De Sandy e imaginarios colectivos
El pasado 8 de agosto, falleció la famosa actriz y cantante Olivia Newton-John, que alcanzó la fama dando vida al personaje de Sandy Olson en la película «Grease», que en nuestro país fue traducida como «Vaselina». Por supuesto, además de esta participación, realizó otras películas, como «Xanadú», y publicó más de veinte discos. Pero el personaje que interpretó a sus treinta años la dejó marcada para el resto de su carrera.
Dicha película, basada en el musical del mismo nombre, fue estrenada en 1978, y como la mayoría sabemos, la historia se desarrolla en 1958, en la que el personaje de Newton-John se enamora de Danny Zuko, encarnado por John Travolta, durante el verano. Lo que ninguno de los dos esperaba era reencontrarse al comenzar el ciclo escolar, ya que ella cambia de instituto. La personalidad de ambos personajes no cuadra: ella, una chica estudiosa, tímida, recatada; él, un chico popular, atrevido. Al final de la película (si acaso alguien no la ha visto aunque lo dudo, aquí viene un spoiler) ella modifica su manera de vestir y de interactuar con los demás para conseguir la aprobación de él, y, de paso, del resto de integrantes del grupo.
Es curioso cómo una película como «Grease» ha trascendido en nuestras mentes, al punto de que, si nos tenemos que imaginar cómo era la estética de los años cincuenta, inmediatamente nuestra cabeza nos remitirá a lo utilizado en esta producción. Evidentemente, el éxito inicial del filme ha ayudado mucho a situarlo como primera referencia, pero también su trascendencia en nuestro país ha colaborado. En 1984, el grupo Timbiriche realizó una adaptación del musical, del que después se desprendería un disco titulado «Timbiriche Vaselina».
Más adelante, en 1989, la productora Julissa decidió nuevamente montar dicha obra, además de lanzar un nuevo disco con las canciones del musical y algunas otras. De ahí salió el grupo musical «Onda Vaselina», que posteriormente cambiaría su nombre a «OV7». Más de treinta años después, este grupo se mantiene en activo, alimentando la nostalgia de aquellos que los conocieron desde sus inicios.
Sin duda, «Grease» ha sido un producto que se ha conseguido mantener, a través de los años, de actualidad. Ha sido un referente para la generación que vivió el estreno de la película original, pero también para las siguientes. Incluso, al convertirlo en un producto dirigido al público infantil, y aprovechándose de la nostalgia de los adultos encargados de su formación, conseguimos que el «universo Grease» se mantenga vigente. Por eso, la muerte de Olivia Newton-John, a sus setenta y tres años, ha tenido un gran impacto en el mundo del espectáculo.
Sin embargo, hace aproximadamente un año, en una retransmisión de la película en la BBC, del Reino Unido, surgieron protestas en las diferentes redes sociales, acusándola de promover la masculinidad tóxica, el abuso sexual y la homofobia. Como el mundo está conectado por internet, dichas protestas tuvieron repercusión en nuestro país, con reacciones tanto a favor como en contra. Por un lado, mucha gente apoyaba las protestas surgidas en el viejo continente, mientras que otros acusaban a la «generación de cristal» de sentirse ofendidos por cualquier cosa.
Es innegable que dicha película contiene situaciones en las que se observan comportamientos machistas. Es más, el hecho de que Sandy tenga que cambiar para ser aceptada puede interpretarse como que es más importante ser popular que sentirte bien contigo mismo. Ni qué decir del resto de situaciones. Lo que también debemos tener en cuenta es que, una película estrenada hace más de treinta años, difícilmente mostrará los valores de la sociedad actual. Al menos, no debería, si es que nuestra sociedad ha conseguido avanzar hacia el respeto, la tolerancia y la empatía.
Como adultos, deberíamos ser capaces de diferenciar y entender que la ficción solo es eso. Pero, cuando no queremos reconocer que en el imaginario colectivo se han asentado tantos mensajes intrínsecos provenientes de muestras culturales como el cine, cuando nuestra nostalgia no nos permite hacer una crítica real de ciertas piezas audiovisuales, y cuando trasladamos los mismos mensajes a las siguientes generaciones «porque yo también los recibí y no pasó nada», cerramos la puerta a la reflexión, y por ende, al crecimiento personal.