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EL VIAJE SIN RETORNO

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EL VIAJE SIN RETORNO

FAMILIA POLÍTICA

La vida es un tren de pasajeros; el boleto para subir a él nos es asignado de manera forzosa en el momento mismo de nacer. En plena violación de los principios filosóficos y religiosos que sustentan el libre albedrío, subir no es voluntario, ignoramos casi todo sobre él: algunos imaginamos un destino, idéntico para todos, pero ignoramos absolutamente el día y la hora en que nos toque bajar. El texto del boleto es muy escueto, no maneja información; nos deja sujetos a lo que los antiguos llamaban “destino” (los griegos lo atribuían a tres deidades conocidas como Moiras). Hasta ahora, la humanidad no conoce a una sola persona que haya prolongado su estancia, después de que el determinismo de su existencia marque que su vida terminó.

Así como la metáfora del tren, puede haber muchas más leyendas, cuentos, poemas, películas… En todos los tiempos se pretende presentar alguna imagen de la muerte: una bellísima dama vestida de negro, un caballero con similar atuendo, una horrenda y estilizada calavera, oculta bajo un manto fúnebre y armada con una guadaña, un hombre joven que se enamora de una mortal; aquélla creación de Traven que acompaña al indio Macario, permitiéndole realizar curas milagrosas y otros prodigios… así, hasta llegar a las elegantes catrinas de José Guadalupe Posada, clara burla de las encopetadas damas de la sociedad porfiriana.

La muerte, filosofaba el indígena, es más justa que el diablo y que el mismísimo Dios, porque con ambos personajes había desigualdad, ricos, pobres, miserables… mientras la muerte era pareja; para ella no existían clases sociales ni nacionalidades, ni credos religiosos… Todos moriremos algún día, aunque, aún en la muerte, existen diferencias sociales. No es lo mismo una tumba de ricos, adornada con flores y coronas, que las humildes condiciones de aquéllos cuya mortaja y ataúd, es un simple petate. La miseria está en todas partes.

Las diferentes ideas que cada credo religioso transmite a sus feligreses, se basan en: circunstancias históricas, profundos estudios teológicos, preceptos de La Biblia o de cualquiera de los diferentes libros sagrados que enmarcaron a las diversas culturas y que hasta la fecha subyacen en las tres grandes religiones del mundo: Cristianismo, Islamismo y Judaísmo.

Prácticamente, todos los credos religiosos describen la existencia en dos grandes planos: ésta vida, que los poetas cristianos definirían como un valle de lágrimas y la otra, que marca tres diferentes niveles, de acuerdo con la conducta que el difunto tuviere en esta existencia: el florentino Dante Alighieri los dejó plasmados en su Divina Comedia: El Infierno, El Purgatorio y El Paraíso.

En las diversas sociedades persisten usos y costumbres, herencia de sus ancestros. Un sinnúmero de religiones y sectas mantienen sus rituales, sus formas de rendir homenaje a los muertos y de rogar a su dios por el eterno descanso.

En los últimos años, la cremación sustituye al tradicional “entierro”, muchas personas, antes de morir externan su voluntad en ese sentido. Evidentemente, para ello cuentan las condiciones objetivas y realistas de los familiares: los jóvenes, cada día se alejan de los antiguas costumbres de su familia, además de que la incineración constituye un fuerte ahorro económico.

Los que somos por costumbre, por convicción o por herencia familiar, católicos, apostólicos y romanos, aunque ya escuchamos el silbato del tren, próximo a llegar a nuestra última estación, consideramos que aún no nos toca y no nos tomamos la molestia de externar nuestra voluntad de entregarnos a la cremación o confundirnos con la tierra a merced de los proletarios gusanos.

“Está muriendo gente que antes no se moría” decía algún filósofo dentro del grupo de mis amigos de café. Efectivamente, cuando el difunto es lejano, nos parece inexistente, pero poco a poco el círculo se va estrechando; entre conocidos, amigos y familiares, prácticamente cada semana aparece una nueva esquela recordándonos que ya partió algún ser querido, amigo o simple conocido. Por lo menos, en mi caso, el impacto es fuerte, aunque el suceso se considere normal en el ámbito intelectual.

A propósito, entre tantos y tantos que se han ido, resaltan en mi mundo dos figuras importantes: el Maestro, Abogado y amigo, Don Jaime Flores Zúñiga, hombre de quien hablé en la pasada entrega; después, el buen amigo, político, bohemio y muy conocido en el medio de compositores, cantantes y empresarios de música vernácula: Licenciado Francisco Nemecio Moreno Baños.

Lo recuerdo con afecto y gratitud; fue coordinador de mi campaña para diputado federal por dieciocho municipios del Valle del Mezquital y de La Sierra de Hidalgo. Vivió a su manera. Supo ser amigo de sus amigos, aún, cuando ello le implicara cuestiones de riesgo. También, a su manera hizo política y ahora su boleto marcó el término de su viaje: ineluctable, dogmático, sin derecho de réplica.

Descansa en paz mi Paco. Repito, seguramente nos veremos pronto.