El tiempo todo lo cura…pero también todo lo cobra

Nunca sabemos por donde brincará la liebre, y a veces lo hace por el lugar menos pensado, nos agarra desprevenidos y hace tambalear nuestro ánimo; pero la vida continúa y es nuestra obligación seguir adelante, con la cara bien levantada sin que nadie nos haga dudar de nuestros actos.

 

Mucha gente, sin medir las consecuencias, hace del chisme su modo de conseguir sus objetivos, y no se pone a pensar en el daño que hace a aquel que está colocando en el ojo de huracán; años de construir un prestigio se van por la borda en la boca de los mercenarios de la mala fe.

La vida nos ha enseñado que no podemos dejar contento a todo el mundo, y por lo tanto, nuestro camino estará plagado de muchos amigos, pero también de gente que, sin ser considerados nuestros enemigos, sí lastiman sustancialmente nuestro crédito.

La vida es presión permanente desde que nacemos, el nacimiento mismo es de suyo angustiante, nacemos y lo primero que se les ocurre es hacernos llorar para que respiremos, este acto es preludio de nuestro futuro, el respirar la vida implicará muchas lágrimas.

Abrirnos camino en esta selva de asfalto no significa tener que pasar sobre un estado de nuestra conciencia, pues no olvidemos ese viejo adagio bíblico que dice que “con la vara que mides serás medido”, tan actual hoy en nuestros días, aunque inadvertido cuando de hacer daño se trata.

Parafraseando a Eduardo Couture, desde luego Él refiriéndose a la abogacía y Yo a la vida, se me ocurre decir que “la vida es una lucha de pasiones. Si en cada batalla fueras llenado tu alma de rencor llegaría un día en que la vida sería imposible para ti. Concluido el combate, olvida tan pronto tu victoria como tu derrota”.

El tiempo todo lo cura pero también todo lo cobra, y no podemos andar por la vida cuidándonos de todo y de todos, sería amargo para nuestro ánimo y para el ánimo de los que nos rodean; y jamás valdrá la pena arruinar la armonía familiar por las presiones a las que diariamente nos vemos sometidos.

Al que obra mal, mal le va, pero si lo entendemos en sentido contrario, la vida nos regresará también todo lo bueno que hagamos; por ello, más que preocuparse por lo que la vida nos dará, debemos ocuparnos en lo que debemos entregarle a la vida, pues la buena cosecha es producto de la buena semilla que sembremos.

En alguna ocasión me hacía esta pregunta ¿de qué me ha servido ser honesto?, y me lo cuestionaba porque tenía la impresión de que siempre la maldad, la ambición y la deslealtad van un paso adelante de los buenos principios.

La respuesta me resultó bastante sencilla, la honestidad proporciona valor a quien la ejerce, valor moral, valor para ir con la frente levantada sin tener que agacharte ante nadie no obstante que haya quien quiera verte vencido ante la adversidad.

La honestidad es una forma de vida, y esencialmente congruente entre el decir y el hacer, pues las simulaciones lo único que logran es traicionar la confianza; se es honesto cuando se cumple con las responsabilidades que nos hemos echado a cuestas; se es honesto en el momento que no deformamos realidades para obtener objetivos cuestionables.

La honestidad nos otorga identidad, y por ello la honestidad también nos debe enseñar a querernos a nosotros mismos y trabajar en ello todos los días.

Tendremos que seguir caminando hasta que el destino nos alcance, y es mejor hacerlo con entusiasmo; erradicar de nuestra alma, de nuestro corazón y de nuestra mente la amargura, el rencor y el resentimiento; estar limpios de ellos y vivir en paz consigo mismo, con nuestra vida y con nuestro entorno; recordar que lo que no nos destruye, entonces nos fortalece.

Procuremos de lo malo sacar lo bueno, pues hasta de los malos ratos obtenemos experiencia, y dejemos al tiempo que las cosas las ponga en su lugar, pues, nuevamente citando a Couture: “EI tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su colaboración”.

Las palabras se las lleva el viento pero mi pensamiento escrito está.

L.D. MIGUEL:.ROSALES:.PÉREZ:.

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