantes acusaciones de corrupción que han dominado las campañas políticas, podrían tener el efecto contrario al deseado.
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> Las “campañas negativas” no han sido capaces de crear un efecto de contraste que lleve a los electores conocidos como “switchers” a cambiar su voto de un partido a otro. Al contrario, hoy, las campañas políticas parecen contribuir a reforzar la idea de que “todos los partidos son iguales”, motivando con ello, el abstencionismo y la polarización pasiva.
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> La lógica de confrontación adoptada por los partidos, demuestra que la clase política ha realizado una mala lectura en dos frentes. Por un lado, no ha sabido interpretar las necesidades de una ciudadanía cansada de los escándalos de corrupción, ávida de contraste y propuestas. Por otro, se ha despojado a si misma de los herramientas legales para llevar a cabo este tipo de campañas de manera legal, ordenada e institucional.
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> Producto de la confrontación alcanzada en las elecciones presidenciales de 2006, los partidos políticos decidieron dotar al Instituto Federal Electoral (hoy Instituto Nacional Electoral) de instrumentos necesarios para sancionar las “campañas negras”, bajo la premisa de que estas podrían considerarse ataques infundados, que no contribuían a la democracia.
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> Al suspender la confrontación como medio de contraste de propuestas, la altura del debate intelectual se vio irremediablemente afectada, y los ciudadanos tuvieron que contentarse con canciones, propagada impresa y spots televisión sin mucho fondo. Sin embargo, pronto la realidad determinó que las campañas negras eran inevitables en la vida democrática del país.
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> Actualmente, nos encontramos frente a un fenómeno particular. Los partidos políticos financian y producen campañas negativas que se transmiten en los medios tradicionales por algunas semanas o días, hasta que son impugnadas retiradas del aire. La consecuencia casi natural es que dichas campañas encuentren alojo en las redes sociales, donde los individuos determinan su transmisión y distribución.
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> Lejos del escrutinio de las autoridades, las campañas quedan aisladas del contexto al que responden, pasando a convertirse en información sin mucho fundamento, que muchas veces, termina adoptando tonos más beligerantes, que a su vez, terminan por producir los efectos que se buscaba suprimir al retirarlos.
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> En el fondo, la negativa a aceptar campañas de contraste, evidencia la hipocresía del sistema político y una preocupante tendencia a implementar reglas que se no se está en capacidad, ni con la voluntad de hacer cumplir, al tiempo que hace gala, de un profundo desconocimiento de parte de los políticos sobre los intereses de los ciudadanos y de una ignorancia llana sobre la capacidad de las nuevas tecnologías.
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> Se trata de una contradicción que aras de cuidar la democracia, la despoja de uno de sus principios elementales: la libertad de expresión. La incapacidad de las campañas de crear efectos de contraste, se debe en gran medida a que al electorado se le ha tratado desde un enfoque paternalista y no como una soberanía capaz de ejercer la critica. El resultado, por supuesto, ha sido el desencanto con la política.