“Dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
Refrán popular.
La religión, la leyenda, la superstición y otras concepciones metafísicas, llegan a aportar su terminología a las ciencias naturales. Así, el universo está lleno de planetas y formaciones estelares que se identifican, por ejemplo, con los signos del zodiaco, no sólo en Astrología, también en Astronomía. Un caso especial es el del Tendón de Aquiles, aportación de la mitología al léxico anatómico.
La versión que más se conoce, en cuanto al nombre actual de esta parte del cuerpo humano se basa en el amor materno: la diosa Tetis, esposa del mortal Peleo, pretendió hacer de su hijo un guerrero invulnerable y por lo tanto, inmortal. Para lograr su propósito sumergió todo el cuerpo del recién nacido, excepto el Talón del cual lo sostenía, en las mágicas aguas de la laguna Estigia. Este descuido costó la vida del famoso semi dios, héroe de La Iliada: Aquiles, El de los Pies Ligeros, murió cuando una flecha envenenada penetró en su única parte sensible.
Este arquetipo de la literatura universal desde sus orígenes, siglos antes de Cristo, hasta nuestros días ilustra las debilidades que todos los humanos llevamos dentro y que pretendemos ocultar, no siempre con éxito. Famoso es el cuento de aquella cofradía cuyos integrantes, después de muchos años de reunirse periódicamente llegaron a considerarse iniciados en un sacramento de fraternal, sincera y desinteresada amistad. En un punto culminante de tan sublime sentimiento, uno de ellos expresó: “La confianza es base en esta relación, la cual va más allá del amor en su más alta expresión. Para que no quede la menor duda de nuestra identidad colectiva, propongo que cada uno exprese ante los demás, cual es su peor defecto; el secreto que guarda más allá de cualquier decoro y convencionalismo social. Como muestra de ello sostengo ante ustedes, mis hermanos, que soy alcohólico vergonzante: todos los días, antes de dormir me tomo una botella de vodka”. Después de un solidario silencio, otro siguió su ejemplo: confesó ser infiel irredento; el próximo reconoció su homosexualidad, hasta entonces en el clóset, alguno más reconoció sus actos de grave corrupción… Así, ante la complicidad que dan los secretos compartidos, sintieron los efectos benéficos de su terapia. Sólo faltaba uno quien, no sin cierto rubor confesó a bocajarro: “mi peor defecto es que soy muy chismoso y comunicativo. No se guardar secretos”.
Conocerse a sí mismo es la máxima socrática, más difícil de cumplir. Admitir nuestros propios defectos es terrible; siempre buscamos una justificación, un atenuante. Aún sin declararlo, sabemos que toda culpa es una debilidad, pero crece cuando trasciende, así se acuñó la frase “la iglesia castiga más el escándalo que la culpa”. La religión creó el rito de la confesión; Dios es amor carece de rencores; no hay necesidad de perdón ante un agravio inexistente.
“En el pecado, lleva la penitencia” decían nuestras abuelas cuando a alguien le iba mal, después de una conducta de moral dudosa. Ejemplos sobran: Edipo se sacó los ojos, aún sin culpa, cuando supo que asesinó a su propio padre y sostuvo relaciones sexuales con su madre. Judas Iscariote, después de entregar al Maestro, no pudo con el remordimiento y se ahorcó. Rodión Raskólnikov (protagonista de Crimen y Castigo de Dostoyevski) se entregó a las autoridades después de asesinar a dos ancianas, aunque nadie se imaginara su culpa. Werther se suicidó ante su amor imposible con Carlota, en la novela homónima de Goethe. Antonieta Rivas Mercado, se quitó la vida frente al altar principal de Notre Dame en París, con la pistola de su amante, el célebre político mexicano José Vasconcelos y así, podríamos continuar la interminable lista.
Repito, todos los miedos producen inseguridad. Los grandes complejos surgen de ellos: Edipo, Electra, Narciso, Dorian Grey y otros personajes, reales o ficticios, dieron su nombre a algunos. Aunque tengo un amigo, que no tiene complejo de inferioridad: es realmente inferior.
Freud consideraba que el reino de esos monstruos es el subconsciente; pero basta sacarlos del clóset para que desaparezcan y dejen de atormentar al sujeto que los trae consigo. Mientras este exorcismo no se logra buscamos ocultar nuestro tendón de Aquiles, aún ante nosotros mismo. Esa inseguridad nos lleva a buscar real o simbólicamente el regazo materno o la protección paterna a cualquier edad; cuando no los encontramos, podemos recurrir a brujos, gurúes, pejes, dioses o Dios (la razón y la fe son tan distintas y distantes que muchos no somos ateos, sólo por miedo al miedo.
Me pregunto si engendros como Trump pueden dormir ante la tortura de sus demonios. ¿Será posible que su umbral de resistencia a la culpa, los conduzca a la insensibilidad total? ¿Existe en alguien la conciencia del fin como justificación de los medios? ¿Será la sobrevivencia del secreto, la muerte simbólica del Tendón de Aquiles?
En este orden de ideas esculpí el siguiente
SONETO:
Nadie puede guardar su peor secreto;
Lo traiciona la voz del subconsciente.
El frío sudor que por la piel presiente,
Delata la inquietud del más discreto.
El poderoso pierde su respeto
Si su debilidad es evidente.
Su fuerza es de papel, es aparente:
Puede nulificarse por completo.
Es fácil prescindir de los fusiles
Y tener prisioneros sin prisiones,
Sabiendo interpretar las emociones:
Lujuria, vanidad, odios seniles,
Vacíos existenciales, sinrazones…
Todos tenemos un Tendón de Aquiles.
Mayo, 2017.