En la mina de San Juan Pachuca, que se encuentra al norte de la ciudad, trabajaba Mario García, mejor conocido entre los buenos, como “Tejón”. Era un hombre muy bravo, se sabía fajar los calzones, a pesar de que era un chaparro, con los brazos cortos, no le tenía miedo ni al diablo, cuando se trataba de madrazos, se aventaba con cualquiera, llegó a Pachuca con el fin de buscar fortuna, venía de las minas de Chihuahua, y mirándolo bien, se parecía a un perro chihuahueño.
Anduvo navegando, vivió en varios barrios altos de los que tiene Pachuca, entre ellos La Cuesta China, el Becerro de Oro, Puerto Rico, El Lucero, en todos los barrios lo corrían y por sus pleitos lo cambiaban de mina, Paricutín, El Álamo, y llegó a trabajar en Rosario, además era un buen tomador de melón, y se quería acabar el pulque, que llegaba de los llanos de Apan, se casó con una chamaca llamada Micaela López, le salió muy buena, porque le dio 15 hijos, el “Tejón” tomaba pulque muchachero, eran 7 mujeres y ocho hombres, lo que sea de cada quien, no faltaba a su trabajo y trabajaba como burro para mantener a tanto hijo, que comían como pirañas. Pagar renta, luz, apenas le quedaba algo para chupar.
En una ocasión, cuando estaba barrenando, se le cayó una pegadora en la choya, que se la hizo cachos, y murió instantáneamente, no le dio tiempo de despedirse de su vieja, a quien adoraba, y le había pedido que cuando muriera lo llevaran a enterrar a su tierra, era del mero Chihuahua, del mineral de Parral.
A sus hijas, conforme iban creciendo, les decía que no le fueran a fallar, que se casaran bien, con un hombre trabajador, para que ya saliendo de su casa no regresaran más que a saludar a su madre, que no le causasen penas ni problemas. A sus hijos les decía que tomaran pulque para que se les amacizara el cuajo, y cuando estuvieran grandecitos y pesaran los 50 kilos, se metieran a la mina, a estudiar no, porque en esos tiempos en Pachuca, solo había escuelas para los hijos de los ricachones, que no se dejaran pegar de nadie, ni tampoco se pelearan a lo tonto, que siempre buscaran la paz, para no estar en la cárcel.
Con el dinero que le dio la compañía, la ayuda de sus compadres y amigos de barrio, compañeros mineros, se lo llevaron a descansar en paz, haciéndose su voluntad, allá en chihuahua, se quedaron todos sus hijos con su abuelita doña Rita, la señora Micaela se regresó con su hijo el más pequeño, Mario, que se llamaba igual que él.
Para Micaela fue una pena muy grande quedarse sola a enfrentarse a la vida, en una ciudad donde solo había minas y trabajo de criadas en casas, donde no querían a niños, fue pasando el tiempo y cuando Mario tenía 17 años, ya trabajaba en la mina de San Juan, y le llegó otro golpe bajo cuando murió su madre, quedándose como perrito sin dueño. La señora Agustina, que era la portera de la vecindad, se hizo cargo del muchacho, Mario García era chaparro, prieto, que parecía mojón, era igualito a su padre, y la gente que conoció a su papá le pusieron “El Tejón Chico”
Vivía en la calle de Bravo, entre los barrios de “La Granada” y “La palma” y de tal palo tal astilla, desde muy chico, le gustaban los madrazos, no le tenía miedo a nadie, y no había día que no se peleara con cualquiera, no se rajaba aunque le partieran la madre. Recuerdo que cuando estaba en la escuela, todos le tenían miedo, él estaba en segundo año y se traía pendejos a los de sexto, tenía su cara cicatrizada, y no se diga de la cabeza, estaba chipotuda, de tantas descalabradas, cuando estaba en cuarto año lo expulsaron porque el maestro le iba a pegar, le quitó la vara y se la rompió en el lomo.
Estuvo un tiempo en el tribunal para menores, que se conocía como casa hogar para varones, y se encontraba en la calle de Abasolo, cuando creció, varias veces lo metieron al bote por peleonero. Por unos meses anduvo mansito porque le andaba soltado los perros a “La Chencha”, una vieja de su vuelo, también estaba chaparra, gorda, tenía cuatro cuartas de nalgas, un día la invitó a su casa y no la dejó salir, cuando regresó a su hogar, sus padres la mandaron a vivir con él.
Siguió el mismo camino, borracho, parrandero y enamorado, desde la muerte de su jefa Micaela, se hizo cargo de él la señora Agustina, a quien le llamaba mamá, la señora estaba madura, se veía muy ruquita de tantas penas, le había ido como en feria, porque en lugar de cuidar un niño, parece que le echaron un alacrán encima. “El Tejón Chico” era un verdadero cabrón.
A Mario le decían “El tejón” porque tenía los brazos más cortos que el cuerpo, y cuando agarraba la jarra se veía muy chistoso. “Chencha” su vieja ya estaba curtida de tanto madrazo que le arrimaba “El tejón Chico”, cuando su mujer se le iba de su casa, la buscaba y la regresaba de las greñas. Mario entraba y salía de trabajar en las minas, se cambiaba de nombre, engañaba a los administrativos, como los capitanes de las minas ya lo conocían lo mandaban a la chingada y no le daban trabajo, era cuando se metía a trabajar de albañil, de cargador.
