“EL SANCHO”

 

Un día se encontraban en el comedor de la mina de San Juan Pachuca, Antonio “El Loco”, Jesús “El Cuervo”, junto con el “El Baldo” quien a pesar de cubrirse nariz y boca con su franela, se le notaba la cara hinchada y un ojo cerrado, tenía todo el cuerpo con heridas abrasivas y parecía que lo había

arrastrado un caballo de espalda, lado, cola y de frente.

“El Loco” que era su mejor amigo, le rogaba que comiera.

  • Come “Baldo”, no has probado bocado.
  • Si pudiera, ya lo hubiera hecho. ¡No puedo!
  • Hazle la lucha, mira bébete este caldito de frijol.
  • ¡No estés chingando! ¡Te digo que no quiero!
  • Aunque sea poquito.
  • ¡Qué te digo que no quiero!

Juan, el encargado, le arrebató de la mano el plato al “Loco” y le dijo al “Baldo”:

–     Pinche mal agradecido, todavía que se preocupa por ti, te pones pendejo. Si no quieres comer, sácate a la chingada.

Lo que había pasado era que “Baldo” andaba de “Sancho”, le cayeron en la movida y le dieron una santa madriza que lo dejaron chimuelo y todo desfigurado de la cara, quedó como el monstruo de la Laguna Negra. Después de que terminaron de comer, el “Baldo” les platicó su desgracia:

-Hace unos días, bajé al centro como a las dos de la tarde, por la calle de Galeana frente al kínder encontré a Petra, la mujer del “Carrizo” ella siempre me ha gustado, porque está hermosa la pinche vieja. Pero no me pelaba. Pero esa vez dejó sus bolsas de mandado en el suelo y me dijo:

  • ¿A dónde va tan guapo “Baldo”?

Al escuchar su voz me quedé todo pendejo y le dije:

  • Voy a ver a un amigo allá abajito.
  • Tenga mucho cuidado, no se lo vayan a robar y luego yo qué

Le dije:

  • Usted es la paseadora.

Ella me contestó sonriendo.

  • Eso me gustaría, pasear, pero no tengo a nadie que me invite.
  • Me pongo a sus órdenes.
  • ¿A poco?

Se echó una sonrisa, levantó sus bolsas de mandado y me dijo:

  • Todos los días paso por aquí y si usted gusta, lo invito.

Se alejó caminando como yegua fina, dejándome con el hocico abierto, varias veces la fui a esperar  y la que protestó fue mi vieja:

  • ¡Óyeme, cabrón! ¿A dónde vas a estas horas?

La verdad me agarró en un momento de pendejo, me puse nervioso al contestarle:

  • ¡Este… Es que voy arreglar un asunto con un compañero, lo corrieron injustamente de la mina.
  • ¡Ah, chinga! Hasta líder te has vuelto.

No le hice caso y me salí de la casa, esa vez Petra me dijo que me iba a decir una cosa:

  • Mañana pasan en el cine Alameda una película de Pedro Infante, ¿me invita?

En el cine le agarré su manita y ella no protestó, poco a poco le iba echando la mano al cuello, abrazándola, luego junté cabeza con cabeza.

Cuando Pedro infante besó a su novia en la película, yo también hice lo mismo, a Petra le gustó, a cada rato cerraba mis ojitos, paraba la trompa y ella me besaba, le dije que si quería ser mi novia y me contestó que sí. De ahí en adelante andábamos como jovencitos agarraditos de la mano y nos dábamos unos besotes, que hasta el hocico se me estaba  haciendo grande como el del Pato Donald.

Un día, que me dice:

  • Quiero que me lleves el sábado a Pachuquilla, al baile, va a tocar la Sonora Santanera.

Le dije que sí, aunque no sabía de dónde iba a sacar el dinero de las entradas y pasajes, total que

pedí dinero prestado, me compré unos zapatos bien padres, que voy a ver a la señora de los perfumes y le pedí uno fiado, me puse un saco de un traje que tenía, una corbata que le hiciera juego y quedé listo.

Sabía que la iba a pasar a toda madre, varias veces me miré al espejo, para comprobar que no llevara ni un pelo suelto. Al salir a la puerta estaba parada mi vieja y muy burlona que me dice:

  • ¡Uy! ¡uy! ¡Qué bonito hueles! ¿A dónde vas, conejo Blas?
  • Voy arreglar un asunto a México.
  • ¡Qué bien, tú paseándote y tus hijos muriéndose de hambre!

