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EL SABER Y LA MAGIA

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EL SABER Y LA MAGIA

FAMILIA POLÍTICA

Desde la prehistoria, la gente enfoca y por algún tiempo mantiene como verdades absolutas las que creó el imaginario colectivo. Es innegable que los primeros en recibir el encargo de procurar la salud de clanes, hordas y tribus, fueron los chamanes y brujos, quienes buscaban librar el peso del trabajo colectivo, resaltando otras habilidades, como la de curar, en un régimen de igualdad para todos, ausencia de clases sociales y sin propiedad privada… Los integrantes de la masa colectiva tenían que trabajar para alimentar al ente comunitario ¡Ah! Pero algunos querían ser menos iguales que otros. Así, uno invocó la crecida del Río Nilo; otro, predijo un eclipse de sol; otro más, desde el Oráculo se anticipaba al futuro… En este medio, un día se cuestionó el principio de igualdad; se mejoraron las técnicas de cacería y domesticación de animales; se descubrieron la agricultura, el fuego… Cambiaron poco a poco los medios de producción; así el trabajo rendía más que con las estructuras tradicionales, es decir, la tribu obtenía una mayor producción para el mismo consumo. Es lógico que el sobrante tenía que ser adjudicado a alguien. Se instituyó la propiedad privada.

La figura del administrador y de otros individuos “diferentes” fue haciendo que los más hábiles se libraran del trabajo comunitario: el brujo ya no trabajó, pues se encargaba de preservar las bendiciones de los espíritus; el dueño y contador tenía que administrar sus ganancias; el curandero, llevaría un récord de sus éxitos y fue pronto un ser humano favorecido por el temor a la muerte.

Lo anterior tiene su fundamento en el libro “Educación y Lucha de Clases”, en el cual el positivista argentino Aníbal Ponce, con base en estudios de campo realizados entre las tribus aborígenes de Australia (a principios del siglo XX), ahondaba en las raíces de la civilización.

Después, lo que todos sabemos: el comunismo primitivo se convirtió en esclavismo, el esclavismo en feudalismo; el feudalismo en muchas ramas del capitalismo cuya esencia sigue marcando los lineamientos de la sociedad occidental contemporánea.

En nuestro tiempo, los pequeños aprendices de la naturaleza; los discípulos de chamanes y curanderos, descubrieron que su vocación era sanar ¡ah! Pero sin olvidar las bondades que para ello otorga la naturaleza.

La historia de la medicina está llena de anécdotas, de tradiciones e innovaciones que se fueron enfrentando para desarrollar una ciencia sólida; pero, por otra parte, los brujos y hechiceros también perfeccionaron sus artes. En nuestros días, unos presumen flamantes licenciaturas, especialidades, maestrías y doctorados de las mejores universidades del mundo; los otros, se adentran a lo más profundo de la geografía y conversan con los hombres más cercanos a su estado natural. Seguramente por cuestiones experimentales, tanto unos como otros se han sometido al efecto de los psicotrópicos para fines de investigación, que se traduzcan en diferentes etapas en la evolución de la medicina (profesional y empírica).

Miles y miles de médicos con todas sus especialidades y sofisticados perfiles, egresan de las distintas universidades; muchos de ellos se hacen tránsfugas de clase, pues no les gusta voltear a ver a la pobreza y a la ignorancia de la que muchos honrosamente salieron.

Por otra parte, los creyentes en la diosa naturaleza, desde luego mucho menos sofisticados que los alópatas tradicionales, también se agrupan. Así, junto a los grandes consorcios médicos, de cara a las maravillosas, casi milagrosas máquinas de inteligencia artificial, logran vencer a las más atroces enfermedades y aún a las pandemias; los amantes de la naturaleza se aferran a su manejo de elementos ajenos a las sustancias químicas y la confrontación parece crecer.

Alrededor de la medicina natural se ha generado una serie de consorcios que compiten con sofisticadas técnicas de mercadotecnia, con los mejores laboratorios del mundo. ¿Cuál es mejor?

Un apreciable médico que me honra con su amistad, es acérrimo enemigo de aquéllos que ofrecen sus servicios y buscan curar con el uso de procedimientos al margen de la medicina tradicional. Atrás quedaron las tomas preparadas en la botica; las limpias con huevo de gallina; los amarres y entierros simbólicos… para dar paso a la época de las cápsulas, las gotas, los polvos maravillosos que mantienen al médico alópata alejado de las vidas de la gente a quien se le reconoce un pobre nivel en lo académico y en lo económico. ¡De veras! En lo anterior juega un importante papel la mercadotecnia. Existen múltiples redes en la radio, en la televisión, en redes sociales… que anuncian a tal o cual producto como hacedor de milagros; si hay quien los consume, tendrá sus razones bien fundamentadas.

Decía Don Plutarco Elías Calles que, en exceso, hasta la virtud es vicio. Los médicos con formación profesional merecen toda mi admiración y respeto (aunque pronto serán suplantados por robots).

Los “yerberitos modernos”, ahora también con grandes laboratorios, siguen investigando las propiedades de las plantas, ¿quién ganará?

Entiendo que no hay para qué pelear, mientras las dos actividades estén impulsadas por los más altos valores humanos, no en el afán económico, sino en la misión de salvar vidas.

Los médicos universitarios cada día son más humanos, menos mercantilistas, aunque a algunos los traiciona cierto dejo de arrogancia.

Ahora, si me perdonan, voy a tomar mis cápsulas naturistas antes de someterme a una operación quirúrgica.

*Trabajo dedicado al destacado médico Sergio Raúl Salinas