CAPÍTULO 22
Trabajé muchos años en diferentes minas y contratos; pero más en San Juan, Pachuca. Voy a hablarles de un tipo: “El Cavernario”. Era un auténtico desgraciado, nadie lo quería, estaba re feo, greñudo y muy, muy fuerte.
A mí me hizo una maldad: Me dijo que apretara la barrena (que es un fierro de dos pulgadas y de corte hexagonal), usualmente sólo se sostiene, pero a mi me ordenó que la apretara con todas mis fuerzas, y ¡zas!… se me despellejaron las palmas de las manos.
Me hizo muchas maldades, pero las tenía que aguantar porque tenía necesidad de trabajar, no podía hacer nada porque parecía gorila el desgraciado. Como pasó el tiempo, me junté con otros amigos perforistas, ayudantes y cocheros de todos tamaños. En mi cuadrilla estaban: “El Chocolate”, “Lupe”, “el Cachaflais”, “el Loco”, “el Baldo”, “el Caballo” y “el Bandolón”; que era de la misma calaña del cavernario.
Los niveles de la mina son metros de profundidad, y en esos lugares aparte de los peligros había chismosos, maldosos, de todo lo que nunca se cree encontrar, como “el Cavernario” y “el Bandolón”.
Ese cuate nunca llevaba de comer, pero se acababan lo nuestro. Un día que le digo al “Chocolate” que los entretuviera por cualquier cosa y que se corriera la noticia de que a todos nos habían puesto tacos con carne, y que íbamos a llevar dos litros de pulque por cabeza.
Esa vez íbamos a comer en el nivel 370 y en ese lugar, hay muchas cucarachas. Pusimos al “Baldo” a que les mochara la cabeza a los animales esos, y al “Loco” que les diera una arregladita para que no se les notaran las alas. Habíamos quedado que aparte, nosotros íbamos a llevar tacos sin que se dieran cuenta.
Bajó la jaula (le cabían 30 mineros), y en el segundo viaje iban a llegar a los que esperábamos. Al ver lo que llevamos se sentaron junto al que calentaba los tacos esperando la orden para comer. Al darla el “Bandolón” y el “Cavernario”, agarraban de a dos, más el que estaban masticando. En menos de lo que canta un gallo, terminaron con todo, pero no les dimos pulque.
Que no dice el “Cavernario” que habían estado sabrosos los tacos, que les dijéramos a nuestras viejas que nos manden de ese tipo de comida, y se alejaron riendo muy burlones. Poco después de media hora bajaron los escafandristas y los camilleros, y que los sacan a la superficie para trasladarlos al dispensario médico, que porque iban intoxicados. Investigaron los tacos y vieron que algunos llevaban cucarachas vivas, y ellos nos quisieron echar la culpa.
Les dijo el “Chocolate”: -¿Por qué nos acusan, si también comimos lo mismo y no tenemos nada? Lo que pasa es que no se lavan las manos para comer…”; de ahí pidieron su cambio y los pasaron a otra mina.
Todos en grupos son amigos, y también hay enemigos. Un día no fue a trabajar el ayudante de el “Borolas”, y me pidieron que fuera a cubrir su lugar, pero en esa mina no había trabajado en rebajes… sólo que uno no se puede negar porque lo sacan a patadas. Llegué a la mina de Rosario, y me presentaron con el encargado que era mi amigo y vivía en el barrio de la Palma. Y me dijo:
- Súbete a ayudarle al “Borolas” porque nos urge la carga.
Le pregunté que por donde, porque nunca había trabajado un rebaje. Me señaló las escaleras y me dijo que la primera escalera llegaba a donde estaba el “Borolas”, y que la de junto era para bajar.
Me subí y llegué a una altura de unos 80 metros. Al llegar arriba, vi un montón de tierra suelta, no le di importancia y seguí por un camino angosto, se veía que la máquina estaba trabajando porque la barrena estaba en un agujero y salía agua. Grité varias veces, “¡Borolas, Borolas!” y como no encontré a nadie me baje.
