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El sefardí entra a la Academia Española

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La RAE expresa su decisión de cuidar una lengua como el ladino, en peligro de extinción, por justicia histórica

 

Hubo un tiempo en que los españoles aspiraban la letra «h», diferenciaban entre «s» sorda y «s» sonora y sabían si una palabra iba escrita con «b» o con «v» con afinar un poco el oído. Así era el español antes de la expulsión de los judíos, que al contrario de los españoles sí mantuvieron en el exilio estas señas de identidad fonética. Por esta razón, la Real Academia les rinde tributo con la incorporación de ocho académicos correspondientes, ocho expertos en judeoespañol que ahora trabajarán para mantener activa esta versión del castellano.

 

El pasado jueves, el pleno de la Academia eligió a estos especialistas (cuatro hombres y cuatro mujeres) como académicos correspondientes, que tienen unas funciones distintas a las de los académicos de número, pero que desarrollan trabajos de tipo académico. De esta forma, la RAE quiere «premiar» a la comunidad judía, que conservó con mimo las peculiaridades del castellano antiguo dando lugar al judeoespañol, una lengua que hoy está al borde de la desaparición.

 

Con esta decisión, la Real Academia llega a tiempo de reivindicar un idioma que surgió a partir de 1492, cuando los judíos fueron expulsados de la península. Aquellos que salieron de España se llevaron consigo el castellano del siglo XV y lo fueron enriqueciendo con términos, sonidos y expresiones de los distintos países de acogida: Italia, Turquía, Alemania, el norte de África… Así hasta formar lo que hoy conocemos como judeoespañol.

 

¿Por qué los españoles del siglo XV y XVI no mantuvieron esa fonética que sí conservaron los judíos exiliados? Pues porque a lo largo del siglo XVI se produjo lo que los lingüistas llaman «transfonologización», es decir, un proceso por el cual los sonidos del castellano actual fueron sustituyendo a los sonidos del castellano antiguo. En un espacio relativamente corto de tiempo, los cristianos viejos y los judíos conversos –aquellos que aceptaron quedarse en España a condición de abrazar la fe católica– dejaron de aspirar la letra «h» y empezaron a pronunciar igual las letras «b» y «v» para dar lugar al castellano que ha llegado a nuestros días.

 

La incorporación por unanimidad de estos ocho expertos es un guiño a los judíos sefardíes, a los que el gobierno concedió la doble nacionalidad el pasado verano.