El sonido y la palabra

Callejón de Sombrereros

En sus escritos la música se convierte en literatura como en el retrato de Mozart que en algo me recuerda Mozart camino de Praga de Eduard Mörike

“Juro que no soy yo el de la foto”, escribió Mario Lavista, que no es afecto a la queja, cuando la revista Casa del tiempo publicó una fotografía que le atribuía la apariencia de un posible pandillero de arrabal con un inverosímil peinado de mohicano punk. “Es más, yo no quiero ser como el de la foto. Mis parientes y mis amigos tampoco me reconocen”. Ciertamente, Mario Lavista no se parece al personaje que reproducía aquella fotografía. Sin embargo, consuetudinariamente adquiere formas múltiples: se le conoce como un compositor riguroso que no ha dejado de crear una obra diversa, que no prescinde de la experimentación y la música religiosa. Es un maestro afable que convierte lo complejo en simple e induce seductoramente al placer de la música. Sus conferencias-conciertos en El Colegio Nacional, que proceden de las de Carlos Chávez, resultan más que recomendables. Es un editor inagotable. Es un frecuentador compulsivo de conciertos, museos y exposiciones. Es un lector agudo. Es un escucha atento. Es un aficionado lúcido al béisbol y a los toros. Es un gran amigo, generoso y hospitalario. Es un hombre curioso, dispuesto incesantemente al asombro.
Su música se entrecruza de manera natural con otras artes: ha colaborado con el cineasta Nicolás Echevarría y el pintor Arnaldo Coén ha hecho con él partituras visuales como la de Cage, “Jaula”.
Lavista, a su vez, escribió la presentación para el catálogo de una exposición de Coén que se llamó “Mutaciones”. “Lo que él quería”, recuerda Lavista, “era una partitura gráfica que funcionara como presentación, en lugar de tener un texto, como es lo usual. Así que realicé una partitura gráfica que se publicó a lo largo del catálogo para que el público, digamos, la ‘leyera’ mientras veía los cuadros de Arnaldo impresos en la parte superior. Aquí, una vez más, la intención de Arnaldo era crear o trazar un punto de intersección entre lo visual y lo acústico, entre lo pictórico y lo musical”.
También la literatura conforma su obra: ha escrito un Homenaje a Beckett para tres coros mixtos a capella, concibió una ópera de Aura de Carlos Fuentes y convirtió en música Gargantúa y Pantagruel de Rabelais. Desde hace decenios dirige Pauta, una revista de música que puede considerarse también literaria no sólo por los poemas, los cuentos, los ensayos de escritores que publica. No por azar sus secretarios de redacción han sido escritores: Guillermo Sheridan, Juan Villoro, Luis Ignacio Helguera, Luigi Amara.
No parece extraño que Mario Lavista sea asimismo un conversador prodigioso. Sus clases, sus conferencias, sus textos proceden de ese género familiar del que están hechos, entre otros, los Diálogos de Platón, el Quijote, la Vida de Samuel Johnson de James Boswell. En sus escritos la música se convierte en literatura como en el retrato de Mozart que en algo me recuerda Mozart camino de Praga de Eduard Mörike o en su lectura de la lectura que hizo Sor Juana de Guido d’Arezzo, en la que recuerda que en la Edad Media la música “pertenecía al dominio del ‘especulador’, del musicus-compositor o musicus-filósofo, no al cantor-intérprete. No era tan sólo una disciplina formada de sonidos, era también, y sobre todo, el conocimiento de los números relacionados con el sonido: derivaba su intrínseca belleza de ese mundo, y sus sonidos evidenciaban la pureza del universo de los números. Como ciencia teórica, la música, en sus manifestaciones físicas, debía tomar en cuenta sus connotaciones matemáticas y posibilidades metafísicas. Por esta razón constituía un cuerpo de conocimiento fundamental para el filósofo y el teólogo. Sin la música, la comprensión de Dios y del mundo no podía alcanzarse”.
De la conversación procede asimismo el libro que acaba de publicar en El Colegio Nacional: Trece comentarios en torno a la música. Una nota advierte que esos comentarios surgieron en pláticas sostenidas con Alicia Sandoval. Se trata de brevedades cercanas al aforismo que vuelven a entreverarse con la literatura no sólo por las diversas citas que decidió conjuntar con sus comentarios, sino porque considera que “cada obra musical es una página en el diario del compositor: es un relato, narrado con sonidos, que vuelve innecesaria la palabra” y porque cree que “los músicos debemos recurrir a los poetas para entender más sobre nuestro arte. Puede ser más revelador leer alguna línea de Proust, de Thomas Mann o de Alejo Carpentier acerca de la música que frecuentar un texto musicológico”.

DATO
También la literatura conforma su obra: ha escrito un Homenaje a Beckett para tres coros mixtos a capella, concibió una ópera de Aura de Carlos Fuentes y convirtió en música Gargantúa y Pantagruel de Rabelais. Desde hace decenios dirige Pauta, una revista de música que puede considerarse también literaria no sólo por los poemas, los cuentos, los ensayos de escritores que publica. No por azar sus secretarios de redacción han sido escritores: Guillermo Sheridan, Juan Villoro, Luis Ignacio Helguera, Luigi Amara.

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