Al “tejón” me cae que nadie lo comprendía, algunos se preguntaban ¿por qué será tan peleonero?, Una vez se encontraba con sus compañeros de parranda en la cantina, jugándose unas tandas en el cubilete, y decía:
– ¡4 ases al primer tiro, ya me la pelaste, pinché “bolillo!
En esos momentos entraron 3 cuates del barrio del “Atorón”, mentándoles la madre a todos los que estaban. El “Tejón” los miraba de rabito de ojo, cuando iba a tirar el cubilete, uno de ellos se le acercó.
– ¡A ti te andaba buscando!
– ¡Pues ya me encontraste, güey!
“El tejón” se echó para atrás, cuidando que no le fuera a llegar el descontón, el cantinero se brincó el mostrador y se puso en medio.
– ¡Si se quieren rajar su madre, váyanse allá afuera!
Los parroquianos les decían palabras de arriero a los que llegaron, pero no los pelaban, lo que querían era pelear con “El tejón Chico” que se las debía. Se salieron cuando el “Tejón” les dijo que se peleaba con los tres, pero uno por uno. Ellos dijeron que sí, pero llevaban un plan de desmadrarlo. Al tenerlo enfrente, uno de ellos sacó la pistola y le disparó a sangre fría, que el “Tejón Chico” cayó levantando las patas, ante la mirada de los presentes, cuando los querían agarrar les apuntaron con la pistola y los tres corrieron por rumbo diferente. En un charco de sangre estaba tirado, su amigo “El bolillo” se acercó a levantarlo y al ver que tenía los ojitos cerrados, gritó como loco:
– ¡Una ambulancia, una ambulancia! ¡por favor!
Josefina, su hermana de “Chencha” le llevó el chisme, ella estaba cambiándole el pañal al niño chiquito, cuando le dijo:
– ¡Córrele manita! Ya mataron a tu viejo.
Sin preguntar cómo ni adónde, “Chencha” se bajó hecha la mocha, la policía no la dejó acercarse.
– ¡Mario, Mario!
– ¡Atrás señora, por favor!
– ¡Déjeme! Es mi marido.
– Me vale madre, échese para atrás.
A empujones la subieron a la banqueta, pero ella forcejeaba, le dieron un macanazo en la cabeza, que la dejaron quieta.
Por otro lado, doña Agustina escuchaba en el radio a Kalimán, eran como las 8 de la noche cuando le fueron avisar, tocaron tan fuerte que se espantó.
– ¡Comadrita! Le vengo avisar que lastimaron a Mario.
La pobre señora se puso como cera, las patas se le doblaron y por la impresión no pudo llorar, sabía que algún día lo iban a desmadrar.
– ¿Dónde fue, comadrita?
– En el barrio de “La palma”
Conociendo cómo era su hijo, ella se imaginó lo peor. Agarró su rebozo, y al querer correr se tropezó cayendo de cabeza, su comadre Jacinta la levantó y se la llevó agarrándola del brazo.
– ¡Yo la acompaño! Pero tenga calma y contrólese cuando sepa las cosas, recuerde que su molleja le anda fallando.
Al ver que estaba una carroza, se soltó a llorar más fuerte que una sirena de ambulancia, que espantó a los perros, que no dejaban de ladrar.
– ¡Dios mío! De seguro se lo echaron.
Se juntaron la señora Agustina y chencha, que se abrazaron soltando lágrimas a lo cabrón, y gritaban al mismo tiempo, el Ministerio Público les preguntó:
– ¿Cómo se llamó el muerto?
Las señoras no lo pelaron, no dejaban de gritar por la muerte de su “Tejón Chico” El agente social se enojó y les dijo:
– ¡Allá en el anfiteatro del hospital les dan el cuerpo!
Muy angustiadas fueron y llenaron los requisitos que les pidieron, pagar una responsiva y les entregaron el cuerpo. Lo llevaron a su casa, aunque ahí estaba el detalle, no tenían dinero para pagar el funeral. Hubo gente que les echó la mano, hicieron una cooperacha, y le compraron una caja de madera, lo velaron en el patio de la vecindad, mucha gente fue por curiosidad, otras por sentir dolor, le llevaron flores, hicieron café, y entre comentarios y lágrimas velaron al “Tejón”
La señora Agustina se quedaba muy pensativa, con la boca abierta, con la mirada fija, recordando a su pinche “Tejón”, “Chencha” también pensaba lo mismo, pero fuera como haya sido lo querían tener vivo, pero ni Pepe. “El Tejón” había pasado a otro mundo. Al otro día se lo llevaron cargando en los hombros del barrio hasta el panteón, donde lo echaron al hoyo. Cuando lo estaban tapando con la tierra, doña Agustina cada rato se desmayaba y la volvían en sí, dándole de cachetadas, la pobre “Chencha” ya ni lágrimas tenía de tanto chillar, y con la mano le dijo adiós. En esta forma terminó “El Tejón Chico” que se recuerda como el peleonero del barrio, y saben que por allá se va agarrar a madrazos con los diablos.