Al pie de la escalera estaba el “Chabela”, que me dijo: “¿Qué pasó?”
Le respondí que no había visto a nadie, que subí por un lado y bajé por el otro.
“A ver, vamos”, subimos, el encargado iba arriba. Al ver el montón de tierra, se quitó la gorra y se aventó sobre ella. Rascó y rascó hasta que encontró un zapato, y me dijo:
-¡Baja rápido y trae dos palas, córrele!
Subí y se las di y comenzamos a echar la tierra a un lado, y fuimos encontrando el cuerpo del ”Borolas”. Se aventó a cargarlo para luego sacarlo del lugar y me dijo que desconectara la manguera del agua y se la llevara.
Varias veces le lavo la cara y puso su cabeza en el corazón y dejó caer el cuerpo. Rodándosele las lágrimas me dijo que ya estaba muerto. -¿Que no te diste cuenta de la tierra floja?-.
-No, yo te dije que nunca había subido a un rebaje-.
Caminando lentamente me dijo que me sentara, y puso el cuerpo del “Borolas” sobre mis piernas.
-Voy a avisar lo que pasó, ahorita viene el cuerpo de rescate por él. Háblale, a lo mejor solo está desmayado-.
Al tener a un muerto sentí mucho miedo y además me sentí más culpable porque no busque dentro de la tierra. Llegaron los los rescatistas y con el mayor cuidado lo bajaron, pero no sabía que el contratista era el “Bandolón”, que al verme me quiso agredir.
“Ya ves tus pendejadas, ahora que venga el Ministerio Público ¿que le vas a decir, imbécil?, tú lo mataste, porque si hubieras rascado la tierra, el “Borolas” todavía viviera. Para mí que le tenías envidia porque él se vino a trabajar donde pagan más dinero”, me dijo.
Llegó el ingeniero Madrazo y el Ingeniero Franco, me preguntaron como había estado el accidente, yo les platique lo que hice, yo trabajo con el barra Jarillo, y me mandaron a traer a esta mina,
Me dijo el ingeniero, que me fuera a mi casa y que me presentara al siguiente día, temprano. Todo lo que había pasado corrió como reguero de pólvora y muchos quisieron abordarme para que les contara lo que había pasado, en esos momentos llegaron el “Chocolate” y el “Baldo” y les dijeron:
-¡Órale, ya sáquense a la chingada! Déjenlo en paz.
Esa noche no pude dormir, ni la siguiente, escuchaba la voz del “Bandolón” que me acusaba que yo lo había matado por no rascar la tierra. Pasaron los días, las semanas, yo no era el mismo… me alejaban de mis compañeros. A veces despertaba a la media noche, gritando que me quitaran al muerto que estaba en mis piernas. Un día llegó a trabajar conmigo el “Mojarra”, y me dio muchos consejos, me dijo que no tenía la culpa, que lo que le pasó a él me pudo pasar a mí, y me confesó que su mamá era espiritista, solo que no estaba en Pachuca, pero la iba ir a buscar para que me curara.
Un día que me dice: -Mañana no venimos a trabajar, porque mandé a llamar a mi jefa, para que te curara-. Así lo hicimos, subimos por la calle del Lucero que da a la carretera de Real del Monte, llegamos a una casa descuidada, y estaba sentada una señora, que al verla, el“Mojarra” corrió a abrazarla y la llenó de besos, Nos presentó: “Este es mi amigo, te pido que lo cures”.
-¿Me compraste lo que te pedí?
-Si mamacita. Un ramo de pirul, un huevo, dos velas negras, loción de los 7 machos, piedra de alumbre… es todo lo que vas a necesitar.
-Si, está bien. ¿Cómo se llamaba el muchacho que se murió?
-Juan, le decíamos “el Borolas”.