No le contesté y para que viera que estaba enojado, le puse una patada al perro y que le azoto en la puerta. Esa noche me la pasé bailando con Petra, de cachetito, bien pegados, de cartón de cerveza, cuando llegamos a Pachuca en la madrugada y cuando la dejé en la puerta, me dijo muy coqueta:

  • ¡Quédate a dormir!

De ahí en adelante me quedaba seguido en su casa, cada día la quería más; me di cuenta que estaba enamorado de ella, a mi vieja le encontraba defectos, sus patas chuecas, la veía panzona, greñuda, para acabar pronto, fea. Una de las muchas veces, que me quedé en la casa de Petra, escuché que abrieron la puerta de abajo, luego pasos que subían las escaleras y de momento tocaron la puerta y una voz gritaba:

  • ¡Petra! ¡Petra!

Ella se enderezó como resorte.

  • ¿Quién?
  • ¿Cómo que quién? Abre cabrona o tumbo la puerta.

Me dijo muy espantada:

  • ¡Es mi marido!

Que me visto rápido, ella me señalaba la ventana que da a la calle, Petra me hacía con los dedos que me apurara. Yo la veía y me señalaba de nuevo la ventana, los toquidos eran cada vez más fuertes y se escuchaba que querían abrir la puerta a patadas.

  • ¡Abre, con una chingada!

En esos momentos abrí la ventana. Estaba muy alta, tenía más de 3 metros. Pero al ver la angustia de Petra no tuve más remedio que echar un brinco. Al caer, me torcí una pinche pata y no me pude parar, ahí me quedé sentado sobándomela, escuché cuando le estaban pegando y luego vi que se asomo “El Carrizo” cuando trataba de pararme, sentí un jalón de greñas y después golpes con el puño cerrado por todas partes, ya no sentía lo duro sino lo tupido.

“El Carrizo” me dio una patada, vi estrellitas, para que ya no me pegara, me hice el muertito, “El Carrizo” me mentó la madre y se metió a su casa, escuché otra chinga que le estaba dando a Petra. Como pude, me paré agarrándome de la pared, iba escurriendo sangre, llegué a mi casa y al verme mi vieja se moría de risa:

  • ¡Que re bueno, cabrón! ¡A ver si así se te quita lo cuzco!

No le hice caso, me metí a mi cuarto y me vi en el espejo, ¡qué madriza me habían dado! Tenía un ojo cerrado y el otro de rendija, sangraba de nariz y boca. Mi vieja se me quedaba mirando y muy burlona, alzaba una mano y la otra se la ponía en la barriga y la movía como si tocara guitarra. Le dije:

  • Por favor, caliéntame agua.
  • ¡Que te la caliente la pinche vieja con la que andabas, yo no soy tu gata!
  • Ya vieja, vamos a dejar las cosas como están.

Que me dice muy encabronada:

  • Eso es lo que quisieras, pero el día que encuentre a esa puta, me las va a pagar.
  • Ella no es ninguna puta.

Que se voltea y que me dice:

  • ¡Desgraciado infeliz!

¡Y bolas! Que me da con el sartén en el mero hocico, “El Carrizo” me había aflojado los dientes y esta pendeja que me los tumba.

“El Cuervo” le preguntó:

  • ¿Qué no sabías que Petra era la mujer del “Carrizo”.
  • Sí, pero pensé que ya la había dejado.
  • Ten mucho cuidado, porque “El Carrizo” se va a cobrar con la “Ley del Talión”
  • ¿Cómo es esa ley?
  • Ojo por ojo y diente por diente.

Pasaron los días y “El Baldo” no se presentaba a trabajar, saliendo del trabajo investigaron que estaba internado en la Clínica Minera, “El Carrizo” le había dado 15 puñaladas, fueron a verlo y lo encontraron todo descolorido, “El Loco” haciéndole el cabello para atrás, le dijo:

  • Para la otra vez, ponte abusado, hazle como los gatos cuando entran a casa ajena.
  • ¿Cómo le hacen?
  • Nada más cogen un ratón y se salen.

 

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