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El último día

PEDAZOS DE VIDA

Lo habían sentenciado, la misma madre preocupada le había dicho infinidad de veces que se cuidara, que atendiera su salud pero la mula es terca y ahora estaba tendido en la cama sufriendo por culpa de los alacranes que se metían en su cabeza y le picaban por dentro. El menor de los ruidos le causaba disgusto y las cortinas no se habían abierto para no dejar pasar la luz, no fuera que un rayo desintegrara el poco razonamiento que aún conservaba.

El reloj marcaba unos minutos pasados del mediodía y él seguía acostado, afuera la vida continuaba, pero en su cuarto parecía que se le iba; no tenía cabeza ni para recordar sus buenos momentos, el hormigueo que sentía en las piernas y brazos no cesaba; despertó pálido y con el cabello enmarañado,  intentó levantarse y se volvió a tumbar sobre la cama.

Entre sueños se repetían algunas escenas que no eran ajenas a su memoria, comenzó a sudar, le faltaba poco para quedar deshidratado, ya no había fuerzas ni para gritar o pedir auxilio, a lo lejos alcanzaba a escuchar el sonido de la olla exprés y al oler algo la carne de res que se cocinaba dentro, las náuseas no se detuvieron hasta hacerlo vomitar junto a la cama. Rápido se movilizaron todos en la casa, sus hermanas corrieron para acercarle una cubeta y limpiar el vómito.

La madre, que tenía un carácter más fuerte, comenzó a maldecir, arremetió contra el moribundo muchacho y le soltó un par de palazos, “¡levántate huevón!, todavía de hacer lo que haces te atreves a ensuciar las cobijas, las vas a lavar ¡cochino!”, gritaba la mujer mientras todos se movían de un lado a otro.

Una de las hermanas se acercó al muchacho y con mucha compasión le limpió el contorno de la boca, a pesar de que el olor era insoportable, y el joven con las fuerzas que pudo se levantó, tomó las cobijas y queriendo que no las llevó hasta el lavadero, metió las manos a la pileta y sintió la frescura del agua en contraposición de los quemantes rayos del sol que le hacían tanto daño.

Era domingo, el último día de la semana como siempre ocurría en la monótona vida de Ricardo, sólo que esta vez se le pasaron las copas y la resaca ya era insoportable.