-Comenzaremos a trabajar antes de que sea mediodía. Vamos a pedirle de todo corazón a nuestro Señor y a todas las Vírgenes, que ayude a este muchacho que no tiene vela en el entierro. Dime cómo se llama, pero sin apellidos.
-Felix.
La señora comenzó a temblar, cerraba los ojos y apretaba las manos, rezaba en silencio oraciones que nunca había escuchado y, de pronto, se quedó quieta y le pidió el ramo de pirul al Mojarra.
“En nombre de Dios todopoderoso, te pido que salgas del cuerpo de Félix y busques donde puedas estar en paz”
La señora me limpiaba de la cabeza a los pies, luego con el ramo me golpeaba el cuerpo, y decía: “¡Sal de donde estás!”
La señora le pidió a su hijo el huevo, lo quebró en medio vaso de agua y se fue formando con la yema un fantasma. La señora lo mostró varias veces, luego pidió que prendiera el bracero y le soplara hasta que el carbón se volviera rojo. Puso la piedra y se derritió formando un muñeco, la señora lo tapó con ceniza; luego untó la loción en todo mi cuerpo, desde la cabeza hasta mis pies, y con una sábana blanca me tapó por un tiempo mientras mencionaba unas oraciones. Me quitó la sábana y estaba bañado en sudor.
Con los ojos cerrados le dijo al “Mojarra” que en el piso, con gis, pintara un círculo, ella me dio una vela, y me dijo que la encendiera.
-Este eres tú.
Luego le dio la otra a su hijo y le dijo que la colocara al otro extremo. La señora fue poco a poco abriendo los ojos, y quedó normal. Me preguntó que cuál era mi vela. Le señalé.
Esperamos unos minutos hasta que solamente quedara el pabilo, el que era el mio quedo dentro del círculo y el otro afuera, la señora echando un soplido me dijo:
-Tu vela quedó adentro, el alma de tu amigo que se fue ya no te va a molestar. Así que yo, en el nombre de Dios, doy fé y te curo.
Dándole las gracias me sentí otro y volví a ser el mismo de antes. Seguí trabajando como si nada y todo lo que había sentido se me desapareció.
Un dia que estábamos trabajando el “Baldo” y yo, y escuchamos al ingeniero Antonio Madrazo, decir que habían encontrado una veta de oro y plata y que pagaban muy bien y llamaron al “Bandolón” haciéndole recomendaciones,
“Entiende bien lo que te vamos a decir, quédate aquí sentado, y no dejes que nadie se acerque ni toque ninguna piedra hasta que lleguen los muestreros, porque encontramos lo que siempre andábamos buscando. De ti depende lo que pase, no te muevas”… Le pregunté al “Baldo” sí había escuchado lo que dijeron los ingenieros, me respondió que sí, entonces se acercó al “Bandolón” y lo corrió: “¡Quítate de aquí, indio pendejo, no vayas a tocar ninguna piedra, de las que están aquí!”
Como estábamos en “arras” y hacía mucho calor, yo permanecía escondido pero el “Baldo” había ido a traer pulque a la mina del Álamo. Delante del “Bandolón” se echó unos tragos, al otro se le hacía agua la boca; “no seas cabrón, dame un trago que me muero de sed”. Dio unos paso y salí detrás de una piedra grande, y con una pala revolví lo que cuidaba el “Bandolón”. Le pegó al Baldo y luego me correteó a mi, y me amenazó: “Si me corren, te busco y por Dios que te mato”.
Cuando llegaron los ingenieros con los mostradores, y al ver que todo estaba revuelto, lo iban a castigar mandandolo a otra mina más caliente, él se defendió y les dijo que yo había sido el que con una pala había rascado la tierra. Inocentemente les dije: “¿Se acuerdan cuántas mentadas de madre me echó el dia en que murió el Borolas tapado? Pues pasé por aquí y vi al señor sentado, busqué una pala y rasqué, no fuera que estuviera otro enterrado…